Punto Convergente

Un camino sustentable: prácticas para minimizar el impacto ambiental en los campos argentinos

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Mientras la crisis climática obliga a repensar los modelos productivos, un grupo de productores agropecuarios se enfrenta con el desafío de avanzar hacia una agronomía sostenible en la Argentina, promoviendo prácticas sustentables para minimizar los efectos del cambio climático sobre el planeta.

Son las seis de la mañana. José Cebe, productor agropecuario de 30 años, abre la tranquera de su campo en Tucumán. El cielo aún se está despertando y se escucha a lo lejos un ruido constante de pájaros que cantan y de maquinarias que trabajan. A lo largo de los últimos meses, se enfrentó con una serie de desafíos cuyos orígenes remontan a la falta de conciencia y proactividad acerca de las prácticas sustentables. Sequías intensas, inundaciones, vientos huracanados y heladas en plena primavera son solo algunas de las consecuencias del cambio climático, un fenómeno que arrasa el planeta hoy más que nunca. 

El agrónomo camina despacio entre las plantaciones de soja con una libreta en la mano y el teléfono en la mano para monitorear en tiempo real los datos del software que mide el impacto ambiental de su producción. Se agacha, siente la tierra del suelo con sus dedos y observa de reojo cómo uno de sus tractores eléctricos recorre las tierras, aplicando dosis exactas de bioinsumos, según indican los registros de humedad del suelo. 

Lleva consigo un registro detallado de cada componente. Cada litro de agua utilizado y cada producto que entra y sale del predio son inspeccionados con el objetivo de evitar desperdicio alguno y aprovechar sus sagradas tierras de la mejor manera posible. Este es el desafío de la sustentabilidad.

“Somos productores agropecuarios desde hace muchos años; soy la tercera generación de la empresa de mi familia en esta actividad”, explica Cebe, productor agropecuario y dueño de CACTA, una empresa dedicada al apoyo de la industria primaria en su transformación hacia un futuro más sustentable. 

Desde sus inicios, la empresa familiar se dedicó a la producción y exportación de frutas cítricas -especialmente limones y naranjas- a distintos mercados del mundo, además de cultivos extensivos convencionales como la producción de soja, maíz y caña de azúcar. La decisión de incorporar prácticas sustentables en la producción de los diversos cultivos no fue repentina ni aislada, sino que fue impulsada por dos motivos principales: uno estrictamente comercial, y otro de índole personal. 

Uno de los motivos es querer diferenciarnos de la competencia, mostrarle a mi consumidor que estoy haciendo las cosas medianamente bien”, relata Cebe. En un contexto en donde el cuidado ambiental y la trazabilidad de los productos adquiere una importancia creciente entre consumidores, avanzar hacia una producción responsable se convierte en una estrategia comercial, que busca generar una mayor confianza en el vínculo entre productores y consumidores, y un valor agregado.

“El segundo motivo es más altruista -continúa Cebe- es querer hacer las cosas bien porque quiero que estas tierras sigan siendo productivas para las próximas generaciones”. El productor concluye que, a raíz de estas dos motivaciones, empezaron a entender la importancia de “darle un poquito de amor a este planeta y a la tierra donde producimos”. 

Video generado con Inteligencia Artificial de productores agropecuarios observando la producción de maíz

La importancia del agro en el país

Argentina es el tercer exportador mundial de alimentos y su sector agrícola ocupa el 15,7% del producto bruto interno (PBI) y el 10,6% de los ingresos tributarios de 2021, según datos del Grupo Banco Mundial. El sector agropecuario, por lo tanto, ocupa una posición clave en la lucha contra el cambio climático y representa aproximadamente el 24% de las emisiones globales de CEI (IPP, 2019). 

El sector agropecuario en Argentina es responsable del 37% del total de las emisiones de gases invernadero, según el tercer informe bienal de actualización presentado por el Ministerio de Ambiente a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Esta cifra da cuenta de la urgencia de mitigar su impacto. 

El coordinador de la plataforma de Análisis del Ciclo de Vida de Huellas Ambientales del INTA, Rodolfo Bongiovanni, resalta a AgriBi, el sitio sobre producción con biológicos y estrategias sustentables, que el 21,6% de esas emisiones provienen de actividades de la ganadería, el 6,2% de la agricultura, y un 9,4% corresponde al uso de suelo, particularmente por desmontes. 

