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ENDY: un negocio familiar que despacha 500 hamburguesas semanales

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En medio de la pandemia, mientras se cerraban las puertas de los hogares durante semanas, dos hermanos abrieron una hamburguesería en pleno centro de Quilmes. A pesar de la inseguridad y la carga impositiva salieron a flote y despachan 500 hamburguesas por semana.

Nicolás Deya (izquierda) y Federico Deya (derecha) en la caja de hamburguesas ENDY.

De chicos, Federico Deya (24) quería ser detective y Nicolás Deya (22) algo así como un anticuario. Nunca pensaron que iban a terminar abriendo una hamburguesería en la cocina del departamento de su madre. Todo empezó como un chiste en la segunda semana de la cuarentena estricta impuesta por el gobierno de Alberto Fernández. “Teníamos más tiempo para hacer otra cosa”, explica el mayor de los hermanos, quien siempre cocinaba hamburguesas para los amigos solo por “placer” hasta que el hobbie se hizo negocio.

Empezaron un 28 de mayo de 2020 llevando una hamburguesa a seis “privilegiados” (tres amigos de cada hermano). “Mi vieja estaba durmiendo y mi hermano de 13 años (Bautista) me acompañó a las 11 de la noche a repartir hamburguesas por Quilmes Oeste. Como era plena cuarentena, las calles estaban desiertas, así que yo me quedaba en el auto por las dudas mientras mi hermano las entregaba. Era una locura”, relata Federico.

Las primeras 18 hamburguesas

Una locura, pero a la gente le encantó esa locura llamada ENDY que solo sacaba 18 hamburguesas por jueves para asegurarse de agotar el stock y mantener fresca la materia prima. Gracias al boca a boca, la hamburguesería detrás de los hermanos Deya se volvió más conocida y los pedidos comenzaron a hacerse con tres semanas de anticipación; faltaba gente. Tuvieron que contratar motos para que les hagan el delivery y llamar a un par de amigos para que les dieran una mano, el negocio crecía.

“Teníamos que sacar todo de la cocina porque se llenaba de grasa todos los jueves. La gente pedía más hamburguesas, nos quedabamos cortos y salió la posibilidad de mudarnos al quincho de mi abuela”, cuenta Federico. Así fue cómo pasaron de una cocina de un departamento a la del patio de la abuela Grace.

El nombre ENDY viene de la época en que Nicolás Deya pasaba música en los cumpleaños de sus amigos, donde lo apodaron ND, ENDY.

Mientras que 11.800 comercios de gastronomía y hotelería cerraban sus puertas en Buenos Aires (datos de FEGHRA) y vendían cocinas enteras a mitad de precio, los Deya aprovechaban los remates para armar su propia cocina. Freidora por acá, sartén por allá y la cocina ya estaba encaminada para trabajar más días y hacer más que solo 18 hamburguesas por semana.

Empezar un negocio de cero es difícil y más si hay que tener todo en regla, pero como solo eran amigos cocinando para otros amigos, las normas eran más flexibles. “Si hubiéramos contratado empleados, estaríamos fundidos antes de empezar”, explica el mayor de los Deya.

Según el refrán “el amigo en apuro está, no mañana, sino ya”, y los amigos que formaron parte de ENDY estaban en el momento siempre que los necesitaban, pero con el tiempo cada uno tenía que seguir con sus proyectos, por lo que el personal fue disminuyendo, necesitaban contratar gente.

“Nuestros amigos podían pasar y ver a mi abuela tejiendo, pero si contratábamos a alguien eso ya no podía pasar”, problematiza Federico, quien, por suerte, tiene un hermano más imaginativo que él. Sentados en el ya famoso patio del quincho, Nicolás planteó la idea de alquilar una casa, mudarse ahí y seguir cocinando hamburguesas. De todas las ideas que tuvieron los hermanos Deya, esta parecía la más extravagante. Sus padres le dijeron que era una locura, pero les estaba yendo tan bien que los apoyaron. Sin embargo, el plan no era real, hasta que un amigo les ofreció mudarse con ellos a una casa semiderruida pero con su estructura en perfectas condiciones para vivir y cocinar.

