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Un viaje en el tiempo: la colonia menonita “La Nueva Esperanza”

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La comunidad menonita llegó en la década de los ’80 a nuestro país, escapando de la modernidad y buscando tierra fértil donde sostener su modo de vida. La Pampa fue el primer lugar donde se asentaron, luego crearon dos más en Argentina, en Santiago del Estero y San Luis. Hoy, son más de 1800 menonitas viviendo en la colonia de Guatraché.   

Desde la Ruta Provincial 3, el paisaje parece el mismo que en cualquier punto del sur pampeano: campos secos, molinos, alguna vaca aislada, y caminos de tierra. Pero a la altura del kilómetro 35, sin grandes señales, el entorno cambia. Los alambrados están perfectamente tensos, los postes pintados de blanco, la tierra prolijamente nivelada. Todo tiene un orden casi irreal.

Bienvenidos a La Nueva Esperanza, la colonia menonita de Guatraché.

La colonia se divide en nueve campos, y cada uno suele identificarse por algo característico. Por ejemplo, en el campo Nº 2 se encuentra la concentración de fábricas metalúrgicas, el N°4 alberga la Iglesia donde da la misa el Obispo, y el Nº 6 es considerado el centro de la colonia, donde está el histórico almacén de Abraham Brown.

Al atravesar la tranquera del campo N° 2, se despliega un camino de tierra largo y ancho acompañado de árboles a los costados donde se encuentran las casas, los galpones y las máquinas y tractores de los menonas. A la entrada de muchos hogares, se repite la misma postal: un pequeño carro con ruedas gruesas, cargada con tarros de acero inoxidable recién llenos de leche. Esperan, prolijos, a que alguien los venga a buscar.

Por la calle rural circulan buggys tirados por caballos que trasladan menonitas por la colonia. Es su medio de transporte, y cada familia tiene uno. Aunque no es lo único que transita por el pueblo, ya que cada tanto pasa alguna que otra camioneta de productores o empleados que trabajan con los colonos.

Imagen de una familia de la Colonia Nueva Esperanza

El aspecto de los menonas parece una imagen detenida en el tiempo. Los hombres lucen camisas lisas, de colores apagados o neutros, combinadas con pantalones oscuros y tirantes que ajustan con precisión. Sobre sus cabezas, sombreros o bombines negros los protegen del sol, completando un estilo tanto sobrio como funcional y práctico.

Las mujeres, por su parte, visten largos vestidos que cubren sus brazos y piernas, siempre sin estampados llamativos. Sus colores suelen ser discretos, del blanco al marrón y azul oscuro, reflejando la modestia que los caracteriza. En la cabeza llevan pañuelos o cofias que ocultan el cabello, un símbolo constante de humildad y fe. Su aspecto es sencillo, limpio y ordenado.

“Las mujeres se diferencian entre solteras y casadas según el color del pañuelo”, explica Marianela Delú, experta en la comunidad menonita y escritora de un libro sobre la colonia La Nueva Esperanza. Las solteras usan el blanco, mientras que las casadas el negro, y subraya que “el color es fundamental”.

El camino de tierra, los buggys, las máquinas con ruedas de hierro o madera, los mamelucos azules, los tarros con leche ordeñada y el silencio que invade el campo describen su forma de vivir: tranquila, austera, en comunidad. La vida allí transcurre con otras reglas.

Muchos no nos entienden, pero preferimos la vida simple, sin tentaciones“, cuenta Isaac Penner, uno de los pioneros de esta comunidad fundada en 1986 por cinco familias que llegaron desde México. “Queremos vivir en paz, trabajar, criar a nuestros hijos lejos de las cosas malas que trae la tecnología“, sostiene.

De Rusia a La Pampa: la migración de los menonitas

Los menonitas son una comunidad religiosa anabaptista que se caracteriza por su modo de vida rural y su intención de mantenerse alejados de la tecnología y las influencias del mundo contemporáneo para preservar un estilo de vida sencillo y dedicado a sus creencias religiosas. En su día a día, utilizan el dialecto alemán bajo, conocido como Plautdietsch, mientras que en sus instituciones religiosas y educativas emplean el alemán alto (Hüachdietsch).

La historia de los menonitas se remonta al siglo XVI, cuando Menno Simons, un reformador holandés y pacifista, defendió el bautismo adulto y fue perseguido por la Iglesia católica, lo que obligó a sus seguidores a migrar por Europa central.

Según el antropólogo Lorenzo Cañás Bottos en Christenvolk, en 1786 la emperatriz Catalina II de Rusia les ofreció tierras y autonomía religiosa, educativa y administrativa, además de exenciones impositivas y militares, pero estos privilegios fueron revocados y en 1873 comenzaron a emigrar a Canadá. Allí también enfrentaron presiones, sobre todo en torno a la educación, lo que derivó en nuevas migraciones hacia América Latina, con colonias en México, Belice, Bolivia y, desde 1986, en La Pampa, Argentina.

