De bodegones tradicionales a restaurantes de especialidad, la Ciudad de Buenos Aires amplía las opciones gastronómicas
Lejos de los sabores clásicos como el asado, las carnes o las milanesas, la Ciudad de Buenos Aires se consolidó como uno de los puntos de diversidad gastronómica.
Propuestas de cocina interrnacional, étnica y de fusión, la oferta fue creciendo con la especialización de sabores y la afluencia de nuevas inmigraciones que conviven con los gustos locales.
Según el Ente de Turismo de la Ciudad de Buenos Aires, casi un tercio del gasto de los turistas no residentes en la ciudad corresponde a Gastronomía (29.3%), consolidándola como el principal rubro de consumo por encima del alojamiento (25.8%) y las compras (14.4%).

Además, la gastronomía fue el tercer factor decisivo (16.6%), seguido de la identidad cultural del país (28.4%) y diversidad de naturaleza y paisajes (16.8%), de los turistas al momento de elegir Argentina como destino.
Hoy, la capital argentina es un punto de encuentro entre tradiciones locales y sabores globales, lo que genera variedad cultural en un país arraigado a sus raíces.
Como alguna vez dijo Anthony Bourdain, célebre chef y cronista de gastronomía y viajes, “la comida es todo lo que somos, es inseparable de nuestra historia”. Buenos Aires parece haber tomado esta idea al pie de la letra: conserva su esencia cultural, pero con una apertura inédita hacia nuevas cocinas que ya forman parte del mapa culinario porteño.
Un cambio de menú
Durante gran parte del siglo XX, la identidad culinaria de Buenos Aires estuvo fuertemente arraigada a recetas heredadas de la inmigración europea. Clásicos como las milanesas napolitanas o los ñoquis del 29 eran infaltables en la gastronomía porteña.
Sin embargo, en los últimos diez años, algó cambió. La ciudad comenzó a experimentar con sabores que hace poco parecían lejanos. “Hay una generación de cocineros que salió del país, se formó afuera y volvió con ideas nuevas, pero sin perder la conexión con el territorio”, explica Mónica Albirzu, periodista gastronómica y conductora de Chefas.
Hoy, al caminar un par de cuadras en barrios como Palermo, Recoleta o Belgrano es posible encontrar ramen japonés artesanal, falafel casero, y panadería francesa hecha con masa madre. Esta diversidad no es casualidad, sino también resultado de la apertura del paladar porteño.
“Aún me parece loquisimo cuando un argentino entra al local y pide un golfeado”, dice Roberto Carias, dueño de Bienmesabe, un café que se especializa en panadería venezolana.

“Yo vine hace 11 años, y algo tan simple como conseguir una arepa era casi imposible. Ahora, en cada barrio hay lugares de comida venezolana. Y si bien es porque somos muchísimos venezolanos, también he notado cómo los mismos argentinos han recibido muy bien nuestra comida. Al local no solo vienen venezolanos a pedirnos cosas como tequeños o golfeados, sino también muchos argentinos”, agregó Carias.
Detrás de cada plato hay una historia de cruces culturales, de apropiaciones respetuosas y de nuevas formas de entender lo “porteño”. El resultado: una escena gastronómica que ya no gira únicamente en torno a la carne, sino que explora ingredientes, técnicas y narrativas globales, sin perder el sabor local.
Turismo y exploración local
La escena gastronómica de Buenos Aires se ha convertido en un punto de encuentro entre turistas que buscan autenticidad y locales que exploran nuevas propuestas. Según el estudio “Polos, ferias y mercados: geografía del consumo gastronómico en Buenos Aires” de Claudia Troncoso y Mariana Arzeno, la ciudad ha experimentado una transformación en sus espacios de consumo, con la consolidación de polos gastronómicos y mercados que reflejan tanto la tradición como la innovación culinaria.
Por un lado, los visitantes se sienten atraídos por lugares emblemáticos como el Mercado de San Telmo, donde la historia y la gastronomía se entrelazan en un ambiente único. Este mercado, inaugurado en 1897, conserva su estructura original y ofrece una variedad de productos que van desde carnes y pescados hasta antigüedades, convirtiéndose en un símbolo del patrimonio porteño.
El circuito más clásico también tiene su lugar asegurado. Según el Observatorio de Turismo, las pizzerías más visitadas por los turistas en 2024 están ubicadas a lo largo de la Avenida Corrientes, con excepción de El Cuartito.
Banchero, Las Cuartetas, El Palacio de la Pizza y Guerrin siguen siendo íconos indiscutibles de la pizza porteña, donde el sabor, el ritual y la mística siguen intactos.

