La odisea empieza en África, en Medio Oriente, e incluso en Asia. Es un viaje de huida: de la guerra en Siria, de la inestabilidad afgana, de la guerra civil en la República Democrática del Congo. La mayoría cruza el Mediterráneo en embarcaciones inflables de lo más precarias; algunos mueren ahogados en el camino. Poblaciones de los más diversos orígenes viajan infinidad de kilómetros con un único objetivo: alcanzar Europa.
Pero llegar no es lo mismo que ser aceptado y para los afortunados que pudieron llegar a Italia está la Casa Scalabrini 634.
[embedyt]https://www.youtube.com/watch?v=VWgVIKdSBOs[/embedyt]Un nuevo hogar
El jefe es joven, viajero, creyente, asistente social, trilingüe: sabe español, inglés, italiano y algunas palabras en las lenguas de sus huéspedes. Emanuele Selleri es el director ejecutivo de la Casa Scalabrini 634, un hospedaje comunitario para refugiados fundado en junio de 2015. Se trata de un gran complejo rodeado de verde en un barriecito en Roma por el que ya pasaron más de 120 personas. El albergue es gratuito y son los mismos protegidos los que se encargan de todas las tareas de mantenimiento y limpieza. Así, al que le toca cocinar, cocina para todos.
Emanuele en uno de sus viajes. Créditos: Vía Scalabrini 3
“En estos tres años hemos tenido gente de buena parte de África Occidental, como Senegal, Gambia, Burkina Faso, Guinea; desde Congo, Somalía, pero también de Afganistán, Irán, Kurdistán, Tíbet, etc.” relata Selleri. Varios sirios también pasaron por el hogar. La mayoría son jóvenes, hombres, africanos, que huyeron en busca de oportunidades económicas y que nunca hablaron en italiano en su vida. Según el director, son población con bajo nivel escolar, a los que les cuesta encontrar el espacio y el tiempo para capacitarse.
La educación, en ese contexto, es clave. La Casa Scalabrini ofrece talleres de formación profesional para facilitar la inserción laboral de los recién llegados, que incluyen cursos de radio para web, costura, de planchado profesional e informática, además de clases de la lengua local. “Nosotros buscamos que el recorrido de los chicos tenga resultados, por eso nosotros les hacemos un seguimiento muy cercano durante un largo tiempo para además relacionarse con gente, aprender el idioma, estudiar y demás”, sintetiza Selleri.
Puertas abiertas
Atrás, un arco terracota que data del Imperio Romano. Adelante, los rostros de los guías turísticos, de los vecinos, algunos jóvenes y otros canosos, que se mezclan con las caras extranjeras y con algún que otro turbante turbante. Todos, por supuesto, posan para la foto. Y es que la Casa Scalabrini organiza city tours que ofrecen a los locales pasar un día con los nuevos habitantes, para redescubrir la historia de la “ciudad eterna”.
Turistas y extranjeros recorren Roma. Créditos: Casa Scalabrini 634
Pero hay más actividades que apuntan a generar vínculos entre los inmigrantes y los habitantes de la región. Refugiado por un día es otra de ellas. La iniciativa grupal busca recrear los peligrosos tramos que debieron atravesar los huéspedes. Los participantes se vendan los ojos y siguen “caminos”, delimitados por laberintos de sogas colocados en el jardín, para poder llegar de forma segura a la “frontera”. Allí, deberán ser interrogados por las autoridades migratorias (es decir, por los mismos extranjeros), que toman sus huellas. Terminado el juego, se realiza un debate y una reflexión final.
Otros eventos en la agenda del hogar incluyen la visita a personas en situación de calle de la Estación Tiburtina y charlas para discutir sobre human mobility o desplazamiento forzado de comunidades. Los locales, además, pueden participar codo a codo con los foráneos de todos los cursos que se dan en la 634.
Taller de radio “On The Move”. Créditos: Casa Scalabrini 634
El director considera que hay mucho trabajo de concientización que queda por hacer en Italia, razón por la que suelen llevar a los miembros de la Casa Scalabrini a los colegios a dar charlas. “En mi opinión, la gente rechaza al inmigrante por un tema económico y de prejuicio; quiere buscar un culpable a todo lo que paga, entonces primero caen los migrantes, que son los más débiles”, dice.
Sus preocupaciones no son para menos. En las últimas elecciones legislativas italianas, el 4 de marzo de este año, se fortaleció en el Congreso la Liga Norte, partido xenófobo de ultraderecha que terminó siendo el más votado dentro de su coalición. Para este grupo, la lógica es simple: puertas cerradas, inmigrantes afuera.
Oficina de migraciones en el juego “Refugiado por un día”. Créditos: Casa Scalabrini 634
Cuesta arriba
“La gente viene con historias terribles — continua el director — Hay gente que ha visto a sus compañeros morir en el mar o el desierto”. Conoce las dificultades: “Superar el desierto de Sahara sin las condiciones es muy difícil, se ve mucha violencia física, hambre y demás”. En la anárquica Libia, el principal puerto de salida hacia Italia, son conocidas las violaciones a los derechos humanos, con prisiones atestadas de gente, tráfico de personas y abusos por parte de las milicias.
Por otra parte, no todos los inmigrantes pudieron adaptarse a la vida europea. “Recuerdo a la primera familia siria que llegó acá, con la abuela de 75 años”, rememora Selleri. “Esta señora no logró acostumbrarse a Italia y decidió hace siete meses destruir su documento de asilo y volvió a Aleppo, donde no hay más nada”, agrega, y concluye: “Te hace pensar cómo la migración forzada nunca tiene gozo y aunque estés escapando de la guerra quieres volver igual”.
“También hay experiencias positivas, gracias a Dios son muchas”, afirma entusiasmado el encargado del proyecto Scalabrini. Cuenta el caso de Sadio, un pastor en las sabanas de Mali que con 17 años emprendió el viaje hacia Libia, donde los traficantes de personas lo dejaron junto a otros en un bote librado a su suerte. “Él llegó aquí a Italia sin saber qué era Europa; eso es muy fuerte. Y tampoco sabía lo que era el mar”.
Savio logró aprender el idioma, acompañado por el equipo de la Casa, se interesó por la cocina y hoy trabaja en uno de los mejores restaurantes del centro de Roma, Naturale. Y como su viaje, hay muchos otros, como el de un chico afgano que llegó a ser peluquero VIP. “Son historias que te dan esperanza, ¿no?”, opina Selleri.
Los viajes riesgosos y la llegada a un país desconocido nunca son fáciles. Por eso los refugiados pueden quedarse hasta un año en el hogar e ir allanando el duro camino hacia la integración. Gracias al trabajo de Emanuele, de su equipo y de la órden católica Agencia Scalabriniana para la Cooperación y el Desarrollo, los inmigrantes en Roma hoy tienen un espacio seguro donde quedarse y aprender. En esta travesía cuesta arriba, la Casa Scalabrini es una base al pie de la montaña: es el lugar donde los miembros juntan fuerzas para poder seguir escalando.