“¿Podrías poner más atención a lo que haces? ¡A este paso nos vamos a tener que ir a buscar azúcar a Croacia! Amanda Radetić cuenta que su día de trabajo comenzó aquella mañana con esa frase, dirigida a uno de los choferes de la Embajada, Juan Barros. Enfurecida, abrió una puertita de color blanco y sacó de ahí una escoba vieja. Hacía tiempo que nadie la sacaba de ese pequeño escondite, estaba llena de telas de araña y el palo que alguna vez fue rojo se había tornado naranja a causa de la humedad. Todavía se estaba descascarando la poca pintura que le quedaba y apenas se podía leer “Spontex” en la parte superior de él.
“De paso haga traer un par de escobas de Europa señora, ¿no le parece?”, le dijo Juan. Ella no podía creer lo que escuchaba, contó hasta 5 en croata con su cabeza baja y sus ojos cerrados, como pidiéndole a Dios paciencia: “Jedan, dva, tri, četiri, pet”… “¿No Juan, no ves que estas son de las buenas?, ya no las fabrican así… hoy son todas de plástico”. Él se rió suavemente y le dio un último sorbo al mate que ya estaba frío. “Yo me voy, cualquier cosa que necesite me llama. Que tenga un buen día y perdón nuevamente por lo del azúcar”.
Amanda hizo un montoncito de azúcar con ayuda de la pala. El piso era de cerámica negra, hasta el último grano se podía ver a la perfección con tan solo agachar la cabeza, por eso, minuciosa y detallista, volvió a pasar la escoba por todos lados: por debajo de las sillas de roble de Eslavonia, de la mesa que tenía un mantel típico croata que llegaba hasta el piso para que no se notara que una de sus patas estaba apoyada sobre un cartón de leche impidiendo que ésta se moviese. Por último arañó la parte inferior delantera de la heladera, como para sacar todos los posibles granos de azúcar restantes. A diferencia de la escoba, la pala que usó parecía nueva, todavía conservaba el sticker amarillo con el precio, $29,99.
“Si las cosas no pasan por mí, acá nadie hace nada, ni un simple café saben hacer acá”, suspiró y guardó todo de donde lo había sacado. Ya eran las 10:45 y todavía no había podido tomar ni un sorbo de café, estaba histérica. Ya nada podía ponerse peor, o tal vez sí.
Era miércoles por la mañana, 3 de septiembre de 2014 para ser exactos. Afuera hacía frío y en el edificio de la Embajada de la República de Croacia no volaba ni una mosca. El embajador no vendría a trabajar esa mañana, se encontraba en cama y el médico le dijo que no saliera a la calle por unos días. El cónsul, Vinko Perić, a diferencia de otros días, llegaría dos horas más tarde de lo habitual. Había llamado y dijo que tenía un acto en el colegio de sus hijos. Amanda estaba sola en la Embajada, los pasillos estaban silenciosos, la cocina muy limpia y los papeles demasiado ordenados. Se dirigió hacia la cocina y finalmente pudo hacerse un café, lo agarró y caminó rápido hasta llegar a su escritorio. Apoyó bruscamente la taza, como si ésta estuviese barnizada con ácido y exclamó “¡Ay! Esto me pasa por no comprar tazas térmicas”, mientras sacudía las manos.
Abrió su cartera Gucci que, de tan solo observar las manijas cualquiera se hubiese dado cuenta de que ésta era una imitación. El cuero estaba desgastado, y ya quedaba poco del stras original. La abrió y se quedó con el aplique del cierre en la mano… sin dudas, era una imitación. Sacó su crema de manos y se la aplicó en las quemaduras. El perfume a rosas de la crema se impregnó en toda la sala. Amanda cerró la cartera, se sentó en su silla reclinable y aprovechando que no había nadie, apoyó sus pies sobre el escritorio. Mientras esperaba a que alguien tocara el timbre se puso a revisar las ciudadanías que tenían que ser entregadas esa misma tarde.
De repente, ocurrió algo insólito: golpearon la puerta. Todos los que se encontraban del lado de afuera tocaban el timbre, a nadie nunca se le hubiese ocurrido golpear la puerta, porque esa no era una casa familiar.
A medida que pasaban los segundos los golpes se intensificaban, como si detrás de la puerta hubiese dos personas… tal vez un pobre peatón en busca de refugio porque un asesino intenta terminar con su vida. Amanda rápidamente soltó la taza de café y sin darse cuenta, éste se derramó encima de los seis certificados de ciudadanía que ella estaba inspeccionando. “¡Ya voy!”, gritó. “No estoy sorda, ya escuché”, continuó.
