“Los chicos fueron los que hicieron el esfuerzo más grande en los últimos meses”, dijo la ministra porteña Soledad Acuña. Pues el impacto de la crisis tanto sanitaria como económica y social, impactó considerablemente en los menores.
María Eugenia Martínez, psicóloga de la Universidad de Buenos Aires, aseguró que los niños se adaptan muy fácilmente a nuevas situaciones, ya sean pequeños cambios o situaciones extremas. “Tienen una potencialidad innata de aprendizaje y se encuentran en continuo desarrollo. Poseen una gran flexibilidad a la hora de enfrentar situaciones nuevas, que se relaciona con su condición maleable y de mayor plasticidad”, explicó.
Sin embargo, esto no quiere decir que dichas características no afecten en ellos: “Por más de que muestren aceptación y se los vea desarrollándose correctamente ante estos sucesos, los niños se consideran un grupo de alto riesgo en casos de crisis. Ellas tienen un alto impacto en la psiquis de los mismos, ya que se encuentran en un estado de vulnerabilidad máxima”.
De esta manera, el entorno del menor se vuelve fundamental a la hora de obtener herramientas para poder lidiar una circunstancia tan particular. Pero, ¿qué ocurre cuando los padres también transitan una crisis? Durante la cuarentena, el desempleo aumentó un 13,1% para el mes de septiembre. Esto afecta a 2,3 millones de argentinos y es la cifra más alta desde el año 2004. Por lo tanto, millones de familias se vieron impactadas por la pandemia, y esto genera una alteración en el mecanismo del hogar. Además, para el mes de julio ya 341 parejas habían pedido el divorcio en la Ciudad de Buenos Aires. Este contexto de choque, tensión y discusión también tiene consecuencias en los más menores del hogar.
Susana Mandelbaum, miembro vitalicio de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) informó: “Nosotros detectamos un aumento de la irritabilidad, tanto en los chicos como en los padres. Ellos pasaron a tener poca tolerancia a la espera y a la frustración. Si los padres no están con trabajo, llevándose bien entre ellos o surgen conflictos internos, la contención a los chicos empieza a fallar”.
Bajo la misma línea, la psicopedagoga Liliana Volando indicó: “En un momento de vulnerabilidad y fragilidad, los chicos tienen menos recursos simbólicos para poder procesar y metabolizar un reto, un enojo o una pelea con sus padres. Entonces hay que realizar un trabajo psíquico que desgasta y una situación impactante que puede ser traumática”.
Tanto Martínez, como Mandelbaum y Volando coinciden en un factor fundamental que condiciona el impacto de cada niño: la contención.
“Cuando el nivel de estrés es excesivamente alto falla la contención. El problema es que no hay referentes cercanos como maestros, amigos, tíos, abuelos y más parientes”, analizó la psicóloga Mandelbaum, especializada en niños, adolescentes y familias.
Además, una cuestión importante a tener en cuenta es el abuso intrafamiliar en medio de un contexto donde lo que ocurre en el hogar es lo único que se consume. “A nosotros nos preocupan las familias donde hubo un exceso de angustia y de preocupación por circunstancias de violencia y abusos tanto físicos, como emocionales o sexuales”, aseguró.
Luego, continuó: “Al estar en contacto tan estrecho esto se ha incrementado y obviamente va a dejar secuelas a largo plazo, como cualquier experiencia adversa en la infancia”.
A su vez, Volando explicó que la convivencia 24/7 genera una impaciencia en los padres que deriva en un sentido constante de impotencia y un incremento de agresividad.
La psicopedagoga, al igual que su colega de la SAP, también se refirió a la ausencia de referencias: “Las familias estaban organizadas de tal manera en que los padres trabajaban y dejaban a los chicos en el colegio. Sin embargo, con la pandemia las redes de sostén y acompañamiento se modificaron completamente”. También mencionó una desorganización tempo-espacial donde cada integrante de la familia ha perdido su intimidad. “Hoy los padres son partícipes de las actividades de los chicos, intervienen, se meten en sus computadores y escuchan sus conversaciones. Lo mismo ocurre con los adultos”, agregó.
