*Por Guadalupe Dhers Martin
Pasó por Angola, Bangladesh, Sierra Leona, Camerún, Congo, Níger, y ahora está rumbo al Amazonas peruano. Marcela “Kuki” Mendonça Paz, licenciada en Enfermería, recorre el mundo de la mano de Médicos Sin Fronteras, una organización no gubernamental humanitaria que a lo largo de más de 40 años ha ayudado a más de 70 países con sus voluntariados.
“Para que se entienda mejor y en resumidas cuentas, lo que hacemos en Médicos Sin Fronteras es ayuda humanitaria, pero vamos a lugares de emergencia, a donde otras organizaciones no pueden ir y donde ni el gobierno puede ayudar”, explica y resalta: “Una ventaja que tenemos al no depender de ningún gobierno es que nosotros no somos ‘los malos’ sino que salvamos vidas de los diferentes partidos. No nos importa quiénes son los buenos y malos y no hacemos discriminación entre ideologías, nosotros vamos a salvar vidas humanas”.
–¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
-Lo que más me gusta es aprender cosas nuevas, compartir con la gente y dejar una huella. En estos cuatro años aprendí muchísimo porque me metí en lugares que nunca en mi vida me hubiera imaginado conocer, descubrí maneras de vivir completamente diferentes a la mía, y supe valorarlas y reconocer la importancia de dejar a cada uno tener sus formas. Médicos Sin Fronteras no juzga y enseña a ser imparcial y eso es algo que me llevo y siempre trato de aplicar. Además trabajamos con muchos enfermeros y médicos nacionales y algo que me gusta mucho es que uno puede ver el crecimiento y el progreso, porque también funcionamos como un lugar de educación y formación constante.
-Además de la entrega y la ayuda al otro, ¿cuáles son las ventajas de tu profesión en Médicos Sin Fronteras?
-Me gusta porque te abre muchas puertas y posibilidades. Uno aprende de todo. Yo lo que siempre supe fueron emergencias y pediatría, y acá estoy aprendiendo sobre salud pública, maternidad, de todo, porque como cada misión es distinta y los diferentes lugares necesitan cosas distintas, uno se va amoldando a las necesidades. En Níger estuve en un hospital con 11 salas en donde tenía que trabajar casi a ciegas, con un montón de personal a cargo –enfermeros, médicos y ayudantes de salud–, y con un montón de emergencias de malnutrición. A medida que cada misión va pasando, uno se lleva mucho y aprende constantemente cosas nuevas.
-¿Qué es lo que más te impactó trabajando y conociendo otras culturas y lugares?
-De todas las cosas que vi y viví, ya sea en situación de guerra o de desastres naturales, me marcó ver cómo son tratadas las mujeres en otros lugares. A veces les cuesta aceptar y entender cómo una mujer de 31 años soltera y trabajando en esta profesión, como yo, puede estar haciendo esto. Es por eso que acepté las diferentes mentalidades y aprendí a entender que hay otras maneras de vivir y otras maneras de ser. Me impacta también mucho la resiliencia y la disposición de la gente africana, con quienes más tuve contacto. A pesar de los momentos duros que están viviendo, logran sonreírle a la vida. Antes del COVID yo estaba en Congo y caminando por las calles uno veía la gente sonriendo a pesar de la situación, viviendo en el extremo estado que transitaban frente al ébola. Su vida sigue, pero con alegría, a diferencia, creo yo, de la Argentina, donde esta situación trajo miedo y culpa.
Con vocación de entrega y las ganas de dejar una huella en el mudo, Marcela Mendonça muestra cómo siempre se puede ir por más y los límites de ayuda los pone cada uno. Habiendo tenido que caminar kilómetros por ríos, montañas y a veces desiertos para llegar al centro de salud de un país gravemente en conflicto, Kuki cuenta su historia de vida dedicada a su profesión.