Punto Convergente

Roberto Bubas, el hombre que las orcas eligieron como amigo

Roberto Bubas, guarda fauna de Península Valdés y escritor del libro "Agustín a Corazón Abierto"
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Un manojo de algas fue el inicio de una relación única entre un grupo de orcas y Roberto Bubas, un guarda-fauna de Chubut que no duda en calificar el vínculo como “amistad”. Durante años mantuvo la relación con las orcas en secreto para evitar que lo sancionaran. Pero ahora, la película “El faro de las orcas”, inspirada en su libro “Agustín Corazón Abierto”,  volvió pública la extraordinaria historia del guarda-fauna de Península de Valdés.

¿Cómo surgió la idea de llevar tu historia al cine?

La idea surgió del productor español The banda films que se llama José María Morales, que estaba rodando una película acá. Leyó mi libro “Agustín a corazón abierto” y José María me preguntó cómo me había inspirado para escribirlo. Cuando le conté la historia del nene sordomudo con conductas autistas, se quedó impresionado e ilusionado con algún día rodar la película. Esto fue hace aproximadamente 14 años. El rodaje de la película duró en total 4 años. Fue en tramos, hubo tres primeros tramos de un equipo de naturaleza que vino a rodar todo lo que tenía que ver con las orcas cazando, desplazándose, con elefantes marinos, ballenas, pingüinos, lobos marinos. Después se hizo el rodaje de la ficción que involucró todo lo que era el rodaje de los actores grabando en el terreno y eso se hizo durante casi dos meses en Península Valdés, en Camarones (un pueblo camino a Trelew) y también se rodó en Madrid y Furteventura, Canarias.

— ¿Que te pareció la película? ¿Es fiel al libro?

— Es una película muy difícil de evaluar para mí porque yo soy el principal involucrado. Participé durante todo el rodaje y vi un montón de escenas que después por una cuestión de tiempo no se pudieron poner y me hubiera gustado que estuvieran. La película capta, bastante fielmente, lo que se pretendía contar de la historia y con mucha fidelidad, con nivel técnico, los paisajes de la Patagonia, la fotografía es excepcional, la banda sonora es de Pascal Game, francés que compone música para películas que es muy bueno y fue interpretada por la orquesta sinfónica de Eslovaquia. El nivel técnico es muy bueno, el nivel actoral de Furriel, Verdú y todo el elenco son actores muy buenos. Estoy muy conforme con la película en general. Además soy de los que creen que el análisis destruye los conjuntos entonces no quiero analizarla porque la película la vi seis veces ya. Me gusta meterme entre los espectadores y voy viendo las risas, gente que se pone a llorar, se emociona y en general lo más lindo es que al final toca corazones y eso realmente me gusta mucho.

— ¿Descubriste algo nuevo en cada oportunidad que fuiste a ver la película?

— Cada vez que la vuelvo a ver me gusta un poco más. No soy cineasta y soy muy ignorante del tema del cine y en general la película puede tener críticas desde ese lugar de un cinéfilo. Sin embargo, creo que gana el público y la película está siendo un éxito a nivel nacional. Está llegando al público masivo con un mensaje de comunicación de seres diferentes, un mensaje de respeto a la naturaleza y eso me causa mucha satisfacción.

— Yendo a tu experiencia personal, ¿cómo fue ese primer contacto con las orcas? ¿Por qué estás considerado como la única persona que pudo establecer una relación hasta el punto de poder tocarlas?

— Creo que probablemente sea la única persona en el mundo que ha podido desarrollar un vínculo de amistad con un grupo de orcas que vuelven, que tienen la iniciativa ellas, que se acercan y que son un grupo de orcas conocido. Hay una diferencia porque una cosa es tirarse al agua y nadar con orcas cuando van pasando y otra cosa es desarrollar una amistad como vos podés desarrollarla con tu mascota. El comienzo del vínculo se estableció en el año 92 cuando comencé a ser guarda-fauna en Península Valdés y estaba tomando datos para hacer un seguimiento de animales conocidos para un monitoreo de conservación de la especie. Un día, una de ellas se acercó con un manojo de algas y me las dejó a mis pies.  Es día empezamos a jugar y así se empezó a establecer este vínculo que siguió durante varios días. Me esperaban a la misma hora, en el mismo lugar para jugar y he jugado durante más de 20 años.

