El “Ape” tomaba café de marihuana con sus amigos, mientras esperaban entre risas y porros que llegasen sus compradores. Él no lo hacía para ganar plata, sino solo por el afán de consumir más barato la mercancía. Como El Ape dice: “la plata del faso solo sirve para eso. Comprar más faso”.
Con cada risa, se escapaba el vaho de la respiración. Hace frío en el sur patagónico argentino. A cada pitada, las risas se multiplicaban, como el humito, mezcla de frío y “porro”.
Esta vez “el Ape” había contactado a sus clientes por mensaje de texto para que se reunieran en el árbol que tiene tallado en el centro del tronco una chala. Antes se conocía así a los cigarros camperos armados con hojas de maíz, hoy es el nombre con el que se llama a la hoja de marihuana. Otro día podría el lugar de encuentro podría haber sido el cementerio, un terreno baldío, de nadie, en donde ni siquiera los policías se animan a entrar. Todos estos lugares están en El Mallín, el barrio más humilde de la localidad de Villa La Angostura construido sobre una zona de tierras bajas e inundables. Las peores.
El “Ape” mueve la droga que inauguró la nueva ruta de la marihuana en el fin del mundo. Aprovechando la falta de controles, el estupefaciente viene de Chile, importado pro los jefe de el “Ape” y el dealer la coloca en Argentina.
Lo del “Ape” no es el negocio, sino seguir fumando. Compra para vender y vende para fumar a buen precio. Un kilo de marihuana le cuesta unos 9.000 o 10.000 pesos (unos 600 dólares) y vende los 25 gramos a 450 o 500 pesos (unos 33 dólares), es decir que de los 20.000 pesos recaudados, 10.000 son pura ganancia. Pero su trato era otro: cada 100 gramos vendidos, 25 se los regala para su consumo personal. Alcanza para armarse unos 50 porros.
Él no usa nunca su nombre. Su apodo es “el Ape” y, para despistar a la gente de su verdadero rol y “sacarse de encima a los interesados”, vende en “carpa”, una modalidad en donde el truco está en no decir que uno es el vendedor, sino que un amigo suyo lo es.
En la pequeña comarca patagónica de Villa La Angostura, en Neuquén, 1600 kilómetros al sur de Buenos Aires, hay un salto generacional donde escasean los jóvenes de entre 18 a 25 años. Cuando los chicos egresan del colegio secundario, pocos se quedan trabajando y muchos parten a otras latitudes, al Norte como dice allá, para poder seguir una carrera profesional.
Por eso el martes, día predilecto para conseguir de porro para la joda del fin de semana, los compradores de “el Ape” eran en su mayoría jóvenes de entre 13 y 18 años. Según la Secretaría de Programación de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR el 15,9% de los alumnos de colegios secundario del país consumieron al menos una vez marihuana. La Patagonia no es la excepción.
La Angostura, villa coqueta ubicada en el corazón del Parque Nacional Nahuel Huapi, es conocida como “El Jardín de la Patagonia”. Con poco más de quince mil habitantes, es uno de los lugares preferidos de la Argentina e inclusive el presidente argentino Mauricio Macri y los reyes de Holanda, Máxima y Guillermo, pasan allí sus vacaciones en casas propias o de amigos.
En Angostura, los ocres de las hojas en otoño explotan a comienzos de la primavera en infinidad de colores diversos y las temperaturas comienzan a subir de a poco hasta llegar al verano. Aunque el calor puede ser agobiante en enero, pocos se animan a correr por los muelles y tirarse de un chapuzón a los tantos lagos de deshielo que posee.
En cambio, en sus inviernos, el pueblo se tiñe durante varios meses de blanco por la nieve que envuelve los bosques. Las montañas, que en verano los aventureros trepaban para admirar desde las alturas el imponente paisaje, divierten a sus visitantes con laderas habilitadas para el ski, snowboard o culopatín.
La temporada cosmopolita contrasta con el agobio pueblerino de “la baja” como le dicen a los meses en que no viene nadie, El pueblo a veces se puede tornar un poco aburrido. Sobre cuando solo quedan 15.000 almas caminando por el centro de solo cinco cuadras. A veces, pasado el verano, pueden transcurrir semanas sin que salga el sol de nuevo y los locales deben de acostumbrarse a un cielo gris, con su lluvia liviana pero constante.
No hay cines. No hay shoppings. La gran salida del mes es ir a Bariloche, que queda a 90 kilómetros por rutas serpenteantes. Sí hay un boliche, Catalina, y abre pocas veces por semana, si es que abre.
Por momentos, la vida de pueblo se puede tornar muy aburrida y monótona. Sobre todo para los adolescentes.
