Ante la estética minimalista y las tarifas crecientes de las cafeterías de especialidad, los jóvenes buscan en los cafés de barrio un consumo accesible, el trato directo y un sentido de pertenencia. Crece la corriente de argentinización de la cafetería.
Durante los últimos años Buenos Aires se llenó de cafés “aesthetic” o “de especialidad”, donde predomina el diseño, las mesas pequeñas, el wifi veloz y las bebidas con nombres en inglés como el latte o el flat white (café con leche vaporizado). El modelo se volvió tan uniforme que dejó de ofrecer diferenciación. Frente a esa gran sobreoferta de homogeneidad, los bares tradicionales —con vitrales desgastados, mozos que tutean y televisores pasando fútbol— recuperan atractivo.
Este retorno cultural no es solo nostálgico ni exclusivamente económico. El sociólogo chileno Omar Catalán Marín, en su ensayo Juventud y consumo: bases analíticas para una problematización (2010), describe el consumo juvenil como un “proceso dinámico de personalización” donde los objetos y los lugares adquieren valor semántico y comunican pertenencia dentro de un mercado saturado .
En ese marco, pedir un cortado en jarrito en un bar notable habla de la identidad de quien lo consume. Ante la explotación del café minimalista, lo nuevo cool es lo alternativo, lo que denota identidad propi, los bares porteños tradicionales.
El ritmo de Varela Varelita
17.18h. Una mujer joven se sienta en una mesa cerca del mostrador. El mozo con una bandeja redonda plateada bajo el brazo tarda en atenderla. Pide un tostado y una lágrima con leche descremada, el mozo dice que no tienen mientras sigue atento un partido de fútbol por la televisión. “¿En jarrito?”, pregunta el mozo y vuelve la mirada hacia los televisores que transmiten el Mundial de Clubes como también lo hacen cuatro hombres —tres mayores de unos 60 aproximadamente y otro de unos 40— que discuten la jugada y piden otro café después que River anotara el 3-1 sobre el Urawa Reds de Japón. Una joven de 25 abre su notebook y pide un café. Entre botellas de vidrio en la heladera, sifones de soda sin marca en la repisa y el aroma constante de café filtrado completan la escena, afirma:
“Vengo porque es tranquilo y se come rico y simple, ah y está bien de precio. Me cansé de los cafés de especialidad; ¿alguien sabe qué significa ese concepto realmente?”. “Este tipo de bares, se puso de moda, los jóvenes vienen todos los días, se mezclan con los clientes de siempre y hasta se vuelven clientes frecuentes, diarios”, explica el mozo futbolero.
Volver al barrio
La diferencia de precios refuerza el cambio de hábito. En cafés de especialidad, en un barrio como Belgrano, un flat white puede superar los $4.500, mientras que en Varela Varelita —esquina de Scalabrini Ortiz y Paraguay, en el barrio de Palermo- la promo de café con leche y dos medialunas cuesta $5.500.

El menú es breve y sin variantes “plant based”: principalmente, pastafrola, medialunas y tostado de jamón y queso. Se le suman algunas opciones saladas, sandwiches y picadas. Exactamente lo que muchos jóvenes buscan para escapar de la carta kilométrica y los productos con nombres en inglés. En estos bares tradicionales, el menú se centra en porciones grandes, preparaciones tradicionales y un servicio simple que prioriza rapidez y costo. En los cafés “aesthetic”, las porciones son más reducidas y la carta privilegia elaboraciones artesanales presentadas de modo fotogénico para redes sociales, con un precio promedio más alto. La llegada de clientes veinteañeros convive con la clientela histórica sin modificar la rutina central de los bares tradicionales: el café de filtro sigue siendo la oferta principal, aunque ahora se ven notebooks abiertas, encuentros entre universitarios y actividades culturales impulsadas por los propios jóvenes, según explica un mozo de Varela Varelita. En un mercado donde la estética se repite y los precios de las cafeterías especializadas suben, el bar tradicional aparece como alternativa. El cortado en jarrito, la medialuna de mostrador y el comentario del mozo durante el partido constituyen un entorno que los jóvenes identifican como espacio de pertenencia al margen o como respuesta a las redes sociales masificadas.