Secuestrado

Vendiendo 300 hamburguesas semanalmente, comenzó la mudanza. “Apostando por nuestro país, por nuestro barrio”, escribieron en un posteo del instagram de ENDY el 13 de junio. Una semana después, entraron 6 hombres armados con ametralladoras y pistolas, las caras tapadas y guantes. Sorprendieron a los hermanos, a un amigo que se estaba mudando con ellos (Tomás N.), a la novia de Federico, y a la madre de los Deya. Tiraron a todos al piso, les pidieron los DNI, plata y los amenazaron de muerte mientras les pegaban.

Ninguno tenía plata y la casa estaba casi vacía, así que los delincuentes agarraron a Tomás, lo metieron en un auto y lo llevaron a la casa de sus padres para que les dieran los ahorros de toda su vida. Mientras tanto, el resto de la familia ENDY estuvo encerrada en una habitación por casi una hora sin saber lo que iba a pasar.

Cuando la familia pagó el rescate de su hijo lo dejaron libre. De la casa se llevaron todos los aparatos electrónicos, ropa, dinero que iba a ser destinada a la obra y artículos de la futura cocina.

“Me acuerdo de estar tirado en el piso con las armas en la cabeza y lo que pensaba era ‘Termina esto y me voy a la mierda’”, relata Federico, pero no se fue, siguió adelante, siguió apostando por su barrio. “Te agarra bronca en el momento y después no te queda otra que seguir”, sintetiza Nicolás.

Solo se atiende los jueves

Una clienta de ENDY contó que en el punto más álgido de la pandemia, su hermano, un médico que trabajaba de lunes a lunes protegido de la cabeza a los pies con pacientes con coronavirus se tomaba franco los jueves, “porque eran jueves de ENDY, otro día la hamburguesería no trabajaba”.

Solo los primeros clientes saben del jueves de ENDY, ahora trabajan de martes a domingo de 19.30 a 23. Solo los primeros recuerdan el stock de las 18 hamburguesas. Solo los del medio recuerdan el botón rojo que había que tocar para acceder a tu pedido en el quincho de la abuela. Hoy, a más de 350 personas les sorprende que detrás de un portón despintado haya una mesa de madera con un nylon colgando detrás por donde salen sus jugosas hamburguesas.

Los hermanos Deya comenzaron haciendo hamburguesas en la cocina de su mamá, se mudaron al quincho de su abuela y ahora viven en una casa, donde en el fondo preparan los pedidos que llegan a ENDY.

Los compradores van in crescendo gracias a un Instagram que parece de una hamburguesería palermitana, a las hamburguesas smasheadas (aplastadas) hechas con una selección muy perfeccionista de la materia prima y al cuidadoso trato personalizado con los clientes: “Siempre nos ponemos en el lugar del otro. La gente nos viene a reclamar cosas como si ellos tuvieran la culpa de nuestros errores y cuando les entregas la hamburguesa se van como nenes con un juguete nuevo”, cuenta el hermano del medio.

Desde el Big Mc de McDonalds, pasando por la Au Cheval, y terminando con Gotham Burger, ENDY le rindió homenaje a hamburgueserías de todo Estados Unidos para que los clientes pudieran probar los sabores de las mejores cadenas. “Muchos suelen hacer una hamburguesa al mes, antes eran homenajes, pero ahora queremos ir dejando nuestra impronta. ENDY va hacia un estilo propio, tenemos un jefe de cocina que nos ayuda a crear nuestras hamburguesas, que se dan con la interacción de nosotros con los clientes”, explican los hermanos.

Hoy, con 500 hamburguesas semanales, totalmente instalados en la nueva casa, con personal contratado y más de un delivery, ENDY planea abrir la terraza a amigos y clientes. ¿En un futuro? “Yo quiero un ENDY en cada provincia”, dice el hermano mayor “y aunque sea un local a la calle”, agrega Nicolás.

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