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En Chile, al otro lado de la Cordillera de los Andes, el auto avanza rápidamente por la ruta, va dejando atrás campos con vacas pasteando hierba verde y pequeñas flores amarillas. Cada tanto, aparecen en el paisaje pequeñas casas de madera de muchos colores, pero ya despintadas por el paso del tiempo.
Todo el alrededor son montañas llenas de vegetación, con una infinidad de gamas diferentes de verdes. Y no dejará de ser así, hasta que la altura asfixie poco a poco a la vida misma.
Saliendo de Chile el bosque y las montañas rodean al viajero. Ese paisaje paradisíaco es el entorno donde transita la nueva ruta de la droga en el fin del mundo.
Ya cerca del Paso Internacional que desemboca en Argentina, hay varios hoteles en el pequeño poblado de Puyehue que ofrecen su servicio de aguas termales. La Cordillera de los Andes comienza a delinearse cada vez más en el horizonte, y con ello, los volcanes, dormidos.
Los trámites para dejar Chile e ingresar a la Argentina son sencillos y están a cargo de los Carabineros.
En las filas, los vecimnos argentinos de Villa La Angostura, que pasaron unos dáis en el país vecino de compras y regresan a la Argentina, se saludan y se cuentan cómo les fue en el fin de semana. Se fueron a Osorno, a Puerto Montt, Valdivia. Algunos a pasear, la mayoría a comprar ropa más barata o el eletrodoméstico que estaba faltando para la casa.
Cuando terminan de entregar sus papeles y presentar el documento de identidad de cada miembro familiar, suben de nuevo a sus auto y continúan el camino que, ahora, los adentrará al corazón mismo de la Cordillera de los Andes de regreso a su país.
Poco a poco, el sinuoso camino comienza a subir por la ladera de la montaña y el paisaje saca el aliento a cualquier persona. El frío se acentúa más y ya llegando a la cima, se puede ver a los costados del camino la nieve, tan congelada que se hizo hielo, incluso en pleno verano.
Ya en la cumbre, un pequeño cartel anuncia que a partir de ese momento, el territorio se ha vuelto argentino. Y entre más curvas y contracurvas, caracoles, la vegetación comienza de nuevo a abundar y las montañas de repente se vuelven enormes y se pueden observar a la lejanía cascadas de caídas impresionantes solo visibles a los ojos atentos.
El viajero se siente reducido, encerrado en un pequeño auto, rodeado de la inmensidad de la Cordillera y si el conductor tiene suerte, se le presenta ante sus ojos la visita fugaz de un ciervo o un zorro que cruza rápido el asfalto, para luego desaparecer de nuevo en los impenetrables bosques.
Por último, al llegar a la segunda parte del Paso Internacional Cardenal Samoré, ya del lado argentino, se presentan algunos papeles más donde entre otras cosas, se declara todo lo que el individuo ha adquirido en el país vecino.
Los custodios de la frontera argentina solo revisarán con más énfasis si el viajero responder a un “perfil de riesgo” prestablecido y solo si pasa de Argentina a Chile y no al revés.
En ese control, los gendarmes argentinos son capaces de distinguir, mediante lo que parece una charla amistosa, pequeños indicadores de un posible “perfil de riesgo”: dónde pone las manos, a dónde mira cuando le preguntan algo, si sabe contestar bien, si está inventando.
Finalmente, cuando perciben que podría tratarse de un posible narcotraficante, traen a los perros para profundizar el trabajo.
Uno de los problemas para desarrollar de forma satisfactoria la tarea, es que casi no hay perros antidrogas en las fronteras. El Paso Cardenal Samoré cuenta con un solo can y, en el mejor de los casos, dos durante el fin de semana. Sin embargo, al ser los dos machos, cuando uno trabaja el otro debe estar a resguardo.
Las razas elegidas para llevar a cabo estos procedimientos suelen ser las más dóciles y que siempre quieran jugar, como los Golden o los Labradores, ya que el mecanismo de trabajo en realidad está ligado al juego. Sin embargo, otra de las dificultades con las que se enfrentan todos los días los gendarmes, es que el animal solo está atento al “juego”, entre 40 y 45 minutos. Luego ya no sirve, porque está cansado y pierde la atención. “Si encuentran algo, es pura casualidad”, reconoció un agente de Aduana que controla esa frontera.
En cambio, cuando los viajeros entran a la Argentina a veces los gedarmes revisan los autos buscando por ejemplo contrabando de un televisor LCD de 50 pulgadas, que algún viajero pretende entrar al país sin declarar. Muchas otras veces, el semáforo de control da paso prendiendo una luz verde y los viajeros continúan los 38 kilómetros que separan la frontera de Villa La Angostura.
