La celiaquía es una enfermedad cuyo nombre resuena más y más entre las personas. Pero no todos saben lo que es convivir sin gluten, especialmente en la adolescencia, cuando las reuniones con amigos se vuelven una práctica diaria.
La adolescencia es una etapa que puede llevar a los celíacos a relajarse a la hora de cumplir con la dieta que se basa en comer sin gluten. Más allá de los cambios físicos y emocionales que se producen en cualquier adolescente, una posible reacción es dejar de seguir al pie de la letra la dieta porque le causa demasiadas restricciones en su vida.
La enfermedad no necesita de ningún medicamento ni tratamiento especial. Seguir la dieta es el único requisito y abandonarla en esta etapa no es para nada recomendable porque los síntomas pueden reaparecer, como dolor abdominal, retraso en el ciclo menstrual o disminución de peso.
Tomás Cotter, de 16 años, es celíaco desde los 13. Pero para él no fue una sorpresa porque de los cinco integrantes de su familia, tres ya eran celíacos. Dentro de su casa nunca le resultó difícil la adaptación a la nueva dieta. “Cuando salgo de casa trato de seguir la dieta, pero no soy de los que tienen el síntoma rápido, así que de vez en cuando hago mis excepciones”, cuenta Tomás. Los momentos de ocio son la principal traba para seguir adelante con la dieta crónica: “Me cuesta mucho más la celiaquía cuando es afuera de casa porque no la sigo al pie de la letra, si me tengo que ir a tomar una cerveza, generalmente tomo”, agrega Tomás.
Ir a un cumpleaños, tener un pedazo de torta o una pizza enfrente pasa a ser uno de los principales obstáculos para seguir con la dieta estricta. Ese impedimento de compartir lo mismo que sus pares lleva a que el adolescente sienta cierto rechazo frente a su situación.
Marina Tano, psicóloga, afirma que en la adolescencia impacta de una manera mayor que en el resto de las etapas. Los cambios son mayores, empiezan las reuniones y salidas en donde el celíaco tiene que llevar su vianda. “Es importante hablar del tema y que los chicos entiendan que es algo que tienen de por vida y que tienen que cuidarse, pero tampoco se tiene que estigmatizar la enfermedad”, afirma Tano.
A Milagros Morris, de 19 años, le descubrieron la celiaquía de bebé. Vivió toda su vida comiendo sin T.A.C.C. por lo que aprendió desde chica qué puede comer y qué no. “Desde siempre supe ver el logo en los alimentos para saber si podía comerlos o no, me crié así y hoy en día no se me complica tanto”, cuenta.
Antes, salir a comer era un poco más complicado, pero hoy en los restaurantes aprendieron a ampliar su menú para que sea apto para celíacos. “Cuando salgo a comer con amigas a veces puedo comer y a veces no; cuando no puedo me llevo un tupper con comida”, relata Milagros. “Me cuesta mucho más cuando conozco a gente nueva pero porque no saben bien cómo es el tema o que entiendan la contaminación cruzada”, agrega.
“Es básico que se trabaje con un equipo interdisciplinario tienen que trabajar en conjunto un nutricionista, un psicólogo y los padres, que son la pata más importante”, asegura Marina Tano. “ Además, ayuda mucho que el celíaco tenga un buen acompañamiento del grupo; que cuando se reúna con sus amigos tengan presente que siempre haya comida que él pueda comer para que no se sienta excluído.
Párrafo aparte merece el alcohol que, aunque muchos no lo sepan, también contiene gluten. Muchas marcas no son aptas para celíacos porque contienen trigo, avena, cebada o centena (T.A.C.C.). La adolescencia es la etapa en donde los jóvenes comienzan a tener sus primeros encuentros con el alcohol y en el ímpetu de “pertenecer”, muchos terminarán ingiriéndolo sea apto o no. Otra manera de romper la dieta.
La información es básica para poder ayudar al resto. Saber de qué se trata la enfermedad, qué cosas se pueden comer y qué no o aprender a leer el logo ayuda a que los celíacos se sientan más incluidos y que no tengan que estar explicando todo el tiempo lo que les sucede. Algunas personas se lo toman de forma muy natural, pero a otras les cuesta más la inserción. “Poder hablar del tema y construir recursos de apoyo para el conflicto es clave”, concluye Marina Tano.