La familia de Cornelio ejemplifica ese viaje sin fin. “Mis abuelos partieron de Rusia, fueron a Canadá, de ahí a México. Finalmente llegamos acá”, relata. La búsqueda es siempre la misma: tierra fértil, paz y la posibilidad de criar a los hijos bajo las antiguas costumbres.

“Mis abuelos decían que en México faltaba tierra y trabajo”, recuerda Cornelio. Su familia se sumó al asentamiento, que desde entonces ha crecido y se ha diversificado.

A mí me encanta el campo, me van a sacar muerto de acá“, asegura, con esa mezcla de convicción y nostalgia típica de quienes sostienen las antiguas tradiciones.

En 1986, se estableció la colonia menonita La Nueva Esperanza en La Pampa, consolidando la presencia de esta comunidad en territorio argentino. Esta trayectoria migratoria refleja la constante búsqueda de un espacio donde preservar su identidad religiosa, cultural y social, a pesar de las transformaciones y desafíos que enfrentaron a lo largo de los siglos. “Estamos re chochos en la provincia de La Pampa”, confirma Cornelio con una sonrisa.

La religión

La religión menonita no es un ritual de los domingos como se acostumbra: es un marco total de vida. Sus fundamentos se remontan a la vuelta a los valores originales del cristianismo: humildad, pacifismo y vida comunitaria. Esa doctrina, heredera del anabaptismo, rechaza el bautismo infantil, la violencia, el lujo, y cualquier intervención del Estado en los “asuntos del alma”.

Dentro de la colonia, la fe lo atraviesa todo: la organización del trabajo, la educación, la forma de vestirse y hasta el modo de hablar. No se celebran fiestas con gran alboroto, no se escucha radio, no se baila. Aunque por las continuas relaciones comerciales y laborales con el exterior, los más jóvenes sí van tomando algunas costumbres del “afuera”.

Se reza en silencio, se decide en grupo y se predica con el ejemplo. Las decisiones se toman en asamblea, sin jerarquías impositivas, y cada predicador es elegido por su vida recta, no por su elocuencia.

Cornelio, un menonita más abierto al cambio

Cornelio tiene alrededor de 50 años, ojos claros y piel blanca. Vive en el campo seis y, junto a su casa, se alzan dos galpones de chapa y una ferretería tipo corralón que marca el pulso cotidiano del lugar. Hay empleados pampeanos, y gente que viene específicamente a comprar a su ferretería.

Nacido en México, llegó con su familia a Argentina en 1987, entre los primeros colonos en asentarse en esta tierra.

“Nosotros llegamos en el año 87, el 6 de agosto”, cuenta con precisión. “Según los abuelos y los padres, vinimos porque faltaba tierra. Allá era todo bajo río y queríamos un lugar donde trabajar más tranquilos”, recuerda.

La vida en comunidad y los valores tradicionales son para Cornelio un motivo de orgullo, según manifiesta. }

“Me gustan ciertas cosas sobre la vida en comunidad y los valores. Estoy feliz porque vivimos re tranquilos”, dice. Pero también advierte una tensión entre la tradición y los cambios inevitables, como la prohibición de vehículos motorizados.

“No podemos tener vehículos por motivos que quieren mantener la tradición. Venimos de 200, 300 años atrás así, ¿me entendés? Y la religión lo impone”, explica. “Yo no veo bien usar el tractor con rueda de fierro. Porque, ¿dónde vas a ir con un tractor? Pero bueno, son leyes que tenemos que respetar”, critica.

En el cartel de la carpintería, atrás del mostrador hay un sticker del escudo de River. Cornelio cuenta que al tener tantos empleados de afuera su hijo conoce a todo el plantel del equipo de futbol, y siempre hay alguien que comenta sobre el resultado de los partidos.

“Mi nene de 15 conoce a todos los jugadores por los de afuera que le cuentan”, explica su papá.

Pese a su aislamiento, la colonia mantiene una relación formal con el Estado argentino. “Pagamos todos los impuestos que tenemos que pagar, inmobiliario, todo. Estamos conformes con el gobierno de La Pampa”, afirma Cornelio. Sin embargo, su comunidad se mantiene al margen de la política. “No votamos. En la vida política no nos metemos”, señala.

La educación también refleja esa mezcla de tradición y adaptación. “Tenemos en cada campo un colegio, hay ocho o nueve escuelas. Primario nomás, hasta los 13 años”. Allí se enseña a leer, escribir y calcular, pero no se incluye el español en la enseñanza: “El español lo aprendemos escuchando. Mis hijas hablan mejor español que yo”.

La economía local muestra un cambio palpable a diferencia de como estaban acostumbrados en México. “Cuando llegamos, podías vivir con 30 hectáreas, pero acá con 30 hectáreas no vive una familia”, dice Cornelio. “Antes, el 100% ordeñaban vacas lecheras, ahora queda el 50%”.

