Punto Convergente

Tito Ingenieri, más que un “obrero del arte”

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“El único que te recibe al final del día son dos personas: la soledad y tu casa”

Detrás de los anteojos redondos y amarillos, de los overoles y la camisa pintada con la famosa tapa del disco Almendra de la banda de rock Almendra, hay algo más que un hombre con una soldadora. Detrás de unas zapatillas Converse dibujadas, de una barba cuidadosamente descuidada y de una soldadora, hay algo más que un artista. Detrás de todo eso, está Rubén Adolfo Ingenieri o Tito, como lo conocen todos.

Es el antiartista de 64 años que nació en Mataderos, quien se nombra a sí mismo como un “obrero del arte”. Es el antiasrtista que diseñó más de 5.000 piezas,  obras que están en más de 15 países.

“Los artistas se ponen ellos y no están con el público, son muy egocéntricos”, reflexiona. Tito Ingenieri dedica cada escultura, cada trabajo, cada desafío, al público. “Recibí al público que es el primer gran premio”, agradece.

La casa de Tito Ingenieri se encuentra a la vuelta de un descampado con flores amarillas en el interior del barrio precario junto al río en el partido bonaerense Quilmes. Comparado con las casas de al lado, la de su hermano y sus vecino, la Casa de las Botellas, donde vive Tito, es un castillo.

Esa construcción de cemento, arena, cerecita y botellas (“¡No le metan cal!”) es del pueblo de Quilmes, esa casa es Tito Ingenieri. Sin embargo, lleva su tiempo encontrar allí a Tito Ingenieri, si es que en algún momento se lo encuentra por completo.

Pasa la mayor parte del día trabajando en el taller abajo del puente 14 de Agosto, en la misma localidad, espacio que le cedió la municipalidad luego de nombrarlo ciudadano ilustre.

“La mejor terapia es el trabajo, no hay otra terapia alternativa”, jura Tito Ingenieri testigo de los shocks eléctricos y las lobotomías que se realizaban en el Borda, donde él estaba internado por esquizofrenia.

“Yo reconozco la casa como un lugar a donde llego todos los días, puedo vivir ahí, puedo vivir acá adentro- dice golpeando el capot del auto que está reconstruyendo para convertirlo en una casa-. Mi vida es la misma, no cambia mi piel, ni mi vida social”. No representó más que un desafío, “una furia de alguien que no tenía casa y se enojó con él mismo, fue como una gran coraza”.

A los 16 años, a pesar de la buena relación con su padre (tano) y su madre (yugoslava), Tito Ingenieri abandonó la casa de toda su infancia. “Pensé que tenía demasiada edad para estar en la misma pieza donde había crecido, siempre el mismo póster, la misma lamparita, no voy a morir acá”. Así que compró una mochila-carpa y comenzó su vida nómada como Jack Kerouac, viajando con otros a Bolivia y Perú, donde conoció a dos estadounidenses que habían sido corresponsales de la guerra de Vietnam y le dieron la idea de construir una casa 4×4 en un árbol. Y Tito Ingenieri la construyó justo detrás de la actual casa del intendente de Quilmes, Martiniano Molina, gran amigo del artista.

Cuando Tito Ingenieri volvió de la colimba, el árbol y la casa habían desaparecido. Su siguiente morada: un camión frigorífico sin uso. Luego, una casa normal que no duró mucho. Y por último su gran obra maestra: la Casa de las Botellas.

“Es un ídolo, también como persona”, resalta su rubia aprendiz de cincuenta años, Yiya, mientras Tito Ingenieri se tapa los oídos y agrega: “Soy un orientador, no un maestro. Uno se consagra cuando tu alumno te supera”.


Tito Ingenieri es aquel hombre que durmió en un ataúd para generar terror en los ladrones que entraban a su casa a robar. “Era el único lugar donde no tenía frío, dormía ahí con el gato”. Tito Ingenieri es aquel hombre que afirma que la muerte no le preocupa y que vendrá cuando deba venir, aunque el féretro tenía más de una salida lista para escapar.

Tito Ingenieri. Hasta el nombre le pertenece a su público, aquellos a los que les debe todo, con los que trata de compartir cada emoción y sentimiento. “Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu”, escribió Antonin Artaud en El Ombligo de los Limbos, el libro favorito de Tito Ingeniri, el cual lo inspira a pensar, con las pocas palabras que conoce: “A veces la persona tiene esa nostalgia; ataca cuando hace frío, llueve o cuando piensa que la noche viene rápido, y ahí es cuando el vuelo poético viene”. Ahí es cuando las esculturas de Tito Ingenieri toman forma.


Un hombre tan simple con una mente brillante que sin intención se convirtió en un icono en el mundo del arte. “Yo no quiero ser ninguna vedette de la chatarra”, dice, pero las personas de Finlandia, Bélgica y otros lugares del mundo, que vinieron a soldar con el gran Tito Ingenieri, arruinan todos sus planes. “La chatarra es como un charco de hierro y vos cuando miras y ya te identificas y hablan el mismo idioma con el metal, yo trato de transmitirle y decirle voy a darle vida de un manera, en la que otras personas lo van a ver, entonces no se pierde, se multiplica”, añade.

Con el simple hecho de cambiarle el nombre a las cosas, Tito Ingenieri te hace reír. Será su risa, será su manera de decirlo, serán sus pelos parados a lo Einstein o sus ojitos como almendras, pero cuando te dice “pasame un heavy metal” en lugar de un mate, te reís seguro.

Se declara una persona solitaria, pero en menos de una hora, ya pasaron cuatro personas por su taller y todas se tomaron el tiempo de tomar un heavy metal mientra él toma su té sin leche y sin azúcar, un hábito de sus viejas épocas cuando no gastaba porque no tenía qué gastar. “Cuando quieras pasate y tomamos un té”, invita Tito Ingenieri con su voz aguda gastada.

Es muy simple a simple vista, no se hace problema si algún amigo le roba una obra, “es un honor”, pero cada tanto entra en su estudio con mala cara por cruzarse con “tipos malintencionados”. “No soy conformista ni soy un tipo que hago cumplidos, lo que no me gusta no lo hago, lo que no me gusta no lo toco ni lo agarro, tengo mis propias reglas, por eso he vivido una vida solo”, admite Tito Ingenieri. En una mirada más profunda, Tito Ingenieri es el laberinto de Asterión, no se sabe qué hay dentro de su cabeza.


No habla de política, habla de paz, una paz creada por las personas.

-Si la gente cree medianamente un poco en Dios…yo creo un poco en Dios.
-¿Usted es religioso?
-No, soy hipócrita que es diferente. creo en Dios a mi manera, porque Dios (si me perdona y si me quiere), es bueno creer en algo que no vas a ver nunca.

Tito Ingenieri parece un libro abierto: cuenta todo lo que uno quiera saber. “A todos los atiende con la misma atención y humildad sin tener gran tiempo de conversación o amistad te chupa, te adopta, te incluye en el ambiente de él”, admira otro aprendiz, quien sueña con hacer una obra de teatro con Tito Ingenieri haciendo de Tito Ingenieri.

Al final del día, después de decir todo lo que quería que el público escuche,Tito Ingenieri evita con un chiste nervioso la pregunta más íntima:

-¿Cuál es tu peor miedo?
-Volverme a casar.

Fotos: Facebook/TitoIngenieri

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