Griselda está sentada sobre el piso sucio de la vereda de la avenida Santa Fe. Son las seis de la tarde de un viernes de octubre. Los oficinistas de traje y zapatos de cuero vuelven a sus departamentos en la zona residencial del centro. Otras personas transitan las calles de Recoleta para hacer compras antes del fin de semana. Desde el suelo, Griselda los ve pasar, tiene sobre sus piernas a su hija, Ludmila, de cinco años. “Me ayuda con algo”, suspira en voz un poco temerosa y con resignación.
Ella mendiga cuando la plata del plan social que cobra no llega a cubrir las necesidades primarias de sus cinco hijos. Oriunda de San Miguel, localidad en la provincia de Buenos Aires, si bien es beneficiaria de un subsidio estatal, cuenta que el dinero que recibe es insuficiente dado que ella mantiene a sus hijos sola.
Parejas abusivas y ausencia policial
Hace poco se separó de su segunda y última pareja, el padre de la nena que está sentada sobre su falda.
Mientras cuenta la historia de su ex novio, la pequeña Ludmila juega con una cajita rosada y toma jugo de un vaso descartable de plástico. El papá de Mumi, como la llama cariñosamente su mamá a Ludmila, está temporalmente detenido por haber golpeado a Griselda. Ella cuenta que cuando su primer pareja falleció, pensó que se había liberado de la violencia. Cuando conoció al papá de su nena no se imaginó que también sería un hombre golpeador.
A medida que avanza en su historia, el rostro de Griselda se endurece. Relata cómo su pareja la convenció de tener un hijo a pesar de su situación económica vulnerable, cómo él la aisló de sus padres y hermanos, cómo de a poco la encerró en su casa y la sometió a una vida miserable.
Adicciones y SIDA
“Siempre andaba con su junta tomando en mi casa -cuenta sobre los amigos de su ex pareja- y yo le pedía que no haga tanto ruído porque mis hijos necesitaban dormir, pero a él no le importaba nada”. Los detalles de la convivencia son escalofriantes.
Al poco tiempo de quedar embarazada de su primer bebé, se enteró de que su novio la había contagiado de HIV. Nunca supo ni sabrá si el hombre tenía conocimiento sobre su enfermedad, ya que falleció hace algunos años a causa de una sobredosis de paco, sustancia que mata a 5 personas por semana en Buenos Aires, según un informe del organismo SEDRONAR.
“Él fumaba paco y cuando venía drogado me pegaba siempre” relata Griselda sobre su ex marido, con la voz quebrada.
Durante su primer matrimonio, Griselda entró en una depresión. Fue diagnosticada por los médicos del hospital municipal de San Miguel, que le recetaron antidepresivos. Su pareja le suministraba las pastillas en dosis más altas de las indicadas. Griselda permaneció una semana adormecida, bajo el efecto de la medicación.
La depresión tras la maternidad se ve aumentada en aquellos casos en que las madres viven en situaciones vulnerables o son sometidas a violencia física o psíquica. Las amenazas de muerte de su pareja, sumada a la ingesta irregular de su medicación generaron que el cuadro de Griselda se complicara y su recuperación llevó meses.
Por otra parte, la semana que permaneció dopada en cama contra su voluntad, le costó la pérdida de su trabajo en una fábrica de cloro. Trabajaba en negro y su empleador no comprendió las razones por las cuales se había ausentado una semana y la echó.
Sin trabajo, a cargo de sus hijos y luchando contra el sida y su depresión, Griselda tuvo que pelear por conseguir una orden de arresto contra su marido golpeador. “Yo le pedía a los policías que venían a mi casa que se lo lleven detenido, lo subían al patrullero y al día siguiente ya lo volvían a liberar” asegura y advierte que regresaba aún más enfurecido, bajo el efecto de la pasta base, a la casa que compartían.
Cuando decidió terminar con la relación, Griselda que ya no tenía contacto con su familia, sufría constantemente las visitas en medio de la noche de su ex pareja, quien entraba a los golpes a la casa en la que ella vivía con sus hijos y recibía palizas delante de ellos.
