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Círculo vicioso: por qué las redes sociales son tan adictivas

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Casi sin parpadear, una preadolescente de unos 12 años clavó su mirada en un punto fijo. Sus ojos marrones reflejaban una luz tenue y sus dedos se movían a gran velocidad mientras texteaba en su celular. En ningún momento levantó la vista. Ni siquiera al caminar por la sala de espera del Sanatorio Güemes, ubicado en el barrio porteño de Palermo. Del otro lado del país, en la ciudad de Salta, un niño de unos 11 años esperaba que le entregaran un cono helado de McDonald ‘s. Él, solo le sonreía a la pantalla que saltaba de WhatsApp a Instagram una y otra vez con el desliz del pulgar. Ambos parecían hipnotizados por los píxeles de sus dispositivos.

El 88,9% de la población argentina entre los 4 y 65 años posee conexión en la red, según el último informe sobre el Acceso y uso de tecnologías de la información y la comunicación (TICs). Además, los resultados del estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), plantea que “los niños, niñas y adolescentes entre 4 y 12 y 13 a 17 años constituyen los grupos cuya utilización del internet supera al celular”.

Considerando que Internet permite el acceso a redes sociales, información web y juegos en línea de todo tipo, los menores de edad se encuentran expuestos al mundo virtual en plena etapa del desarrollo. Pero, ¿qué hace que las redes sociales sean tan adictivas? ¿Se puede ser adicto a un ambiente que no es tangible?

Por qué las redes sociales son tan adictivas.

Laura Krynski, miembro de la Asociación Argentina de Pediatría (SAP), describió a la adicción como “un mecanismo neurobiológico que escapa de la voluntad a cualquier edad”. El sistema nervioso central se encarga de recompensar al cerebro ante un estímulo que genere felicidad, placer o gratificación. El problema surge cuando la persona experimenta de manera constante los estímulos que le producen placer, convirtiéndose en dependiente del estímulo y, por ende, sufriendo gravemente la reducción de la sensación placentera. En otras palabras, y como indicó Krynski: “Uno siempre quiere experimentar más felicidad y cuanta más felicidad experimentamos, caemos más profundo”.

“La intromisión de la tecnología y la invasión en la vida cotidiana de las familias”, fue un suceso que Krynski, la también expresidenta de la subcomisión de TICs, notó alrededor del 2010. Como pediatra, Laura es médica de cabecera de las familias por lo que detenidamente observó que los dispositivos eran utilizados como “recurso de consuelo, premio o castigo”. Así, empezó a investigar en un grupo de la SAP sobre el vínculo entre jóvenes y la nueva era tecnológica.

“Es una adicción a los entornos virtuales”, aseguró la doctora. Al recibir un me gusta, una notificación, un comentario o una mención, la persona tiene “un subidón hormonal”, de dopamina y serotonina. Dos neurotransmisores vinculados a la felicidad y el placer. Además, recalcó que “las plataformas se construyen en base a diseñar la adicción”, no solo porque los algoritmos son específicos para los usuarios sino también por la “velocidad de imagen, sonido e interacción con los contenidos”.

En promedio, el 68,2% de los argentinos posee algún perfil en las redes sociales, según el estudio anual Digital Data Report 2024. Asimismo, Argentina se encuentra en el onceavo puesto del ranking que mayor tiempo navega en diversas plataformas y es la tercera nación que más consume contenido en Instagram, únicamente con dispositivos Android.

Una de sus fieles consumidoras es Violeta, una adolescente de 14 años, cuyo apellido (y el de las demás menores) no será nombrado para evitar su exposición. “Ver videos, fotos o cosas que publican los famosos me parece algo entretenido”, comentó. Ella admitió que pasar alrededor de cuatro a nueve horas al día en su celular es perjudicial, pero al mismo tiempo lo tiene “incorporado”. Pese a que intenta “no estar 24/7 con las pantallas”, vivir en redes es una especie de instinto. Una necesidad básica presente.

El 88,9% de la población argentina entre los 4 y 65 años posee conexión en la red, según el último informe sobre el Acceso y uso de tecnologías de la información y la comunicación (TICs).