Furiosa, histérica, rabiosa y un poco loca, corrió a la puerta y volvió a contar hasta 5 en su idioma natal. Esto no lo hacía con frecuencia, pero ese día parecía una costumbre, un ritual. Antes de abrir la puerta, peinó su flequillo estilo Cleopatra, pegó un salto para acomodarse las calzas negras y abrió la puerta con su mejor sonrisa. “¡Buen día! ¿Qué se le ofrece?”
Amanda cuenta que al verlo parecía una persona normal.
Cuando ella abrió la puerta lo primero que vio no fueron ojos sino un celular último modelo, esos que hoy en día se podrían considerar viejos, porque esas cosas se renuevan prácticamente todos los días. Detrás de la puerta había un hombre con su cabeza gacha, que no paraba de chequear su casilla de correo electrónico. Como si hubiese estado esperando recibir algo importante o más posiblemente deseando no recibir nada. Nada malo, obviamente.
Apenas Amanda le abrió la puerta, el hombre dejó todo lo que estaba haciendo, alzó la mirada y con una sonrisa un tanto pícara y frenética al mismo tiempo, extendió su mano derecha. Amanda que todavía tenía las yemas de los dedos un poco delicadas por las quemaduras de la taza de café le dijo: “Despacito que me acabo de quemar”.
Mientras le enseñaba su pasaporte croata, le dijo: “Mi nombre es Lun Terzić Nikolić, nací en Croacia, estuve 14 años viviendo en Chile y vine aquí pensando que usted o alguien de la Embajada me podría ayudar a conseguir algún trabajo. Yo necesito hacer algo, necesito la plata”, dijo, mientras jugaba con el pequeño llavero que colgaba de su mochila “Tommy Hilfiger”, ésta sí era original. Parecía nervioso y a medida que la conversación avanzaba, comenzó a agitarse. En medio de la charla llegó Perić, el cónsul de la Embajada. Saludó moviendo la mano, como era su costumbre y subió por las escaleras a su oficina que estaba en el primer piso. Sólo Amanda respondió el saludo: “Dobar dan” que en castellano significa “Buen día” y continuó hablando con su interlocutor.
Amanda le dijo que ella no tenía muchos contactos y que encontrarle un trabajo iba a ser casi imposible ya que él no era el primero que llegaba a la esquina de Gorostiaga y Malasia (ex Arribeños) en busca de lo mismo. Llegó un momento en que él, cansado de suplicarle, comenzó a exigírselo. Para Amanda él ya no era la persona que había conocido una hora antes, se había vuelto violento, agresivo, sínico.
Asustada, corrió hasta el pasillo que separaba su oficina de las escaleras y lo llamó a Perić. Éste bajó lo más rápido que pudo, pues no era común que Amanda lo llamase a los gritos. En otra ocasión ella hubiese subido las escaleras para comunicarse con él.
Las cámaras de seguridad registraron que mientras Lun esperaba sentado, esta vez no sólo jugaba con el llavero que colgaba de su mochila sino también con su navaja Victorinox. Soltó el llavero y buscó de qué lado estaba el afilador. Lo encontró. Comenzó a pasarse la delgada punta del pequeño afilador por debajo de las uñas una y otra vez. Cuando terminó de sacar la suciedad, tomó del bolsillo izquierdo un pañuelo de tela color azul eléctrico y limpió delicadamente la punta del mismo. Guardó su navaja suiza y su pañuelo. Cruzó las manos como si se hubiese estado preparando para rezar, las apoyó en el escritorio y esperó a que Amanda volviera.
Amanda le contó cuál era la situación al cónsul y con su ayuda pudo sacar a Lun de allí. Le repitieron que ellos no podían conseguirle ningún trabajo y éste, malhumorado, se fue sin decir siquiera adiós. Amanda y el cónsul, antes de cerrar la puerta, sí dijeron “¡Zbogom!”, en croata. Algo les olía mal.
Perić, amante de la tecnología y gran conocedor de ésta, de inmediato subió nuevamente por las escaleras a su oficina. Desesperado, subía de a dos los escalones, como si la madera quemara o como si estuviese en arena movediza. Prendió el monitor de la computadora, que hasta ese momento no había sido encendido y buscó en Internet el nombre que Amanda le había dado: “Lun Terzic Nikolić”.
