Leandro Witruk es jugador de rugby, estudiante de kinesiología y trabaja en el área administrativa del Hospital Militar de Campo de Mayo. Su historia demuestra que es posible cumplir sueños y seguir adelante a pesar de las dificultades.
La historia de Leandro Witruk es un ejemplo de lucha y superación. Desde que nació logró demostrarse a sí mismo que lo que se propone, con esfuerzo, se puede lograr. Leandro, alias Patita, nació sin una pierna. A pesar de eso, hoy juega al rugby y es el único del equipo que tiene esa discapacidad. “Lo que me ocurrió se llama agenesia congénita del miembro inferior izquierdo. Congénito significa que no es hereditario, sino que es algo natural, es decir que mis padres no son responsables. Lo que sucedió fue que me enrosqué con el cordón umbilical”, cuenta Leandro. A los nueve meses tuvo su primera prótesis y a los trece meses dio sus primeros pasos. Para sorpresa de sus padres y médicos, Patita había empezado a caminar al mismo tiempo que cualquier otro niño.
Pero no todo fue tan fácil como parece, Leandro tuvo que pasar por varias operaciones a lo largo de su vida. “Siempre era por retoques de tibia o peroné porque los huesos siguen creciendo y se me iba lastimando la piel, el muñón”, cuenta. Su primera operación fue a los dos años, y además de numerosas intervenciones, tuvo infecciones en el muñón ocasionadas por la transpiración y lastimaduras.
Leandro reconoce que la crianza que tuvo fue algo esencial para forjar su carácter. “Soy un pibe que no se queda en el camino ante una dificultad y eso es principalmente por la crianza de mis viejos y de mis hermanos que en ningún momento hicieron o marcaron alguna diferencia conmigo. Todo eso te va haciendo la cabeza de que cualquier dificultad, se puede superar”, asegura.
Contando siempre con el apoyo de su familia, que lo ayudó a no rendirse y a poder enfrentar cualquier adversidad que se le presentaba, Leandro desde chico practicó varios deportes, como natación, fútbol y voley. “No eran deportes que me llenaran completamente, hasta que un día conocí el rugby a través de un amigo que había empezado a jugar. Entonces, se lo comenté a mis padres y les dije que yo también quería intentarlo”, recuerda.
Los comienzos
“Empecé a jugar al rugby a los 15 años, se metió en mi cabeza y en mi vida, y nunca se fue”, cuenta Leandro. Hoy, tiene 27 años y lo sigue jugando y disfrutando con la misma pasión. “Un día me armé de valor y junto con mi mamá fuimos al Hurling Club. Ahí, conocimos a Valentín que era el manager del equipo en ese momento y a Johnny Wave, que era uno de los entrenadores y hablamos con ellos. El Hurling Club no tiene una política de discapacidad, es un club convencional.
Todo lo que le decían y todo lo que veía, le encantaba, pero él tenía un secreto que le aterraba contar, no tenía una pierna. Pero su pasión por el rugby era más grande que cualquier miedo. “Estaba preparado para superar cualquier dificultad porque quería jugar, ese era mi objetivo, mi ambición y nada ni nadie me iba a detener”, afirma.
Después de hablar con ellos toda la tarde, llegó el momento de contar su “secreto”. “Junté coraje y les dije: Me falta una pierna. Entonces, Valentín, el manager, me miró y me dijo: ‘¿Y cuál es el problema? Acá si vos querés jugar, vas a jugar’. Y realmente eso era lo que tenía que escuchar. Si me faltaba algo, era eso, la confianza de ellos”, recuerda Leandro. Su relación con el club fue amor a primera vista, pero para entonces, esto recién empezaba y él no lo sabía.
“Estaba preparado para superar cualquier dificultad porque quería jugar, ese era mi objetivo, mi ambición y nada ni nadie me iba a detener”
Unos días después de revelar su “secreto”, citaron a Leandro en la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA) para ver si debía jugar con la prótesis o sin ella. Habló con el médico general y lo que le dijeron fue que no podía jugar con la prótesis ya que ésta tenía una parte dura y podía lastimar al oponente.
Y así fue que empezó el recorrido de Leandro en el mundo del rugby. Al principio entrenaba sin la prótesis, a los saltos. “Fue muy duro porque no estaba acostumbrado. Si bien subía escaleras con una sola pierna, jugar 80 minutos un partido sobre una sola pierna saltando no era lo mismo”, dice. Aunque el entrenamiento era cada vez más duro y las dificultades aumentaban, también se incrementaba la pasión de Leandro por ese deporte.