— ¿Ellas te reconocen? Es decir, ¿si va otra persona ellas saben que no sos vos?

— Sí sí, saben. No quiere decir que no puedan establecer un vínculo con otras personas, de hecho yo lo aliento porque eso significa que estamos cambiando el vínculo con la naturaleza en general. Porque el vinculo se establece con ciertos parámetros, con ciertas características. No puede ir cualquiera a tirarse encima en cualquier momento, pero ellas reconocen, sí.

— Teniendo en cuenta tus estudios en Península Valdés,  ¿podés contarnos sobre el comportamiento único en el mundo del varamiento intencional?

— Los primeros en descubrir el comportamiento de varamiento intencional (una forma de cazar en la playa para alimentarse), fueron guarda-faunas en la década del 70 en Península Valdés. Es el único lugar donde se da o donde hemos podido observarlos. En el mundo hay algo parecido en las islas Crozet del océano Índico pero todos los expertos han coincidido que las orcas de Valdés son las únicas que lo desarrollan de manera más espectacular. Ese monitoreo comenzó en el año 75 y concluyó en el 82. Yo en el 92 hice una continuidad de ese primer monitoreo. Hice algunos hallazgos. Por ejemplo que solamente  cinco orcas de la población, todas hembras, eran las encargadas de transmitir este comportamiento a las crías.

Entonces pude plantearle al comité científico de National  Geographic que estas orcas eran importantes desde un punto de vista cultural más que biológico porque se estaba hablando de una cultura de alimentación que era única en el mundo. Y estaba sostenida solamente por cinco animales. Por eso es un comportamiento en riesgo de desaparecer, es decir, es una cultura de alimentación que podría desaparecer.

— ¿En algún momento estos acercamientos con las orcas te dio miedo o siempre lo viviste como algo natural?

— Siempre vi muy natural el vínculo de un ser humano con los animales, pero en el caso de las orcas son animales bastante imponentes. De hecho, los veía cazar un elefante de 300 o 400 kilos y es un espectáculo bastante duro, imponente. Cada vez que me metía al agua a tomar datos para estar más cerca de ellas, yo lo hacía con mucho respeto. De todos modos, mi vínculo fue siempre de amistad, de afecto y no de valor. En ningún momento tuve el coraje de interponerme entre ellas con la fauna que estaban cazando. Fue un vínculo de respeto y afecto y no de miedo dominado.

— Hay una ley que prohíbe el contacto, la intervención en su ambiente natural. ¿Cómo fue este primer acercamiento? ¿En ese momento tenías conocimiento de esta reglamentación?

— Yo sabía que era ilegal y me tenía que esconder para hacerlo, no me tenían que ver porque podía resultar en que me hicieran un sumario y me echaran, a pesar de que la ley está hecha para evitar que los turistas molesten a los animales. En mi caso era la iniciativa de las orcas las que se acercaban y no era yo el que las estaba molestando, tampoco era un turista sino un guarda-fauna que estaba haciendo un monitoreo. Me especialicé en orcas en EEUU, durante siete temporadas trabajé en la cuna de orcas en el mundo  que se llama Center for Whale Research, en la zona de Vancouver en el estado Washington. Era un especialista con un objeto de estudio que después tenía la iniciativa de acercarse al investigador. Eso no lo podía argumentar ni utilizar para salvarme el pellejo.  De cualquier modo siempre sentí que eso que debía permanecer escondido en algún momento iba a traer algún reporte más beneficioso para el mundo como lo fue en los últimos años desde que se conoció la historia.

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