La educación en tiempos de pandemia
La cuarentena trajo una nueva modalidad; los padres se convirtieron en maestros, los maestros en psicólogos, el living un patio de juegos y la cocina una especie de laboratorio artístico. El hecho de aprender y enseñar en casa derivó en una serie de reflexiones por parte del mundo de las ciencias sociales.
Según Liliana Volando, estudiar de manera remota trajo una incomodidad y sobrecarga tanto para los alumnos, como para los padres y docentes. Si bien ella manifestó que “la escuela no es el edificio”, también opinó: “Nunca será lo mismo. Para los niños es absolutamente fundamental construir con otros, comparar resultados, pensar con otros. La construcción de los conocimientos no es en soledad”.
En cuanto a Mandelbaum, los definió como “huérfanos” de la educación: “No es lo recomendable bajo ningún punto de vista. Si bien se hizo lo mejor que se pudo, la cuarentena no pudo reemplazar aspectos importantes en el desarrollo de los chicos como la rutina, la interacción, la amistad, la resiliencia, el compartir”.
La integrante de la SAP también hizo hincapié en el hecho de que todos los alumnos pasarán de año. “Aprobar o no pasó a un lugar secundario. El año que viene habrá que nivelar y enfocarse en la singularidad. Los maestros van a tener que tener una actitud más comprensiva. Sin embargo, en ninguna clase los chicos están nivelados, siempre hay un grupo que va más rápido y otro que va más lento. Esta es la realidad y el año que viene pasará un poco lo mismo”, sostuvo.
A su vez, la psicóloga habló sobre los alumnos que no pudieron acceder a la educación por falta de dispositivos económicos o por vivir en una situación de vulnerabilidad social. A través de una comparación entre el sector público y privado, confesó: “La desigualdad educativa existió siempre”. No obstante, aclaró que la cuarentena acortó la brecha ya que en ningún caso se logró un aprendizaje ideal. “Pasó a ser una escuela tediosa y nadie aprende bajo el tedio”, opinó.
Cuáles serán los efectos post-pandemia
Sin dudas la población infantil fue la protagonista de los expertos, quienes todavía no pueden definir con certeza cuáles serán las consecuencias a largo plazo. Sin embargo, se puede hacer una aproximación sobre qué les costará más, a qué grupo específico y cuáles serán sus obstáculos a la hora de recuperar su vida social.
“Una de las principales dificultades va a ser sacarlos de las pantallas”, manifestó Mandelbaum. La virtualidad se convirtió en la única herramienta que les permite interactuar con el afuera; maestros, familiares, amigos y hasta médicos pediatras. Además, no deja de ser una forma de entretenimiento. En los últimos meses, el tiempo de ocio y las horas de estudio se fusionaron en una pantalla. Es así como será un desafío para los padres, docentes y profesionales analizar cómo tratar este tema para no generar consecuencias negativas a largo plazo.
Por otro lado, la psicóloga explicó un segundo fuerte impacto: “Al no haber interactuado en la escuela, no se les enseñó la importancia de la colaboración, la solidaridad, la responsabilidad y el compromiso. Si eso no se les enseña en la escuela, es más complicado que los chicos lo piensen por su cuenta. Y eso es muy perjudicial”. Con una cuota de optimismo, agregó que si bien faltó la enseñanza de dichos valores, los menores lograron aprender otras actividades del hogar que también son muy importantes.
Con respecto al grupo etario que más sufren en este momento, Mandelbaum apuntó que son los adolescentes. “Es una edad donde el contacto social es absolutamente imprescindible. La falta de acompañamiento implica un alto grado de sufrimiento. Los jóvenes están en una edad de salir de su casa, esquivar a la familia y tener que estar las 24 horas con ella es muy duro”, señaló.
Por último, indicó que no todos los casos son iguales ya que depende de las condiciones y recursos que tuvieron tanto padres como hijos. Según un informe del Gobierno Nacional en 2016, el 53% de los casos de abuso sexual infantil ocurre en el hogar de la víctima. El 47% de las víctimas tiene entre 6 y 12 años, mientras que el 28% entre 0 y 5, y el 25% entre 13 y 17. Ellos, sin dudas, serán quienes padecerán las consecuencias más arduas de la pandemia.