Dos alumnos de UCA Periodismo ingresaron al Penal de San Martín para asomarse a la vida de los internos. Espartanos, un modelo a seguir.
La privación de la libertad aparta de la sociedad a un individuo que no comprende las leyes o las reglas de convivencia, con el fin de que en el período en que se encuentre encarcelado pueda cambiar su comportamiento y al momento de volver a reinsertarse pueda hacerlo de manera correcta. La tarea, a cargo del gobierno de turno y del sistema penal está lejos de ser eficiente y hace que el paso por la prisión sea una oportunidad perdida. Para saber si el funcionamiento de las unidades penitenciarias es el adecuado la visita al Penal de San Martín ofrece algunas pistas acerca de esta cuestión. Pero antes los números son claros, el indicador principal surge de las estadísticas que, en 2016, el Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (SNEEP): la tasa de reincidencia es del 46,5% y el 50% de los reincidentes vuelven a prisión un año después de haber salido.
Según el estudio realizado por la SNEEP, en la Unidad Penal 48 de San Martín hay 418 personas presas. Tan solo 2 de cada 10 internos están condenados, mientras que el resto está procesado. El principal delito por el que están acusados es por violaciones (44%), seguidos por robo o hurto (26%), homicidios (11%) y otros (20%, como amenaza, intimidación)
Con respecto a sus estudios, 29 reclusos no tienen ningún nivel de educación y solo 66 tienen el secundario completo. Sin embargo, más de 400 de ellos participan del programa de educación del penal, que abarca primaria, secundaria, terciaria e incluso universitaria como especifica en el informe la entidad dependiente del Ministerio de Justicia.
Antes de ingresar al penal, el 80 por ciento de los presos no tenían un trabajo fijo. Actualmente, solo 92 reclusos tienen un trabajo que consta de entre 30 y 40 horas semanales. Mientras que el resto no tiene ningún trabajo remunerado.
Un día en el penal
A las 8:45, con mucho frío bajamos del auto porque una barrera no nos permitía el paso. Ya habíamos bajado del Camino del Buen Ayre, para hacer una vuelta en U, tomar un camino de tierra lleno de pozos y bordear el altísimo alambrado que rodea las inmediaciones del lugar. Llegando al portón de acceso hay varias despensas, con alimentos y bebidas. Una mano nos advierte que paremos, un uniformado de gorra y pistola al cinturón nos hace un gesto circular con la mano… quiere que bajemos la ventanilla.
– ¿A dónde van? preguntó el oficial.
-A Espartanos.
-Dejen el coche por acá -indica el oficial señalando una suerte de estacionamiento.
Nos pusimos gorra y bufanda y nos acercamos a la barrera. Pasamos por debajo de la barrera e ingresamos al Penal de San Martín, en José León Suárez. Un mundo gris, que se confundía con los nubarrones del cielo, era difícil saber dónde terminaban los imponentes muros y dónde empezaba el firmamento.
En marzo de 2007, comenzó su actividad administrativa y en octubre de ese año ingresaron los primeros internos. Tiene un régimen cerrado, de modalidad estricta para procesados y severa para penados. Años más adelante, se adaptó un sector extramuros para alojar a los detenidos que acceden al beneficio del régimen abierto. La diferencia entre ambos regímenes es que en el primero se califica a los convictos en primer grado, es decir, en condición de suma peligrosidad e inadaptación social; en cambio el régimen abierto, de tercer grado, procura potenciar la capacidad (positiva) de inserción social de los presos.
Ingresamos por el ala izquierda del penal, caminamos por un camino de tierra igual al que veníamos con el auto, a la izquierda un alambrado que significaba el límite de la libertad: del otro lado la vida, el verde, la autopista, a metros del río Reconquista y de un camping. Del lado de adentro: el encierro, el concreto, las armas, el polvo, el olvido y un muro imponente, el cual, debe tener unos 20 metros de alto. Este camino conecta las tres unidades penitenciarias que forman la totalidad del penal, los complejos están ubicados uno después del otro y son estructuras cuadradas.
Las dos primeras son las unidades 46 y 47, están pegadas y solamente las divide un muro de la misma altura, en la Unidad 46 se concentran los presos de condenas más graves, o los internos recién ingresados. La disposición interna de ambas es exactamente igual: un corredor que cruza y corta en diagonal a ambos lados del camino casillas de seguridad para el ingreso a las celdas y a su respectivo patio. Las tres unidades dan como resultado un penal de unas ocho cuadras de largo por dos de ancho; lo rodea al este la autopista del Buen Ayre, al oeste el río Reconquista, al norte un arroyo que se desprende del río y al sur un complejo de camping, todo el perímetro está cercado y las unidades amuradas con bloques de concreto y cada 40 metros se elevan torres de control con visión de 360 grados. La Unidad Penitenciaria Bonaerense de San Martín es una cárcel de máxima seguridad y los guardias no se cansan de repetirlo una y otra vez.
