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El otro lado de la adicción

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Hombres y mujeres de distintas partes del Gran Buenos Aires esperaban ansiosos que se iniciara la charla. Estaban sentados formando un círculo y conversaban. El deseo de compartir experiencias se percibía en la habitación, era indispensable hablar sobre la adicción de sus hijos.

La necesidad de contención de las familias de los jóvenes con problemas de adicción es alta. Para acompañarlos correctamente en el proceso de rehabilitación, deben superarse momentos difíciles, culpas y angustias. Según comentaba Lidia en la reunión, el proceso no es tan fácil: “Mientras nuestros hijos o familiares están en el centro, nosotros estamos acá afuera y tenemos que aprovechar ese momento para fortalecernos. Primero, debemos sacar la angustia hasta que no nos queden más pañuelos, y segundo, darle un amor responsable a nuestro familiar adicto y acompañarlo en su camino”.

La mujer de aproximadamente 45 años hablaba con convicción y fortaleza. Se notaba que había sufrido mucho acompañando en su rehabilitación a Daniela, su sobrina quien había recibido el alta hacía unos días. La joven, que había estado internada por dos años, llevó a su familia a la desesperación por su dependencia al paco.

“Mi sobrina empezó consumiendo marihuana, nos preocupamos pero pensamos que era una actitud rebelde. Nos dimos cuenta de que no era algo pasajero cuando empezaron a faltar cosas en casa: zapatillas, pequeños electrodomésticos y joyas; entonces entendimos que nuestra Dani nos robaba para poder comprar droga”, recordó Lidia.

Al mismo tiempo, exhortaba y aconsejaba a los demás presentes: “Lo más importante para todos es que se apoyen mutuamente, vengan a este grupo, vayan a Nar-Anon y también que cada uno haga terapia”.

Veintitrés personas más escuchaban muy atentamente, y al finalizar su turno, todos los presentes le agradecieron por su participación. Dirigía la reunión Cristian Seoane, el director del Centro de Rehabilitación “Virtudes”, ubicado en Monte Grande, provincia de Buenos Aires, y los demás asistentes eran familiares de jóvenes y adultos internados allí.

Muchos aspectos los diferenciaban como su vestimenta y su vocabulario, pero compartían las mismas preocupaciones: la vida de sus hijos y el temor a que se escaparan del centro. Seoane los tranquilizaba asegurando que estaban custodiados las 24 horas y les pedía que depositaran su confianza en la institución.

Las familias de jóvenes en recuperación de su adicción a las drogas requieren un espacio no solo de contención, sino también de intervención estratégica ya que son parte importante de la situación-problema. Aunque ellos no sean consumidores, los padres deben sentirse parte del problema, no como causantes del conflicto sino como parte de la solución.

Verónica Mora, médica psiquiatra, presidente honoraria de la Asociación de Psiquiatras Argentinos, dijo que en general los centros de rehabilitación tienen espacios donde se brinda la ayuda y el seguimiento necesario a las familias. Mencionó además que si no lo poseen, deberían, pues son esenciales en la trayectoria del tratamiento. Además, indicó: “Toda la familia requiere asistencia desde sus diferentes posiciones y roles”.

En general las entrevistas pueden hacerse solo con el paciente, en reuniones donde asisten todas las familias o espacios vinculares donde puede participar el paciente con sus padres. Esto depende de cómo vaya cursando el proceso de rehabilitación y qué cosas vayan surgiendo de él, pero normalmente hay diversos espacios de contención.
Así como la terapia del adicto es extensa, el tratamiento para las familias también lo es. Este es un proceso que tiene un largo camino por recorrer, donde nadie se tranquiliza de un día para otro.

