El noticiero pronostica 18°C, aunque en la farmacia de la esquina hay un cartel que detecta 22 grados. En el barrio de Caballito, una sede de la Universidad de Morón abre sus puertas para las PASO presidenciales. “Qué suerte que no llueve”, comentan, aunque el piso, tanto del patio del fondo como del pasillo principal y de las aulas, está húmedo. Se ven huellas marrones en el suelo, originalmente gris y verde, y ahora sucio, por donde la gente camina y espera su turno. Un día poco agradable para conocer un cuarto oscuro.
En la mesa 2440 hay una fila de 31 personas, mientras en la 2446 esperan siete. Pero se mueve rápido. Varios padres están acompañados por nenes chicos. Y las madres, charlan entre sí sobre sus hijos, como para variar: “Le encanta quedarse en los jueguitos después de comer, así que me tiene ahí cinco horas como una condenad”.
Una nena que baila mientras le prohíbe a su papá que haga lo mismo, otra que espera pacientemente sentada, un chico que corre y otro que permanece firme junto a su madre, que le apoya su mano en la espalda.
Pero Joaquín Arredondo, de 17 años, no es un acompañante más en la fila. Mira concentrado a los que tiene adelante, porque tiene que imitar lo que hagan los que saben. Es la primera vez que vota. Después irá a almorzar en su casa, y a la tarde se juntará con sus amigos a jugar al fútbol. Tiene una campera azul sin capucha, y al lado está su mamá, que lleva un paraguas en la cartera, por las dudas, y parece emocionada.
“¿Votás por primera vez?”, le pregunta la autoridad de mesa, al mismo tiempo que marca la asistencia del chico en la planilla. Él sonríe: “Sí”. Le dicen que lo felicitan y una mujer de la fila comenta que parece más chiquito. O está dormido o no le gusta hablar, pero lo cierto es que se limita a asentir y mirar al suelo, o a sus zapatillas nike, que pisan las huellas de zapatos desconocidos y, seguramente, madrugadores.
Mónica sonríe mientras su hijo entra al cuarto oscuro, y aprovecha, sin disimular, para preparar la cámara de fotos. 58,21 segundos después, el debutante sale e inserta el sobre en la urna. Los fiscales aplauden, su mamá apunta la cámara, él se tapa la cara,“¡No, má!”, se agacha para firmar, y Mónica saca la foto. Joaquín se va caminando con los cachetes rojos, enganchado del brazo con su mamá.
Notó una diferencia en la cantidad de boletas respectivas a cada partido que le llamó la atención. Afuera, en un tacho de basura que se encontraba en la esquina, se ven al menos tres boletas de “Cambiemos”, hechas un bollo. Sin embargo, otra votante que salía de la sede de la Universidad junto a la que parecía ser su hermana, mirando los papeles que habían sido tirados, comenta: “La abuela también se trajo boletas en el bolsillo, qué se yo, ¿eso es ilegal?”. La conversación no sigue. La gente que se amontonaba en las filas, se dispersa a la salida estando más relajada, habiendo cumplido su deber.
El principiante sube al auto del lado del acompañante y éste arranca. Quizá el partido de la tarde sea más emocionante. Quizás el resultado sea menos predecible.