El ejemplo de la Unidad 48
Por el camino principal no dejan de pasar coches policiales, unidades móviles y ambulancias. Después de caminar un largo rato, la muralla gris desaparece y en su lugar hay un descampado donde, cada tanto, se elevan unas casillas precarias. Otro control. Una garita y una barrera igual que en la entrada principal. Esperamos, pero nadie aparece. Pasan unos minutos hasta que un policía nos hace un gesto con la cabeza.
-¡Buenos días! – decimos al unísono y el uniformado mueve nuevamente su cabeza como incitándonos a decir algo más.
-¡Espartanos! – gritamos, y la barrera se eleva como si esa palabra fuera la contraseña o el ábrete sésamo.
Al mismo tiempo que pasábamos por delante del policía, un joven de pantalón deportivo y buzo polar salió de una de las casillas para saludar, le devolvimos el saludo, pero seguimos caminando para llegar al lugar donde desemboca la calle de tierra: la Unidad 48, hogar de los Espartanos. Nos encontramos parados ante un muro colosal con una puerta de hierro enorme, lo antecedía un alambrado y un portón con candado. Nos detuvimos a esperar. Enseguida, desde una edificación amarilla y bordó (una de las pocas construcciones de color distinto al gris) se asomó una oficial. Otra vez la palabra clave, pero esta vez el operativo de seguridad fue un tanto más estricto: nos pidieron el documento y que digamos de memoria nuestro número de identificación, tan solo eso y la mujer tomó de su cintura un mar de llaves que se chocaban entre sí. Una vez adentro se dio media vuelta y nos abandonó; estábamos parados en un patio y a cada lado había unos comedores (a juzgar por las largas mesas que había en su interior) de donde resonaba una cumbia. Aún quedaban dos alambrados más para llegar a la zona de las celdas y no había rastros de nadie. Un recluso pasó por enfrente nuestro y cabizbajo siguió de largo, pero a los diez segundos volvió acompañado de un guardia. Un portón más y llegamos a la Unidad 48, el hogar de los Espartanos.
La libertad se parece a una pelota de rugby
Con la pelota ovalada de rugby como estandarte, los Espartanos son una muestra palpable aunque limitada de reinserción social y es quizás en la enseñanza de valores donde más son reconocidos. Desde 2009, con un comienzo difícil y tambaleante, un equipo de entrenadores amateur de rugby se introdujo en el pabellón 8 de la unidad 48 de este mismo penal. Al mando de Eduardo “Coco” Oderigo se intentó captar la atención de los reclusos mediante el deporte, después de unos meses de cierta resistencia, una gran mayoría del pabellón participaba de los entrenamientos semanales. Hoy en día, el proyecto creció exponencialmente: han jugado contra equipos de la URBA (Unión de Rugby de Buenos Aires) y hasta viajaron a Roma para conocer al Papa Francisco.
Además del deporte, los otros pilares que caracterizan a Espartanos son la fe católica y la educación; echaron raíces y se insertaron en un total de 21 unidades donde despliegan el entrenamiento de rugby, el rezo del rosario y la enseñanza, para una futura búsqueda laboral además de ayudar con la finalización de los estudios primarios o secundarios. Muchos ex Espartanos se encuentran trabajando en restaurantes o en la construcción gracias a la gestión de los entrenadores. Jorge “el Negro” Mendizábal, es uno de los encargados principales en esta tarea. A partir de su incorporación a la cadena de comida rápida Subway logró hacer un nexo entre el penal y la institución para darle trabajo a varios reclusos.
Las unidades donde los Espartanos se han involucrado, junto al apoyo de la UAR (Unión Argentina de Rugby) y el Ministerio de Justicia de la Nación y de Provincia, son los penales federales de La Pampa, Salta, Neuquén, Chubut, Buenos Aires (Ezeiza U1 y U2, Marcos Paz U24) y las unidades provinciales de Jujuy, Mendoza, Tucumán. En la unidad 48 nació esta idea, la semilla se plantó ahí, y el árbol ya echó raíces por toda la Argentina.
Por Sebastian Petre y Francisco Domínguez