Existen tantos casos de adictos como de familias afectadas por esta enfermedad, es por eso que la drogadicción tiene un alto costo para la sociedad. Según un estudio realizado por la Fundación de la Universidad Argentina De la Empresa (UADE), la mitad de la población argentina conoce directa o indirectamente a personas con problemas de drogas; en el Área Metropolitana de Buenos Aires esta proporción asciende al 60%. Además, la mitad de los argentinos asegura que es alto el consumo de estupefacientes en su barrio. Respecto a los distintos tipos de drogas, los argentinos consideran que el paco, la cocaína, el éxtasis, los solventes y los alucinógenos son dañinos para la salud, pero tienen una visión más atenuada sobre la marihuana.

Si bien la problemática que comparten las familias es la misma, cada una decide optar por la ayuda profesional en distintos contextos. Juana, madre de una joven en rehabilitación, compartió su experiencia: “Le dije a mi hija, Emilce, que íbamos a comprar un par de zapatos cuando en realidad la estaba llevando a Virtudes para internarla por su adicción a los alucinógenos”.

Juana agregó que antes pensaba que podía manejar la situación: ¨Internarla era algo muy difícil para mí porque no conocía de qué se trataba, porque nunca tuve un hijo con adicción. Pensaba que yo podía ser la culpable porque no sabía cómo actuar”.

Mora señaló que en estos casos la lógica de pensar un culpable no tiene sentido. “Me parece que las historias individuales pueden dar explicación suficiente; esta es una enfermedad que tiene determinantes muy diversos, tanto biológicos como sociales”, agregó. La culpa tiene que ver con el delito, es decir que pensar que hay un culpable sirve si hay un acto delictivo para sancionar. En el ámbito de la salud no se pena ni se culpa, se busca un tratamiento para la enfermedad.

La dependencia emocional de personas que tienen una relación muy estrecha con otra, víctima de cualquier tipo de adicción, se denomina coadicción. Estas hacen suyo el sufrimiento del paciente. “La definición de coadicto tiene que ver con una patología del vínculo”, explicó la psiquiatra Mora. Agregó que pueden existir miembros del grupo familiar o del grupo inmediato que funcionan como codependientes porque su comportamiento está estrechamente ligado al adicto.

Cristian Seoane explicó que el adicto consume sustancia mientras que el codependiente consume al adicto, es decir que deja de vivir su propia vida para dedicarse totalmente a la enfermedad del otro. Aseguró que los dos, tanto adicto como coadicto, necesitan de un tratamiento para recuperarse físicamente y para sanar emocionalmente.

Juana pudo superar su coadicción luego de que su hija fuera internada. “Desde que entró, me tranquilicé porque sabía que Emilce estaba bien cuidada. Me costó al principio pero luego de un tiempo comencé a ordenar mi vida porque sé que ella está ahí y no se va a mandar ninguna macana. Aparentemente en el centro aprendió lo que yo nunca le pude enseñar. Realmente necesitaba de profesionales”, contó.

Para lograr el bienestar personal y familiar se necesita de profesionales como médicos, psicólogos y trabajadores sociales que traten en paralelo la drogadicción y la codependencia parental, con el fin de restablecer la armonía dentro del núcleo familiar.

Mora explicó que no hay recetas que seguir cuando se trata de acompañar a un joven en rehabilitación: “Lo más importante es no negar ni minimizar el problema, hay que tratar de hablar sinceramente con la mayor honestidad posible, tanto como con el sujeto afectado como con sus familiares.

Un diálogo en donde se diga y se escuche, con ida y vuelta. Después, buscar ayuda y recursos. Siempre es recomendable la consulta profesional y no quedarse con lo que se habla con conocidos o la información básica de internet”.

Autores: Manuela Córdova, Pilar Ise Gelsi y María Eugenia Aiello.

N. de R: Los nombres de los testimonios han sido modificados para preservar la identidad de las personas. Los grupos de Famila Nar-Anon se definen a sí mismos como una confraternidad mundial formada por familiares y amigos de personas adictas que comparten su experiencia y sus problemas. Véase: http://www.naranon.org.ar/naranon.html

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