El hecho de no tener el celular en las manos pareciera serle “raro”. El vacío que le provoca no estar conectada sólo puede llenarse con recomendaciones infinitas que ofrece cada aplicación dentro de su página de inicio. “Siempre tengo que usarlo”, confesó la joven.

Adicción al celular

Las hermanas Carolina y Micaela con 16 y 13 años respectivamente, se encontraban en el living de su hogar. De fondo se escuchaba el tránsito de la calle y el chiflido de los colectivos que apenas dejaba escuchar sus voces. La hermana más grande se acomodó en un sillón individual, acolchonado y grisáceo en el costado derecho de la sala. Mientras tanto Micaela movió unas sábanas blancas para acomodarse en el otro extremo del cuarto. Con sus manos estrujaba el celular sobre sus piernas que rozaban el piso con las puntas de los pies.

– ¿Se sienten adictas al celular?
– Creo que sí – dijo Carolina
– Yo también – afirmó su hermana

Ambas consideraron que procrastinan ilimitadamente a causa de las redes. “La otra vez estaba utilizando mucho TikTok y me lo desinstalé”, recordó la hermana mayor con una sonrisa tímida en el rostro. Acto seguido finalizó su breve anécdota diciendo: “No duró mucho, a la semana me lo volví a instalar”.

– ¿Te pasó de quedarte horas con el celular y dormir poco en las noches?
– Si, si muchas veces – admitió Micaela.
– ¿Qué tenías que hacer al día siguiente?
– Tenía clase. Un examen. Una salida – rememoró la joven.

La pantalla del celular parece decir hola. La luz blanca aparenta abrazar por las noches. Y el scrolling infinito simula ser un viaje desde la comodidad de la cama que en ocasiones deja trasnochado a más de un individuo. Según Laura Krynski, “la calidad del sueño disminuye porque el efecto de la luz blanca sobre la melatonina, la sustancia que ayuda a conciliar el sueño, es muy poderoso”. La oscuridad permite el descanso del cuerpo humano porque es el momento del día en el que aumenta la producción de dicha sustancia. La luz del celular solo prolonga las mañanas durante la noche.

– ¿Sus papás saben que tenían redes?
– Creo que al principio no – contestó Carolina quien obtuvo su primer celular a los 11 años.
– ¿Por?
– Porque no sé, no me parecía importante – dijo recostada sobre el sillón.
– Igual – confirmó Micaela.

“Después es más difícil cortar”

– ¿En tu experiencia como mamá cómo se toman tus hijos el hecho de que les restrinjan el uso de pantallas?
– Ehh… jeje, siempre intentan negociar a ver si se puede un poquito más. Pero como es algo que ha estado instaurado desde muy pequeños ya lo toman con naturalidad – replicó Antonella con una cálida sonrisa en el rostro y con su mentón apoyado sobre su mano.
– ¿Te pasó que a veces te sentías abrumada y preferiste dejarlos más tiempo con las pantallas?
– Seee. Muchas veces – respondió.

Antonella Campiantico, licenciada en psicopedagogía y creadora de contenido, opinó que frente a la crisis económica del país los padres pueden “trabajar más de lo normal”, lo cual provoca un agotamiento a la hora de llegar a casa. “Lo más fácil es: lo pongo a ver la tele, lo pongo con el celular”, declaró Antonella con un tono de voz suave.

Las redes sociales tienen algunas funciones que poseen los “controles parentales”.

“El adulto es el que está a cargo del cuidado de ese niño. Es quien tiene que regular el consumo de las pantallas”, expresó seriamente. La licenciada recomienda intentar el mínimo contacto posible con los dispositivos y elegir el contenido que van a consumir los menores. No obstante, como madre de tres hijos, admitió que “hay situaciones en las que la mamá está sola con el nene y recurre a la tecnología”, para así cumplir otras cuestiones de la crianza.

“No está instalado el ¿Qué hiciste hoy en internet?”, reveló Roxana Morduchowicz, doctora en Comunicación por la Université Paris y asesora principal de la Unesco en Ciudadanía Digital. Desde la silla de su hogar, Morduchowicz señaló que los padres “son un actor fundamental”, a la hora de regular la digitalización. Y añadió: “Sin invadir la privacidad, deben saber que aquellos con los que se comunica son conocidos del barrio, de la escuela, del club, del edificio”.