A los pocos segundos, Perić no podía creer lo que estaba leyendo, el hombre que había tenido frente a frente hacía tan solo un par de minutos era nada más y nada menos que un asesino. La pantalla se llenó de noticias chilenas. El diario El Mercurio y La Tercera titulaban “El Croata asesino”, “El croata que en 1998 asesinó a su mujer, cumplió su condena”. Asustado, nervioso y angustiado, se comunicó lo antes que pudo con la Embajada de la República de Croacia de Santiago de Chile. Les contó cuál era la situación y ellos, extrañados al enterarse de que Lun no se encontraba más en suelo chileno sino en la Argentina, le contaron todo lo que sabían.
Lun era un ex soldado, se autoproclamaba responsable de 145 crímenes de guerra ocurridos durante el conflicto armado que se produjo después de la disolución de la ex Yugoslavia. Tenía 47 años y había estado preso en Chile tras haber asesinado a su esposa, Elsa Torres Cárcamo en 1998. “La mató de ocho balazos, un demente”, le dijo una voz que salía del teléfono de Perić. A medida que se enteraba de quién era Lun Terzić Nikolić, Perić abría más y más sus pequeños ojos pardos. Parecía una lechuza.
“La historia completa de Terzić fue recopilada por el programa de la TV chilena “Mea culpa” en el capítulo titulado “El croata”, que incluso está subido a Internet”, detalló la voz. Y continuó: “Los últimos quince minutos de ese programa incluyen una entrevista a Terzić en la cárcel, donde no sólo habla con lujo de detalles sobre el asesinato de su esposa, sino que como te dije, se jacta de haber sido responsable de la muerte de al menos 145 serbios en hechos que podrían ser considerados como crímenes de guerra.
En el video Lun dice que no se arrepiente en ningún momento de los crímenes que cometió y además dijo: “Los serbios no son mis enemigos, ellos ni siquiera son personas. Un serbio bueno es un serbio muerto”, dijo el colega de Perić desde Chile, y agregó: Un psicópata total, inventa cosas, ya que los mismos serbios negaron que él haya matado esa cantidad de personas”.
Alarmado, Perić mandó una cadena de emails a los croatas de la Argentina previniéndolos. Ya todos sabían que había que tener cuidado con Lun, porque ahora se encontraba acá, en la Argentina. “Todos” es una forma de decir, aunque en este caso, era verdad. Todos los croatas estaban avisados, todos, menos uno…
El sábado 6 de septiembre, en el pequeño restaurante “Dobar Tek”, en castellano “Buen Provecho”, situado en Avenida San Juan 548, el día transcurría con normalidad. Daniel Yorio, el dueño del lugar preparaba las mesas para los comensales que vendrían ese mediodía. Con ayuda de su sobrina Mailén, apiló los manteles limpios y puso a lavar los que ya estaban sucios. Después, acomodó las servilletas, puso un servilletero en cada una de las mesas, junto con un salero y un pimentero. La pimienta es esencial para las comidas croatas, todas tienen un toque atrevido, picante, vivo. Por último, tomó el desodorante de ambiente que estaba sobre un aparador junto a una foto de la Virgen de Medjugorje donde se leía “Kraljica Mira”, en castellano: “Reina de la Paz” y empezó a rociar la sala. El restaurante se empapó en perfume a flores de lavanda. Ese aroma, característico del lugar, recuerda los campos de lavanda de la isla de Hvar en el Adriático croata, frente a la ciudad de Split.
En Croacia se fabrican perfumes naturales de lavanda y los suelen poner en bolsitas para guardar en el armario y así mantener la ropa perfumada. Aunque todavía era invierno; la armonía, el buen humor de Daniel, el canto de los pájaros que se escuchaba desde adentro y por supuesto, el tan refinado y fresco aroma a lavanda, anunciaban la pronta llegada de la primavera.
Habiendo terminado de ordenar todo y de dejar el restaurante en óptimas condiciones, Daniel se sentó detrás del mostrador en su silla de madera. Sacó su laptop del maletín de cuero que ya estaba gastado y que tenía cierres que apenas funcionaban y empezó a revisar sus emails. “Adriana, acá me llegó un email del facebook que avisa que mañana es el cumpleaños de la Paula”, le gritó a su mujer que estaba en la cocina. “No te olvides de comprarle algo, ella siempre nos regala a nosotros, alguna boludez, alguna chuchería. Pero comprale algo”, prosiguió.