La provincia de Buenos Aires es el motor agropecuario del país, con más de 33 millones de hectáreas dedicadas al agro. Sin embargo, una serie de consecuencias se desprenden a raíz de esto que incluyen la deforestación, la pérdida de biodiversidad por monocultivos y agroquímicos y el agotamiento y erosión de suelos por prácticas intensivas. Es por esto que cada vez más, se están promoviendo prácticas sustentables para minimizar la huella de carbono y desalentar el cambio climático, cuyas consecuencias se pueden palpar a nivel global. 

Con el paso del tiempo, se han explorado una gran variedad de soluciones sustentables destinadas al agro en el país. Estas incluyen la agricultura regenerativa -rotación de cultivos, cobertura vegetal, biofertilizantes-; ganadería carbono neutral -manejo eficiente de pasturas y reducción de gas metano-; el uso de energías renovables a través del empleo de biogás, paneles solares y biodiesel; incentivos y políticas públicas para productores sustentables; y, la obtención de certificaciones de carbono neutral. 

La huella de carbono 

El objetivo principal de la huella de carbono (HC) consiste en reflejar la totalidad de gases de efecto invernadero (GEI) liberados a la atmósfera por efecto directo o indirecto de un individuo, organización, evento o producto. A raíz de este cálculo, es posible identificar cuáles acciones y actividades contribuyen a las emisiones, para luego poder configurar soluciones y planes de mejoras para el manejo de insumos y recursos energéticos. 

Carolina Pastoriza, productora agropecuaria y asesora de un campo agrícola ubicado en Bragado en la provincia de Buenos Aires, asegura que “el riego, por la cantidad de combustible, y el trigo, por la fertilización nitrogenada” fueron las principales fuentes de emisiones que identificó en su campo. 

Existen numerosas prácticas agropecuarias que contribuyen al deterioro del medio ambiente, como el uso de fertilizantes sintéticos, por ejemplo, óxidos de nitrógeno; los procesos digestivos del ganado; el manejo del suelo y cambios en el uso de la tierra; como también el consumo de combustibles fósiles en maquinaria y transporte. 

Pastoriza, junto con su equipo, logró obtener el certificado de Cool Control que indica que el campo que maneja mide de manera efectiva la huella de carbono. El primer paso que dio para medir la huella de carbono fue “identificar una buena calculadora, que no solo mida, sino que certifique y tenga convenios comerciales”. 

Hoy existe una enorme variedad de sellos de sustentabilidad, como Soil Capital, IPUMA y también el sello otorgado por CACTA. Estos son tres de los sellos principales utilizados para la medición tanto de la huella de carbono, como de otros ejes clave de sustentabilidad. 

Obtener la certificación es un proceso arduo y difícil. Alejandro Petek, ingeniero agrónomo, productor agropecuario y asesor en gestión agrícola, señala las dificultades en capturar el valor monetario a la hora de obtener la certificación y obstáculos que se pueden enfrentar: “El productor muchas veces hace un esfuerzo, pero después no tiene un retorno económico por el esfuerzo hecho”.

Cebe explica que uno de los grandes desafíos del empleo de prácticas sustentables en el ámbito agropecuario es la falta de retorno económico: “Hoy no hay una retribución tangible al esfuerzo que uno hace para ser más sustentable”. 

No obstante, sí hay un beneficio interno: mejoras en el funcionamiento del campo, mayor eficiencia y una satisfacción compartida entre los socios del negocio. “Hoy en día, la gente medianamente informada y culta quiere sustentabilidad, quiere cuidar la naturaleza y el planeta”, afirma Petek, destacando que existe una conciencia creciente que va más allá de la rentabilidad y del valor monetario atribuido al empleo de estas prácticas. 

Si bien una enorme cantidad de casos de productores innovadores emplean prácticas sustentables en su producción agropecuaria, tres de cada cuatro productores en Argentina son explotaciones agropecuarias familiares, según datos del Grupo Banco Mundial. Por ende, aunque estos proporcionan aproximadamente la mitad de los alimentos que consume la población local, como también aportan a las exportaciones del país, 172.000 de 251.000 productores familiares no cuentan con suficiente recursos -tierra y capital- para vivir de su actividad. 

Estos productores se encuentran en posiciones poco resilientes ante el cambio climático, al estar expuestos a los vaivenes macroeconómicos del país y también al contar con un acceso restringido a herramientas de gestión ambiental o tecnologías de medición de impacto. 

El concepto de “siempre verde”

La reducción de la huella de carbono en los campos bonaerenses no solo depende de tecnologías de medición, sino también de prácticas agronómicas regenerativas que enriquecen los suelos y capturan más carbono de la atmósfera. 