En contraposición —o quizás como complemento—, barrios como Palermo se consolidaron como polos de innovación culinaria.
En zonas como Palermo Soho o Palermo Hollywood, antiguos talleres y casas bajas se transformaron en restaurantes y bares que ofrecen desde cocina de autor hasta fusiones inesperadas. Allí, la carta puede mezclar ingredientes andinos con técnicas asiáticas o reinterpretar platos locales desde una mirada contemporánea.
Esta dualidad entre lo tradicional y lo vanguardista no solo enriquece la oferta gastronómica de la ciudad: también refleja una sociedad en constante reinvención, donde la comida se convierte en una herramienta para explorar, pertenecer y contar quiénes somos.
Barrios en auge gracias a la gastronomía
Palermo y Recoleta llevan años siendo reconocidos como los barrios más populares entre turistas y locales por su variada propuesta gastronómica y de entretenimiento. Sin embargo, en 2024 la ciudad vivió una de las etapas de mayor expansión y diversificación.
Como resultado, barrios que antes pasaban desapercibidos ahora son conocidos por sus interesantes propuestas culinarias. Entre ellos, Chacarita, Colegiales, Villa Crespo, y el barrió porteño con mayor crecimiento gastronómico según la revista Time Out: Villa Devoto.
“Lo que estamos viendo ahora, es un cambio en la mentalidad de los cocineros, que se reforzó a raíz de la pandemia. Los cocineros se empezaron a dar cuenta que podían armar un restaurante sin tener tanta estructura para ofrecer buena gastronomía. Comenzaron a aparecer este concepto minimalista, donde menos es más. Fueron apareciendo estos lugares de especialidad, desde un lugar que de repente hace únicamente focaccias a otro que se especializa en medialunas”, comenta Monica Aribuzu.
Es así cómo aparecen lugares como Julia, en Villa Crespo, un restaurante con mención en la Guía Michelin, que promete cocina de autor minimalista y alternativa, donde los ingredientes frescos se convierten en auténticas obras de arte.

También, Lardito, ubicado en Chacarita, ofrece una propuesta culinaria indie, donde en un menú minimalista los comensales pueden disfrutar de comida callejera elevada.
Desde croquetas de carbonara o un delicioso Philly cheese sandwich, hasta postres como un cinnamon roll bañado con salsa toffee y sal, o su emblemático flambayón (que mezcla flan con sabores del sambayón).

Esta nueva escena convive con bodegones históricos, pero también con restaurantes que empiezan a figurar en los rankings más importantes del mundo. Para Loreto Gatica, periodista especializada en gastronomía, esto no es casualidad:
“Buenos Aires tiene lugares como Aramburu, que desde hace años marca el estándar del fine dining o Don Julio, que ya es religión. Pero también tiene chefs jóvenes que renuevan la escena, y bodegones o bares notables que siguen contando la historia cotidiana del comer porteño. Esa mezcla es lo que la hace única” , señala. Y agrega: la gastronomía representa cerca del 5% del PBI porteño y da empleo a más de 150.000 personas”.
Una ciudad que piensa (y se come) a través de su cocina
La gastronomía de Buenos Aires ya no responde a una única identidad, sino a un mapa en constante expansión. Entre bodegones que sobreviven al paso del tiempo y cocinas del mundo que ganan protagonismo, la ciudad se permite la diversidad sin perder su esencia.
Lo que antes era considerado exótico hoy forma parte del menú cotidiano. Y lo que era clásico, se resignifica. En este cruce de culturas, generaciones y sabores, Buenos Aires reafirma su lugar como capital gastronómica de América Latina, no solo por su calidad culinaria, sino por su capacidad de narrarse —una y otra vez— a través de la comida.