Punto Convergente

Tras el telón del cambio

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“Los invitados llegan alrededor de las nueve”, contó Susana, la encargada de más de 35 mozos en el pabellón general del bunker de Cambiemos. Eran las 4 de la tarde, y a estos chicos les esperaban más de cinco horas de espera, pero no lo sabían todavía. Sentados sobre las bachas llenas de botellas de Coca-Cola y agua mineral, aguardan pacientemente que lleguen los invitados.

Sobre sus cabezas penden los famosos globos celestes y blancos, reemplazando los amarillos. En las pantallas donde más tarde aparecerían los candidatos, se transmitía “Los Tuyos, Los Míos y los Nuestros”; los guardias pedían que subieran el volumen. La sala, ampliada por la ausencia de gente, parecía oscura y triste a pesar de las psicodélicas luces de colores.

Se acerca la hora de abrir las puertas, pero el horario se retrasa más y más. De 9 paso a 19 y de 10 a 10 y media. Los choripanes, pizzas y empanadas reemplazaron las cazuelas y brusquetas de los anteriores bunkers del pro. “Esto no es más el PRO” explica Jaquelin Ella renguea y aunque está segura de que tiene el tobillo esguinzado, se niega a sentase o buscar un médico. Corta pan y acomoda la comida en bandejas como si no hubiera mañana, mientras el resto de los mozos actualizan Instagram y Twitter tranquilamente. Ya toda la comida estaba servida y apilada, esperando su turno de atravesar la puerta y ya todos los vasos y bebidas posicionados para saciar a los invitados sedientos.

Las puertas se abren pero apenas se nota, una docena de personas ingresa y hay más gente sirviendo comida que consumiéndola. El escrutinio comienza. Los porcentajes se empiezan a formar y el ambiente en la sala va cambiando. Los ojos no se despegan de las televisiones y las bandejas entran y salen de las cocinas intactas. Comienzan a llegar los personajes usuales, las adolescentes cancheras, los hombres con pinta de ocupados, hablando sin cesar por su “cucaracha”, familias enteras y el infaltable Mago Sindientes de el infame elenco de Tinelli. Este personaje está presente en todos los eventos de este tipo y esta vez, hasta un par de los mozos más atrevidos logran fotografiarse con él. “Hasta acá llegan”, nos advirtió Jaquelin por onceava vez, fuera del alcance de las cámaras, casi entre las sombras. “No quieren que parezca que vienen a comer gratis, no tienen que saber que reparten comida”, agregó.

Ya se hacía más tarde, y la cantidad de gente no aumenta y a las once, con apenas 13% de las mesas escrutadas, los candidatos emergen de sus salas vip con sus familias en un costado del escenario. La gente se amontona frente al escenario, pero aun así el volumen es algo triste.

“Nunca vi tan poca gente a esta hora”, comenta Marcos Berro, uno de los mozos más veteranos. Recuerda la fiesta que era ese mismo escenario en las anteriores elecciones y se pregunta si esto será un intento de integrar, invitado menos gente del pro. Las cámaras se acomodan, buscan el ángulo perfecto como aves rapaces. Comienzan a grabar y no parece el mismo lugar. En las pantallas se muestra un gentío animado, camuflado por las luces y Celebra La Vida a todo volumen. El escenario aparece como un faro brillante en medio de la oscuridad

Todo se detiene cuando María Eugenia Vidal comienza a hablar. “No se ni quién es, pero me cae bien” comenta Sofía Campos, que aunque este cursando su segundo año de estudios universitarios, parece no estar al tanto de los candidatos actuales. Comentarios parecidos se escuchan durante la noche, y Vidal se impone como la gran revelación.

Continúan los discursos del resto de los candidatos y sigue la línea de integrar los distintos frentes. Sanz y Carrió, aceptan su derrota con gracia y exhiben su apoyo al cambio, esa palabra que tanto parece repetirse. Un cambio. Parece que todos queremos eso, que el 60% quiere un cambio. Con una última estacada aparece esgrimiendo la última palabra el paladín del cambio, Mauricio Macri. Caen los globos infames sin pena ni gloria y todo termina. De nuevo a sus salas vip, de nuevo a servir agua. El conteo lentamente continua, tan gradual que ni se nota, casi como el éxodo de los invitados, hasta que lo único que queda es el papel picado y algún que otro globo desinflado.

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