Punto Convergente

El skate que cambió la villa

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Fernando Mirabelli es un skater profesional y está convencido de que “todo puede solucionarse con una tabla y cuatro ruedas”. Con ese mismo skate decidió intentar mejorar al menos un poco las vidas de los chicos que menos tienen.

Así nació Lipan skatebord, un proyecto que comenzó en el bajo Flores hace tres años. La idea principal era generar un espacio común para los chicos en el que pudieran aprender un deporte y, a la vez, un oficio; además de hacer skate también construyen sus propias tablas.

“Muchas veces los pibes viven en casas tan chiquitas que sus camas son los sillones y su mesa de estudio es la mesa donde la mamá cocina, eso los hace sentirse encerrados, necesitan un espacio abierto donde hacer algo que les guste”, explica Fernando.

La organización trabaja en conjunto con otro proyecto, llevado a cabo por un grupo evangelista que le da de comer a los chicos. Lipan skateboard les enseña de skate y, al mismo tiempo, intenta dejar lecciones de vida. “Te caés y te levantás, te caés y te levantás, así es la patineta y así es como tiene que ser en la vida, levantarse hasta aprender”, confiesa Brian de 14 años, uno de los chicos que participa del proyecto.

Aproximadamente una vez por mes alguien que no es del barrio va a participar del proyecto para ayudar a armar o a patinar junto a ellos.  “La idea es romper el encapsulamiento. Cuando una persona que vive en una villa sólo se relaciona con quien vive en el mismo lugar se genera un cierto rechazo o miedo hacia lo de afuera, por eso es tan importante que venga gente a pasar tiempo con ellos”, explica Mirabelli. También realizan excursiones: Fabián de 13 años recuerda con alegría el primer día que vio el río (de la Plata) gracias a la agrupación, que llevó a los chicos a patinar a costanera sur. Ese día, muchos recorrieron la ciudad por primera vez.

“Se copan todos, desde los chiquitos hasta los más grandes, mis chicas no quieren patinar pero siempre van, les gusta ayudar en el diseño de las tablas”, cuenta Fabiana Rosello, madre de 6 chicos. “También es un lugar para la familia, los domingos vamos todos a la pista porque es un entretenimiento, los pibes hacen competencias, piruetas, es muy lindo”, agrega.

En cuanto a la financiación del proyecto, Fernando confiesa sentirse solo en el camino ya que no recibe ningún tipo de ayuda del estado. Por eso tuvo que anexarse al comedor evangelista (que está financiado por la propia iglesia). Los ingresos principales de la agrupación provienen de la marcas auspiciantes – asociadas al surf o el skate –  que donan tablas o los elementos para fabricarlas. Fernando sueña con poder expandirse hacia otras villas o barrios carenciados y para eso necesita apoyo.

El proyecto cuenta con tres voluntarios fijos, que no reciben un sueldo por lo que hacen. Damián es uno de ellos y su sentir refleja el espíritu de Lipan skatebord: “Venimos los jueves a la tarde y damos clase de skate, el domingo nos pasamos todo el día acá y ese el día más hermoso de la semana”.

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