El inesperado COVID- 19 llegó para mostrar la fragilidad de la existencia humana. Y en eso somos todos iguales: indefensos mortales. Unas microgotas del virus son suficientes para contagiar, enfermar y hasta matar a cualquiera de nosotros.
“Estamos en el mismo barco”. Si esa afirmación fuera verdadera, entonces esa embarcación tendría que ser el Titanic: algunos pasajeros, viajando en primera, se salvan en los pocos botes salvavidas mientras que los que viajan en tercera clase, mueren ahogados en las profundidades del gélido e indiferente océano. Por eso, es posible que estemos atravesando la misma tormenta pero definitivamente no estamos todos en el mismo barco.
Tomemos un ejemplo. Largos y detallados informes, de organizaciones nacionales e internacionales, alertan acerca de la enorme brecha existente entre la población de los niños que estudian en cuarentena. En Argentina, donde cerca de la mitad de los habitantes pasan necesidades de todo tipo, es imposible pensar que los hijos de esas personas puedan tomar clases virtuales. Uno de cada dos chicos es pobre en nuestro país, y casi la mitad no cuenta con wifi o computadora. Y aquí es cuando el proceso de aprendizaje se pone en riesgo, con resultados no deseados como por ejemplo abandonar la escuela para siempre.
El Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) estima que este período de cuarentena no hará más que empeorar la realidad social de miles de familias que hoy viajan en tercera clase de este barco imaginario. El aislamiento obligatorio los preserva del virus pero no de perder la única oportunidad que tienen de superar las dificultades de un presente incierto para llegar a un futuro mejor: estudiar. Según Ianina Tuñon,“la realidad educativa de la mayoría de los chicos argentinos no es el de las clases virtuales por Zoom u otras plataformas de aprendizaje a distancia. Esa realidad es la de solo un 4% de los niños”.
En este sentido, el profesor de Política Internacional de la UCA, Augusto Salvatto señaló hoy, durante una video conferencia: “Esta crisis nos indica que tenemos que dirigir nuestra atención a la enorme transformación producida por las tecnologías disruptivas. Esto nos obliga a repensar las categorías en términos de habilidades que se necesitan para poder ingresar al mundo del futuro”. Y qué habilidades van a adquirir estos niños cuando haya pasado el temporal? El pronóstico es fácil pero demoledor: ninguna.
En otro orden de dificultades la pandemia, deja al descubierto más desafíos: el teletrabajo. Ramiro Albrieu, Investigador principal de Desarrollo Económico del CIPPEC explica en https://www.cippec.org/textual/covid-19-y-las-brechas-digitales/ que “en el caso particular del COVID-19 y el teletrabajo, un factor de contexto clave es la infraestructura digital, esto es, los activos físicos requeridos para utilizar tecnologías 3.0 o 4.0 en el hogar (de información y comunicación, de computación, de almacén de datos, etc). Si la distribución de estos activos es desigual, también lo será la posibilidad de trabajar desde el hogar”.
Pero entonces: Cómo estamos haciendo para trabajar desde hogares tan desiguales y diversos? Es posible hacerlo? Contamos con las herramientas cognitivas, técnicas y de infraestrucutura para hacerlo? A quiénes excluye la alternativa del teletrabajo?
Albrieu aporta la siguiente respuesta a estos interrogantes: “la transformación digital se limita todavía a un segmento pequeño de la población. Datos de la International Telecommunication Union (ITU) referidos a 2019 permiten llegar a esa conclusión: la mitad de la población mundial está offline. Y la distribución no es aleatoria: se asocia a niveles de desarrollo. 8/9 de cada 10 personas usan internet en el mundo avanzado, 2 de cada 10 en los países menos desarrollados”.
Igual de preocupante es la situación que atraviesan los trabajadores informales, para los cuales la crisis sanitaria es sinónimo de desempleo seguro y horizontes negros. La oficina en Argentina de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) informó, hace una semana, que las mujeres (empleadas domésticas, cuidadoras y enfermeras), los trabajadores informales y los monotributistas enfrentan los mayores riesgos. Según el organismo dependiente de Naciones Unidas, este año se perderían 340 mil empleos. Tanto unos como otros no realizan actividades compatibles con el teletrabajo y no cuentan con mecanismos de protección que les brinden un ingreso mientras dura la cuarentena. Y esto les sucede en un país pobre, sin respaldo y que tiene deuda externa.
Después del naufragio
El escenario de la segunda pandemia del siglo XXI en Argentina( la primera fue la Gripe A) no es alentador. Algunos optimistas aseguran que cuando esto pase seremos mejores personas, más unidos, más solidarios. También anticipan que aparecerán en escena múltiples oportunidades y desafíos para mejorar la calidad de vida de las personas. Otros no lo son tanto y presagian un país en ruinas con aumento sustancial del desempleo y pobreza. Como dijo Agustin Salvia, Investigador CONICET- UBA y directivo del ODSA: “Soy algo menos optimista que ustedes (en referencia a los presentes en una reciente videoconferencia) Ya no estábamos bien hace meses atrás, mucho antes de que llegara la pandemia. Y no logro ver ninguna acción de gobierno para resolver el deterioro estructural. Creo que se pierde una oportunidad histórica”.
Dicho esto, la pandemia, que no reconoce ni credos, ni clase social, ni fronteras , avanza y a su paso acentúa, con virulencia, viejos asuntos pendientes que parecen no recibir atención alguna en el medio de tanto aislamiento obligatorio, tanto barbijo, tanto alcohol en gel, que parece distraer, sin malas intenciones, a los aplaudidores y caceroleros de las 21. La tormenta recién comienza. Y no es perfecta.
*Mitchell es docente de la UCA y está a cargo del Laboratorio de Comunicación y Medios de la Facultad de Ciencias Sociales.
**La nota fue publicada en Infobae