Una de ellas es el concepto de “agricultura siempre verde”, impulsada por la Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa (Aapresid), una organización cuyos objetivos principales son incentivar la producción sustentable de alimentos, fibras y energías a través de la innovación, la ciencia y la gestión del conocimiento en red. 

Alejandro Petek, también presidente honorario de Aapresid, explica: “Cuando se termina un cultivo, en lugar de dejar descansar la tierra, promovemos que siempre haya algo vivo creciendo”. Esta estrategia reemplaza el periodo de barbecho, una táctica que consiste en dejar una tierra sin sembrar durante uno o varios ciclos vegetativos para que la tierra se recupere. En su lugar, emplean cultivos de cobertura o cultivos de servicio para mantener la actividad biológica del suelo viva y mejorar la capacidad de captura de carbono a través de la fotosíntesis. 

La rotación de cultivos, a pesar de no ser una técnica nueva e innovadora, sigue siendo fundamental en un esquema sustentable. Sin embargo, lo que marca el cambio profundo en la manera de pensar el agro es la idea de mantener los campos cubiertos con vegetación de manera constante

“Que el campo esté con algo creciendo siempre…eso es lo que le da a comer a toda la biología de los suelos”, declara Petek, quien agrega que en tiempos pasados, antes de la incorporación de esta práctica, “si cosechabas en abril, en todos esos meses -mayo, junio, julio, agosto y parte de septiembre- no había nada creciendo”. Es decir, el campo pasaba meses sin vida. 

Hoy, se busca revertir esto. Al haber más vida en las tierras, habría más carbono capturado y, por ende, un mayor rendimiento sustentable. A través de estas prácticas, la huella de carbono no queda limitada únicamente a su medición, sino que se trabaja activamente para reducirla desde el diseño de la misma producción. 

El rol del Estado en la transición sustentable

El Estado también juega un papel importante en el progreso hacia una industria agropecuaria en el país más sustentable. Con la Ley General del Ambiente (N°25.675), se establecieron reglas claras para que el campo no avance de manera tal que perjudique el medio ambiente. 

Primero, la Evaluación de Impacto Ambiental establece que toda obra o actividad que sea susceptible a degradar el ambiente o que afecte la calidad de vida de la población, se encuentra sujeta a un procedimiento de evaluación de impacto ambiental. No se puede arrancar sin la presentación de una declaración jurada en donde se detalla si afecta o no el ambiente y, previo a cada proyecto u obra, se deberá contar con una descripción detallada sobre el contenido del mismo. 

La Educación Ambiental es otra herramienta clave para generar un cambio de raíz. La ley propone un proceso educativo continuo, en donde se busca generar valores y actitudes que son fundamentales para promover la preservación de los recursos naturales y su uso responsable. Estos programas se hacen en conjunto con los consejos federales de Medio Ambiente, Cultura y Educación.

Captura de la Ley 25.675

Además, se exige transparencia. El sector de la Información Ambiental, especificado entre los artículos 16 y 18, obliga tanto a actores públicos como privados a informar sobre el estado ambiental y las actividades que se estén desarrollando. Cualquier ciudadano puede acceder a esa información, y el Estado debe centralizarse en un sistema nacional. 

A continuación, la participación ciudadana garantiza el derecho a opinar en decisiones que impactan el ambiente, incluso con audiencias públicas obligatorias para proyectos conflictivos. Asimismo, el Seguro Ambiental y Fondo de Restauración es imprescindible para avalar la sustentabilidad ambiental en los campos. Toda persona que realice actividades riesgosas para el ambiente y los ecosistemas, deberá contratar un seguro de cobertura con entidad suficiente para garantizar el financiamiento de la recomposición del daño que dicha actividad pudiera producir. 

Por lo tanto, la transición hacia una producción agropecuaria más sustentable no es un proceso simple ni lineal. Es un desarrollo complejo que requiere cambios técnicos, decisiones políticas y, sobre todo, compromiso, tanto desde los productores para generar prácticas que favorezcan al medio ambiente, como de los consumidores a la hora de elegir qué productos comprar. 

“Las buenas prácticas en el agro implican que, más allá de tu tranquera y tus límites, estás impactando para un sistema más resiliente, sostenible en el tiempo”, concluye Pastoriza, quien luego agrega: “Las buenas prácticas trascienden los límites de uno e impactan en lo global”.

Lucas, Justina

García Ganzini, Manuela

Loayza Vargas, Tomás

Lezcano, Mauro

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