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Los teatros y el fantasma de la demolición

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Lo que Buenos Aires perdió y lo que debe proteger

Las calles de la ciudad de Buenos Aires que recorremos todos los días y las noches también son escombro: un cementerio donde yacen gigantes culturales de fachadas imponentes, que quedaron, allá bien lejos, en el recuerdo. ¿Estas calles tendrán memoria? Parece que no, parecen haber olvidado. Y sin embargo, donde ahora hay un banco, antes hubo filas agolpadas frente a una boletería; donde hay un estacionamiento, antes se escuchaban aplausos emocionados; y donde ahora hay una obra en construcción, un edificio de arquitectura moderna, un espacio vacío, antes hubo un teatro, con vida propia.

Mapa cultural del SINCA, este posee la base de datos de 1601 espacios teatrales de los cuales 374 están en CABA

El Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA) registró en 2017 un total de 1601 espacios teatrales de todo el país, de las cuales 374 salas se ubican solamente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ese es el patrimonio que hay que intentar proteger a toda costa pero, ¿cuántos otros hoy ya no están? A pesar de que existe una ley nacional de teatro, clasificada bajo el número 24.800 y regulada por el Estado, no hay una verdadera contribución a su afianzamiento. Todavía hay mucho por hacer.

Carlos Rottemberg, representante de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales (AADET), afirma que “el Estado apoya impositivamente a la actividad teatral en contraprestación al cumplimiento de la ley 14.800″. “Esa ley contiene una clara restricción al dominio privado. Por eso no es gratuito el fomento del Estado sino que surgió como una contraprestación casi al mismo tiempo entre una disposición y la otra”, explica. 

Otras voces del ámbito señalan que uno de los obstáculos para continuar la lucha sería la falta de interés de sectores relevantes de nuestra sociedad. El presidente de AADET detalla en este aspecto que “en relación a la reposición de los teatros del circuito comercial hay pocos interesados. Por eso siempre gira el tema sobre los mismos, entre los que me incluyo”. 


El principio del fin 

¿Qué dejamos debajo de los escombros? Las demoliciones, en su mayoría, se debieron al rediseño de la ciudad porteña y, así, muchos de los teatros de gran riqueza arquitectónica pagaron las consecuencias de su inevitable transformación. La caída de estos titanes fue una pérdida doble, no sólo para el patrimonio cultural de Buenos Aires, sino además para la gran cantidad de artistas y público que por largos años han intentado traer de vuelta el recuerdo de estos colosos y reivindicarlos. Pero la ley no maneja los mismos tiempos. 

En 1959, un año después de que los artistas se enfrentaran a las topadoras que amenazaban con tirar para siempre el teatro Apolo, se sancionó la Ley Nacional 14800, que establecía que en caso de demolición de salas teatrales se debía construir en el nuevo proyecto un espacio similar al demolido. Sin embargo, esta ley nunca fue reglamentada. Esta falta de resolución por parte de las autoridades competentes llevó a la irremediable caída de otros cuantos teatros que, de haberse respetado lo que la ley dictaba, seguirían vigentes de alguna forma.

Los colosos mueren de pie 

Con imaginación (y mucha voluntad), estamos en un viaje en el tiempo, donde los teatros demolidos, trozos de escombro frío, cobran vida, se hacen carne en nuestra memoria sensorial. Somos viajantes que concluyen en la lujosa entrada del teatro más esplendoroso jamás visto y nuestras retinas quieren registrar cada detalle, estamos ubicados en otro tiempo y en otro espacio, oímos aplausos y risas, sentimos el ruido ensordecedor de voces que vitorean y festejan, estamos cien años adelantados en el tiempo. 

Desde plaza Constitución lo alcanzamos a ver: el Variedades se yergue de pie y, como un faro alumbrando al barco más perdido, nos llama. El telón se abre y nos invita a presenciar el debut de Emma Gramatica, es 11 de mayo de 1909 y se representa la comedia Divorciémonos de Sardou ante un público expectante.

La magia de este teatro es verlo al salir: sin medianeras y único, así como el Teatro Colón, parado en completa soledad, vestido a juego con la noche estrellada de un Buenos Aires lejano y lleno de vitalidad. Y ahí estuvo el Variedades, erguido por más de 50 años, hasta que en 1961 fue demolido frente a la plaza Constitución, única testigo ocular de tal evento.  