La transformación del campo hacia un parque industrial es un fenómeno que marca a la comunidad: “Lo que era campo antes, ahora es todo fábrica. La gente vendió sus pedacitos del campo porque no da mucho, está en una zona seca”.

Cornelio mantiene vivo el vínculo con la tierra. “Yo soy hincha del campo, me van a sacar muerto del campo. Siembro, tengo vacas, hago todo yo”.  Sin embargo, admite que “somos pocos los que trabajamos el campo ahora”, y que es algo que se está perdiendo.

El orden dentro de la comunidad menonita

La máxima autoridad de la colonia es el Obispo, cuyo cargo es vitalicio y no recibe remuneración alguna. Él es el encargado de tomar las grandes decisiones de la comunidad, dar las misas, realizar los casamientos y bautismos, entre otras cosas.

“Acá se bautizan entre los 18 a los 24 años, para que sea una elección consciente”, describe el menonita.

También, existen otros cargos de importancia para su organización como los dos Ministros, quienes se encargan de las relaciones con el exterior, principalmente con el Estado, “ellos nos cobran los impuestos de las hectáreas, y después lo pagan al gobierno provincial”, ejemplifica. Su mandato dura cuatro años y reciben un sueldo por su tarea.

Por último, están los Jefes de Campo, éstos son nueve (uno por cada campo) y son los que deben administrar y solucionar los problemas entre los habitantes de cada campo, aunque generalmente no hay conflicto entre ellos, “no nos peleamos, somos tranquilos”, argumenta Cornelio.

A diferencia de la sociedad en general, para elegir cargos ellos no se postulan como candidatos sino que son elegidos mediante el voto, que también sólo es derecho de los hombres bautizados. En esta comunidad, aquel considerado como ejemplo de buena conducta es quien sale electo, y no le queda otra opción más que aceptar el compromiso.

“Es distinto a ustedes, nosotros votamos callado, nadie se postula, puede tocarle a cualquiera”, diferencia Cornelio.

Respecto a la doble pertenencia de la colonia, explican que poseen el Documento Nacional de Identidad argentino, “nos casamos por civil y después en la iglesia de acá. Vamos a Guatraché, Bernasconi, y al médico a Santa Rosa. Nos llevan en taxi”, relata.

La relación con el afuera

Aunque La Nueva Esperanza es considerada una de las colonias menonitas más ortodoxas que existe en Latinoamérica, la colonia produce quesos, herramientas agrícolas, muebles y estructuras metálicas de alta calidad que se venden a residentes de toda la provincia. Más de 300 trabajadores externos ingresan a diario. La mezcla cultural es inevitable, pero controlada.

En comparación, en México los menonitas viven en colonias pero manejan autos y poseen grandes industrias tecnologizadas. En Bolivia, estudian en la universidad. Y si bien en la colonia Argentina están prohibidas estas y muchas otras cuestiones de la vida contemporánea, algunos de los menonitas utilizan estos recursos para la comercialización. En la carpintería de Cornelio se puede pagar con tarjetas de crédito o débito, por ende tienen posnet y WIFI, además del galpón de Isaac Penner, que tiene señal y teléfono con el que se comunica con sus clientes.

Por eso, a pesar del aislamiento, los menonitas de La Nueva Esperanza mantienen un entramado comercial y productivo constante con el mundo exterior. Ingenieros agrónomos, fleteros, proveedores de insumos y mano de obra no menonita entran y salen cada día de la colonia sin romper su lógica interna.

“Trabajo con ellos desde hace más de 25 años, siempre fueron amables y bien predispuestos a escuchar ideas distintas”, cuenta Hernán Ronco, un ingeniero agrónomo de la zona que trabaja asiduamente con ellos. Les vende fertilizantes, compra sus estructuras metálicas, y a veces aprende más de ellos que en los congresos.

El vínculo con el “afuera” no es sólo comercial, a veces comparten un poco más que trabajo. Como aquella vez que un remate se hizo dentro de la colonia, en bajo alemán, sin que nadie entendiera cuánto se pagaba por las vaquillonas.

“Le pedimos que no bajara el martillo sin decirnos antes cuánto valían”, se ríe el agrónomo. La venta fue un éxito. El almuerzo, curioso: “Nos invitó a su casa, pero comimos todos en la habitacion, no en la cocina. No sé por qué, pero la reunión se hizo en una pieza”.

Por lo tanto, los límites no son tan rígidos como parecen. En agricultura adoptan tecnologías modernas, prueban nuevos cultivos, usan fungicidas y maquinaria de punta. Pero en el tambo, siguen ordeñando a mano, “eso es lo más raro que veo, no lo han mejorado con el paso de los años”, cuenta Hernan.

Finalmente, en lo simbólico, la brecha entre generaciones empieza a notarse: “depende de cada familia, pero hay muchos de ellos que reclaman hace rato poder tener vehículos, teléfonos, imagino que las nuevas generaciones son las que más quieren la apertura de la comunidad”, narra el ingeniero desde su experiencia.

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