Llegó el día en que Patita iba a jugar su primer partido. “La emoción me desbordaba y el corazón me latía más fuerte que nunca, pero Valentín me llamó un día antes y me dijo que por las dudas traiga la prótesis y las rodilleras”, recuerda. Cuando llegó al club, Valentín y Johnny lo estaban esperando y le dijeron que tenía que jugar con la prótesis.
Si bien la pasión que tenía por este deporte era inmensa y ya venía forjándose desde hace tiempo, en el momento que entró a la cancha con la prótesis puesta para jugar su primer partido, realmente fue cuando se consolidó su amor por el club. “Es algo que hasta el día de hoy siento, es mi cable a tierra, es mi lugar en el mundo. He llegado a jugar hasta en la intermedia del club que es como una reserva en el fútbol”, cuenta orgulloso.
Superar los obstáculos, cueste lo que cueste
Además de las operaciones por las que tuvo que pasar, en 2017, Leandro se rompió el ligamento cruzado y el menisco del muñón jugando al rugby y estuvo más de un año sin poder jugar. “Fue bastante duro porque estuve mucho tiempo en muletas, pero a pesar de eso, seguía teniendo fija la idea de volver a jugar al rugby. Siempre que me pasó algo en la vida, volver a jugar era mi meta”, dice apasionado.
Al mismo tiempo en el que había empezado a jugar al rugby, tuvo que lidiar con las propias dificultades e inseguridades de un adolescente de 15 años. “Justo en el momento en que yo empecé a jugar al rugby tenía esa edad en la que empezás a querer salir con alguien y gustarle. Yo he llegado al punto de no querer usar un short o no querer ir a la playa o a la pileta para no tener que sacarme la prótesis”, asegura Leandro.
Mirando al pasado, Patita dice que lo que destaca de sí mismo fue la fuerza interior que tuvo en el momento en el que en la URBA le dijeron que tenía que jugar sin la prótesis, con una sola pierna. “En el club nadie pensaba que yo aún después de eso iba a seguir con la idea de jugar al rugby, pero a mí mientras más me decían que no o seguía encontrando obstáculos en el camino, más fuerzas tenía para continuar. Y así es cómo vivo la vida hasta el día de hoy: Voy para adelante, cumpliendo los objetivos que me propongo”, cuenta.
Además de jugar al rugby, Leandro estudia kinesiología y está haciendo el tercer y cuarto año. A su vez, trabaja en el Hospital Militar de Campo de Mayo como administrativo. “La verdad que me gusta mucho todo el tema de la salud. Estar trabajando en el hospital me da un empujoncito para recibirme y seguir inserto en este tema y eso me encanta”, reconoce.
También asegura que todos deberían tener un ideal como persona, es decir tener en claro cómo se imaginan siendo en un futuro y qué cosas se proponen lograr. “Las personas que tenemos alguna discapacidad, debemos ser capaces de mostrarle a los demás que todo es posible”, dice.
El rugby, por ser un deporte inclusivo, hace que personas con y sin discapacidad puedan lograr sus objetivos y, además, como se juega en equipo, a su vez intensifica y fortalece los vínculos interpersonales, la contención y el sentido de pertenencia.
La mirada de una especialista
La psicóloga Mariángeles de Urribari participó desde chica en grupos juveniles de cultura, baile y fútbol y tuvo una formación integradora en términos de inclusión. Es además una persona atenta a la motivación y resolución de problemas. En Instagram (@PONTEM_PSI) publica reflexiones con un mensaje constructivo y con foco en lo positivo. La especialista asegura que es importante tener presente que la calidad de vida de una persona va a estar ligada con la calidad de atención que reciba. “Por atención, me refiero al trato que reciba de sus redes de contención social. Teniendo por premisa que para cualquier persona esto es importante, podemos inferir que, en el caso de que la persona tenga alguna discapacidad, esa base de afecto y la influencia que estas personas significativas tengan en su vida, definitivamente son parte fundamental y fundacional desde la infancia, tanto de la seguridad como del bienestar que la persona va a desarrollar en su camino”, sostiene.
De Urribari asegura que un factor que no puede faltarle a una persona que tiene una discapacidad, es la conexión motivacional con los que lo rodean. “Su autoconcepto va a estar ligado en gran medida a la manera en que las personas significativas para él lo estimulen respecto de sus capacidades y posibilidades de logro. La motivación y autoestima va a ser cada vez mayor si las cualidades positivas son valoradas y con esto se potencia la seguridad en sí mismo”, afirma.
“Hoy en día, ya no es ningún misterio que la discapacidad no es sinónimo de dependencia ni de limitación total. Es cierto que hay mucho por mejorar todavía, pero es a donde paso a paso apunta el mundo hoy y donde cada vez hay más conciencia de inclusión”, asegura la psicóloga y además afirma que, en el caso de la discapacidad física, hay muy buenos resultados que impactan en la motivación de las personas.