En el camino por las calles porteñas, sobre Rivadavia al 2330 la fachada del Colón del Oeste se deja apreciar. Las familias italianas se empiezan a amontonar en la entrada del teatro de la periferia. Arriba se lee Marconi, pero es Doria de bautismo. Al parecer ha nacido como nacieron muchos teatros de su época: en un simple barracón de madera. Pero quién iba a decir que aquí, bajo este techo italiano, se cantarían canciones nostálgicas de la tierra natal y que las melodías de Verdi llenarían de añoranza los corazones de millones de inmigrantes. El plebeyo no podía callar, no debía, pero lo hizo, un día gris de 1967 se detuvo para no cantar nunca más. 


Para proteger a los que quedan

Carlos Rottemberg señala algo que puede significar un avance en materia legal para el futuro de los teatros que siguen en funcionamiento: “Si bien no se reglamentó la ley, sí es cierto que en el caso de CABA existe hace unos años una aclaratoria de la Ciudad puntualizando los alcances de la 14.800, con restricciones bien descriptas para el caso de demolición”. Pero, ¿en qué consiste esta aclaratoria? 

Fueron exactamente 53 años los que tardó el gobierno porteño en dar respuesta a las denuncias de distintas áreas de la sociedad cuando en 2012, con el número 4104, se publicó en el Boletín Oficial de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires la ley que modifica el Código de Edificación y que expresa que en los casos de demolición total o parcial de teatros el propietario del predio tendrá la obligación de construir en el nuevo edificio una sala teatral de características semejantes a la demolida. La aclaratoria se completa contemplando, además, que la reconstrucción de los espacios teatrales tienen que cumplir con ciertos requisitos, como asegurar igual superficie de camarines y hasta un 10% menos del total de la butacas, permitiéndole al propietario la división en salas de menor tamaño y estableciéndose un plazo de 365 días para su construcción.


El fantasma de la demolición

Crédito: Diario El Día

Desde 1973 y hasta finales de 2011, el Teatro Argentino– (antes Teatro de la Zarzuela), que vivió durante años en la calle Bartolomé Mitre al 1441, estuvo muerto. Los restos fueron cenizas provocadas por el fuego de la bomba molotov que un grupo comando armado arrojó una noche de función de Jesucristo Superstar. Y aquellas paredes que por años hicieron eco de las voces de actores del calibre de Parravicini, ahora no eran paredes, eran rejas de una playa de estacionamiento, como le había pasado al Odeón. En 1985, el Ministerio de Educación y Justicia declaró al Odeón monumento histórico y esa resolución lo salvó, aunque no indefinidamente. A principios de la década del 90, durante la gestión de Carlos Grosso en la ciudad, se dejó sin efecto esa protección y se autorizó la demolición del teatro.  Afortunadamente el caso sigue en pie, en gran parte por la insistencia de la gente que nunca dejó de pedir por la restauración del Odeón.  

Carlos Rottemberg afirma que a pesar de estar en tratativas para ser espacio teatral “en la práctica el Odeón o el Argentino hasta el momento solo muestran los edificios con otros fines y los espacios libres sin empresa teatral a cargo. O sea que hasta acá el único que aparentemente avanza es el Politeama que tiene persona/empresa teatral atrás”.  El teatro Politeama es uno de los pocos que en la actualidad posee 700 localidades en su interior.

Argentina ha sido cuna del arte y el teatro, la avenida Corrientes es un ejemplo viviente de esta hazaña. Hay teatros que se han mudado, como el San Martín, y otros tantos que siguen en pie, como el Colón.  El desafío ahora es proteger y salvar parte de la historia que aún sigue latiendo por las calles porteñas sin olvidarse de los ya perdidos, ignorados, opacados. No hay que olvidarse del teatro que pudo estar en cualquier esquina de avenida Rivadavia y ahora no está, ni de las risas de los italianos, ni del Odeón ni del Argentino. Porque donde ahora hay una obra en construcción, un edificio de arquitectura moderna, un espacio vacío, antes hubo un teatro, con vida propia.

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