Bloquear la pantalla hasta introducir un código de seguridad. Restringir el acceso a contenidos inapropiados. Inhabilitar el ingreso a internet en ciertos horarios del día. Controlar la actividad en las redes sociales y configurar el tiempo en pantalla permitido. Son algunas de las funciones que poseen los “controles parentales”.

Según la página del Gobierno de la Nación, los softwares espías, mayormente conocidos como controles parentales, son “aplicaciones que las personas adultas pueden configurar en los dispositivos electrónicos con conexión a internet para que los buscadores y plataformas sólo ofrezcan contenidos adecuados a las edades de niñas, niños, y adolescentes”.

Para Antonella, el configurar los dispositivos para que se bloqueen luego de determinado tiempo funciona mejor que decir: “Bueno se terminó la hora”. La principal recomendación que brindó la psicopedagoga es evitar la tecnología porque “después es más difícil cortar”. De esta forma, no se crea una dependencia desde una edad temprana.

Un factor para tener en cuenta es que la edad mínima para crear un perfil es de 13 años. Pese a la normativa, existen menores que logran falsear su edad ya que las plataformas no solicitan la verificación de identidad. Para Krynski, los 13 años son “un estimativo”. A esta edad, el adolescente no solo inicia el secundario sino también el desarrollo de la “autonomía progresiva”. Es decir, la capacidad de tomar decisiones que no impliquen riesgos. Por otro lado, Krynski advirtió que hoy en día los menores reciben su primer celular mucho antes de ser autónomos.

“En la mesa, no. Antes de dormir, no. Cuando estamos todos en el living compartiendo una charla, no”, declaró la médica pediatra con un tono brusco y firme. Del mismo modo, sostuvo que “si los adultos tienen adicción no pueden transmitir otra cosa”. Por ello en su consultorio se trabaja la “dieta de medios”, que consiste en crear “hábitos y espacios libres de tecnología para chicos y grandes”.

– Estamos en un país donde hay más de un dispositivo celular por persona. Y los padres pasan de conexión a conexión, y bueno…– Laura realizó una pausa, miró fijo a la cámara, frunció los labios y con una voz que dejaba notar cierta insatisfacción dijo– Eso circula en la casa como moneda corriente –.

“¿Qué quiero que los demás sepan de mí?”

El adolescente, en plena etapa de formación personal, se encuentra vulnerable frente a un entorno poco transparente. Idealiza lo que ve, se preocupa por su imagen corporal y se deja guiar por recomendaciones de desconocidos creyendo que tienen una vida de ensueños.

Lo que no se ve detrás de la pantalla, es un usuario seleccionando meticulosamente el contenido, bañándose en maquillaje para cubrir “imperfecciones” o acomodando los platos para poder tomar la foto perfecta de la comida. En redes uno elige quien quiere mostrar ya que el contacto cara a cara está siendo reemplazado por la virtualidad.

En la actualidad, la identidad del adolescente se construye en base a los comentarios, los me gusta y los seguidores. Morduchowicz, recalcó que las redes permiten responder a dos interrogantes “¿Quién soy? y ¿Qué quiero que los demás sepan de mí?”. Es una forma de “validar y testear”, la personalidad de cada uno. Para la asesora, este podría ser el motivo principal por el cual el adolescente está tan pendiente de su estatus virtual.

En la actualidad, la identidad del adolescente se construye en base a los comentarios, los me gusta y los seguidores.

Desde el punto de vista de Krynski, a los adolescentes “les cuesta mucho construir una imagen por fuera de lo que las redes digan de ellos”. En el mundo digital, aquellos que reciben tratos hostiles son personas que no están mentalmente preparadas para los “haters”. Además, reponerse de “un comentario ingrato”, puede ser más difícil que sobrellevar las críticas que les digan personalmente. La especialista remarcó, con un tono de preocupación en su voz, que “las redes amplifican lo problemático, lo oscuro y lo tormentoso”.