Ella relata que, dado que siempre recuperaba la libertad, pidió una orden de restricción perimetral pero el hombre no la respetaba. Durante las golpizas, la policía llegaba gracias al llamado al 911 de los vecinos que escuchaban gritos de los hijos, testigos del castigo que su padre le imponía a su madre.
La marginalidad de las víctimas
“Varias veces me vinieron a ver esos grupos que ayudan a las mujeres como yo, pero con la policía no hay caso” asegura sobre la reincidencia de su ex. Griselda comprendió que nunca tendría paz en aquella casa de José C Paz y tampoco podría ir a lo de sus padres en San Miguel.
Allí vive su madre, quien padece de alcoholemia, su adición genera situaciones violentas constantemente. Además su relación con los padres se encuentra deteriorada por el rechazo que su pareja generó tras la falta de contacto durante su período con depresión.
Caer en la indigencia tiene más de una causa
La vida de Griselda está signada por la violencia familiar, la precariedad laboral, la falta de educación sexual, la adicción a las drogas y al alcohol de su madre y sus parejas y el desamparo que sufren la mayoría de las mujeres con hijos que son víctimas de la violencia de género.
Ahora Griselda se “refugia” en la calle y se las rebusca para conseguir dinero para sostener a sus 5 hijos. La ayudan sus hermanas y las Asignaciones Universales por Hijo, que normalmente dice que no le alcanzan.
Escapó de su casa por miedo a las represalias de su ex tras haberlo denunciado en una comisaría. Todavía no pudo encontrar una solución permanente para vivir con tranquilidad donde solía hacerlo con su pareja e hijos, en José C. Paz, provincia de Buenos Aires, porque la amenaza es constante.
Hace aproximadamente un año, se realizó la primera marcha denominada #niunamenos, que en 2016 se replicó en varios países latinoamericanos que reclamaron justicia para las víctimas de femicidios y por la sanción de una ley que genere mejores condiciones para el tratamiento de las víctimas de violencia de género.
Griselda es parte de la realidad que sufren muchas mujeres, cientos de ellas ya han perdido la vida a causa de la violencia doméstica, tanto física como psíquica. Muchas
otras sobreviven tras haber escapado de sus hogares, la mayoría no se anima a contarlo. Griselda lo hizo.
Huir de un hombre violento implica abandonar la posibilidad de vivir bajo un techo, implica condenar a los hijos que se tuvieron con esa pareja u otras a vivir miserablemente. Huir implica enfermedades, hambre, miseria. Pero irse aparentemente es el único destino posible si una mujer golpeada quiere vivir para ver crecer a sus niños.
Perder la vivienda es perder la condición de persona
En la Ciudad de Buenos Aires, como Griselda hay otras 876 personas en situación de calle, según datos del Ministerio de Desarrollo Social.
Sin embargo este dato fue analizado por el sitio chequeado.com y lo calificaron como insostenible, dado que se estima que el relevamiento no contempló a todas las personas que actualmente están sin techo y excluyó la emergencia habitacional en la que viven muchas personas.
La ONG “Médicos del Mundo” asegura que las personas que sobreviven en las calles porteñas son más de 16.000, cifra que sí contempla a quienes están alojados en paradores y aquellos que sufren riesgo de desalojo.
“Me da una moneda” frase tan escuchada de quienes por múltiples causas están condenados a dejar de ser parte de la gente parece no generar cambios sustanciales a favor de los olvidados.
El informe sobre pobreza de la UCA o el de emergencia habitacional de TECHO inundaron las pantallas de los noticieros y las páginas de los diarios.
El gobierno adopta medidas y programas para cubrir la problemática de la violencia doméstica y la falta de vivienda, pero suelen ser soluciones temporales e insuficientes.
La opinión pública se impregna del tema, recuerda al sector vulnerable pero hace falta entender que aquel que está sentado en el suelo necesita algo más que solamente nuestra opinión, que ignora las causas por las cuales se encuentra allí.