“Es sabido que la droga viene de Bolivia, pasa por el norte argentino hasta llegar a La Angostura y que después se va para Chile. Pero no al revés. No revisamos”, asegura el personal de la Aduana. Y es por esa misma razón que al jefe del “Ape”, se le ocurrió romper el recorrido habitual y así pasar la mercadería fácilmente de Chile a La Angostura, a pesar de los diversos controles.
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Los costos para transportar las sustancias ilícitas son mayores que con el recorrido tradicional, por ende, la droga se vende un poco más cara que la traída del norte, de la cual también hay en Villa La Angostura. A pesar de esto, sigue siendo un buen negocio.
El trayecto lo realizan dos autos, uno vacío, con los conductores que avanzan más adelante para ver qué ocurre en la frontera; y el segundo, con la sustancia ilícita, esperando kilómetros más atrás a que se comuniquen los del primer coche para ver si deberían continuar avanzando. En el peor de los casos deben deshacerse de la evidencia enterrando la marihuana en el bosque hasta que dejen de revisar y que sea seguro pasarla sin riesgos. Como dice “el Ape”, tienen que “esperar a que pase el peligro”.
Pero esta vez, de nuevo pasaron desapercibidos. Les salió bien la jugada y no fue por que sí. La red de contactos del narcotráfico comienza con familiares de argentinos que viven en Chile, que se comunican con policías locales para que les abran el paso y poder llevar al otro lado de la frontera tanto marihuana, a cambio de favores, como dinero para lavar producto del narcotráfico.
La marihuana se cultiva en un pequeño pueblo de Chile, cuya identidad se mantiene en secreto en el mundo del hampa patagónico. La planta se seca, se prensa y se le agregan algunos químicos para traficarla más cómodamente y contrarrestar el amoníaco de los lotes. Eso la hace menos detectable para los perros.
Cuando comienza el recorrido hacia la Argentina, ya todo está arreglado y es más o menos seguro. “En los dos lados… en la Aduana, en Gendarmería. Algunos de los que trabajan en la Aduana son una banda de amigos que se hicieron milicos para acceder a esos premios. Plata, faso (porro), merca (cocaína), pasta (crack)y todo lo que se te ocurra. Y se acomodan así. No solo eso, sino que tienen los horarios de cuando van a estar en la Aduana, los turnos y si no los tienen se los acomodan para quedar ahí los más corruptos, como para ponerles un nombre y así controlen que ellos se queden con parte de la mercancía”, cuenta El Ape.
Esto contrasta con la realidad. A pesar de que no hay números oficiales por ser información sensible al dominio público, en el año 2016 en el Paso Cardenal Samoré solo hubo un procedimiento en el que se retuvieron 68,800 kilos de marihuana provenientes de Argentina hacia Chile, según diarios de la zona.
Con respecto a la droga que entra a nuestro país, el único caso conocido fue en noviembre del 2015, cuando dos suboficiales carabineros de Osorno que viajaban con un civil fueron detenidos al encontrarles 1,8 kilos de marihuana prensada. Según comunicó la Prefectura de Osorno, “estos funcionarios estaban debidamente autorizados por la institución para hacer uso de días de permiso, ambos ayer en la mañana ‘hacen dedo’ y un jeep con un conductor a quien no conocían los lleva hacia el sector de Cardenal Samoré”.
El Fiscal Alejandro Moldés, del Juzgado Federal de General Roca, si bien admite que no hay ningún caso en el juzgado sobre narcotraficantes que hagan el trayecto Chile-Argentina, cree que no sería extraño que eso ocurriese y no lo sepan. “Es blando desde la jurídica y blando desde la policía. Esta es una zona jurídicamente blanda. ¿Qué quiere decir? Que acá todos los que son detenidos por narcotráfico 98% son excarcelados. Es lógico que elijan esta zona porque tiene un riesgo muy bajo. Porque el riesgo más alto acá, pasando la sustancia ilícita, es caer preso”, dice Moldés, aclarando que son conjeturas.
El Ape asegura que es transa (quien maneja los negocios de la droga), que solo la vende y de eso ya hace un tiempo. Quedó endeudado con sus jefes y no le pasaron más mercadería. Ahora se encuentra en otra etapa de su vida. Luego de haber asistido a un centro de rehabilitación por su adicción al alcohol, hoy dedica al cultivo de marihuana para su propio consumo y le compra de vez en cuando a sus amigos.
“Lo más difícil es darse cuenta que necesitas cambiar. Porque no todos se dan cuenta que tienen un problema con el escabio (bebida), que es una de las drogas más legales y letales. En cambio, hoy en día la marihuana es curativa y salva vidas”, dice, mientras toma un café de marihuana con amigos, mientras se confunde en el aire el humo del porro con el vaho del vapor en el frío patagónico.