Más allá de la distorsión de la realidad y de la imagen corporal, la adicción a las redes sociales va de la mano con otros daños sobre la integridad y salud de niños, niñas y adolescentes. Un uso excesivo puede provocar: baja calidad del sueño, mala alimentación, disminución en la capacidad de prestar atención, dificultades para la performance académica, aislamiento social, retrasos en la adquisición del lenguaje y modificaciones en la interacción social.

¿Qué responsabilidad tienen las empresas?

El análisis de Digital Data Reportal, reveló que más de un 62,8% de la población mundial tiene una cuenta en alguna red social. Dicho porcentaje es equivalente a más de 5 mil millones de personas. Pero ¿Quiénes son los responsables de la adicción?

En octubre de 2023, un total de 41 estados de Estados Unidos (EE. UU), iniciaron una demanda a Meta, la empresa líder de Facebook e Instagram. En 233 páginas, los demandantes acusaron a la empresa de diseñar productos aditivos con la intención de promover un uso compulsivo y empeorar la crisis de salud mental en jóvenes americanos. Recientemente Nueva York se sumó a la demanda.

De forma sistemática y consciente, Meta recopilaba y generaba ganancias con los datos personales de usuarios menores de 13 años sin consentimiento de padres y/o tutores. Motivo por el cual también se la acusó de infringir la ley de protección al consumidor y violar el Acta de Protección de la Privacidad en línea de los Niños (COPPA).

A principios de febrero de 2024 se realizó una audiencia televisiva en la Cámara Alta del Congreso de EE. UU. Allí, Mark Zuckerberg, CEO de Meta, pidió públicamente disculpas a las familias que fueron afectadas por el uso de las redes sociales.

Desde la demanda, Meta introdujo nuevas actualizaciones para la protección de cuentas de menores. Entre ellas se encuentran más funciones de control parental, limitaciones en el recibimiento de mensajes y “nighttime nudges”, una función que bloquea la pantalla y le recuerda al usuario que ya es tiempo de dormir. Sin embargo, las medidas fueron calificadas como insuficientes por todas las especialistas consultadas. Al fin y al cabo, la compañía busca rédito económico.

Mark Zuckerberg, CEO de Meta, pidió públicamente disculpas a las familias que fueron afectadas por el uso de las redes sociales.

Las estrategias adictivas que desarrolla cada plataforma surgen de su interés por monetizar una gran cantidad de datos. La información que almacenan puede ser vendida o utilizada para generar publicidades y mostrar el contenido que apela a un target en específico. Lucía Fainboim, especialista en ciudadanía y bienestar digital, destacó que los datos no son exclusivamente un “like”, sino “todo nuestro recorrido”. Por ello las empresas compiten con el objetivo de retener al usuario en su red social lo más que puedan.

El tiempo es un bien preciado para el humano y monetizable para la red. Lucía explicó que el sistema de mercado se basa en “estrategias de persuasión”, que buscan alargar la estadía del usuario dentro del mundo virtual. Los cambios repentinos de luces y colores, la pérdida de la noción del tiempo, el scrolling infinito y los contenidos cronometrados, hacen creer a la persona que “nunca está al día”. Así un usuario agarra el celular para ver la fecha y termina navegando durante dos horas.

– Hay algún curso para hacer. Algo para aprender. Algo que estoy haciendo mal, que podría hacerlo de otra forma. Hay gente que nos enseña cómo doblar las sábanas. Cómo guardar la lechuga. Cómo maquillarnos. Cómo cuidarnos la piel… – dijo Lucía con un ritmo de voz que se aceleraba a medida que nombraba un nuevo ejemplo. Luego de recuperar el aliento, continuó – Es agotador, pero al mismo tiempo nos genera mucha dependencia esto de estar ahí viéndolo –.

De Instagram a TikTok. De TikTok a WhatsApp. De WhatsApp a X. Los sonidos de las notificaciones, la sugerencia de un próximo video, el etiquetado de un amigo, hasta los gráficos de los me gusta, son parte de un sistema diseñado y estudiado para llamar la atención del cerebro humano. Para Lucía no es casualidad que las estrategias se enfoquen en la felicidad a corto plazo porque “cuando tenemos un shot de dopamina, necesitamos más”.

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