Continuó revisando los emails y se topó con un email de la Embajada de la República de Croacia. Primero lo leyó él y después corrió a la cocina a buscar a su mujer para que ella misma lo viera. Ellos también ya estaban avisados y enterados acerca del “Croata asesino”.
Daniel se puso a investigar un poco el tema, se entretuvo tanto, que cuando se dio cuenta ya eran las 11:34 y la gente estaba por llegar en cualquier momento. Nuevamente, tomó su maletín de cuero negro y buscó un CD con música croata para ambientar el lugar. Sacó 5 CDs y optó por uno de Mladen Grdović: Za tebe živim ja (Para ti vivo yo).
De repente, entró una pareja. Daniel se puso contento, eran los primeros clientes de ese día. Ella era petisa, con algunos kilos de más. Tenía el pelo recogido con una banda elástica que estaba a punto de romperse, una pollera amarilla que apenas dejaba ver las puntas de sus sandalias verdes militar y una campera de cuero marrón estilo aviador. Su acompañante vestía de negro y en los pies tenía unas zapatillas Nike de color fucsia neón.
Antes de que Daniel pudiera decir palabra, Lun se presentó y dijo que era croata, que hacía un tiempo que estaba en Argentina y que tenía pensado quedarse a vivir ya que se casaría con su novia argentina que lo acompañaba en ese momento. Dijo también que estaba buscando trabajo. A Daniel ya no le quedaban dudas de que se trataba de la persona sobre la que advertía el email.
Enseguida vino a su mente algo que había leído luego de ver el email. En el diario La Nación, en su versión digital, se había publicado que en Río Grande, Tierra del Fuego, estaban buscando a un croata porque una mujer lo había denunciado por amenazas de muerte. Era el mismo que ya había asesinado a otra mujer en Chile y había venido a la Argentina luego de purgar una condena de 13 años por el delito cometido.
“Y esta señora…, ¿será su próxima víctima?”, se preguntó Daniel. Casi titubeando y tocándose la oreja a causa de sus nervios, le dijo que ese era un restaurante familiar, que sólo empleaba a personas de la familia y que no tenían lugar para él. Lun insistió, entonces Daniel tratando de deshacerse de él lo antes posible le pidió sus datos, los anotó y le dijo que si sabía de algún empleo, le avisaría. Lun se conformó y Daniel los acompañó hasta la puerta.
Se estaban despidiendo en la vereda, cuando pasó Luka Ivanac. “¡Dobar dan, Daniel!”, saludó. Daniel respondió en castellano y Lun saludó en croata, su acompañante permaneció callada. Cuando lo escuchó a Lun, Luka se entusiasmó: “¡Pero si es un paisano!” dijo, y se puso a hablar con él en croata. Le contó que justo estaba yendo a un almuerzo en el club croata que quedaba a pocas cuadras de allí, en la calle Bolívar al 1500 y le preguntó si le gustaría acompañarlo. Lun accedió encantado, Daniel palideció. Evidentemente, Luka no había recibido el email de la Embajada.
Ya no había vuelta atrás. Daniel no encontraba la forma de decirle a Luka que a quien estaba invitando a almorzar era un asesino. No lo pudo evitar, Lun y su acompañante se fueron con Luka.
Luka contó que al entrar al salón del club, sus viejos amigos Ivan y Pablo lo miraron atónitos y se quedaron estupefactos. “¡Dobar dan!”, dijo Luka, pero ellos no contestaron. Hacía un rato que habían estado mirando por Internet las fotos de Lun, el croata asesino y en ese momento lo tenían delante de sus narices, como si se tratara de un fantasma. Pablo tomó a Luka del brazo, se lo llevó a un costado y le contó quien era realmente su nuevo amigo.
Luka no lo podía creer, su cara se volvió blanca como una hoja de papel, le temblaban las piernas y sus manos sudaban. Para resolver la situación, Ivan reaccionó rápidamente y dijo: “Hoy tenemos reunión de comisión directiva, así que sólo podrán estar presentes los socios en el almuerzo”. Lun no se dio por vencido y preguntó si igualmente podían quedarse. Luka y sus amigos respondieron al unísono: “¡Ne!”. Entonces Luka se disculpó diciendo que no sabía que ese sábado se reunirían sólo los socios. Lun frunció el seño, tomó de la mano a su acompañante y se fueron. Los croatas de Argentina no supieron nunca más de él.
Nota del autor: Los nombres de los empleados de la Embajada de Croacia fueron cambiados a pedido de los mismos.