“Libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro” – George Orwell, 1984.
Amer Abu Arafa es un corresponsal palestino de la agencia de noticias Shihab, sumamente crítica de Israel y del partido palestino de Cisjordania, Al-Fatah, que pasó casi 3 años en prisión por su profesión. En 2010, fue detenido por las fuerzas palestinas por “resistirse a las políticas de autoridad” en sus notas periodísticas y tuvo que pagar una multa de 700 dólares.
Un año más tarde, el 21 de agosto de 2011, fueron las autoridades israelíes quienes, descontentas por su último artículo sobre el arresto de 120 miembros del Hamas por la milicia israelí en Cisjordania, lo retuvieron bajo “detención administrativa”.
A través de este procedimiento, las fuerzas militares israelíes retienen prisioneros por 6 meses (período que puede extenderse indefinidamente) sin presentar los cargos de los que se los acusa ni someterlos a un juicio.
Amer Abu Arafa fue liberado por los israelíes el 5 de agosto de 2013, pero como él, son muchos los periodistas que tienen dificultades para ejercer su oficio o su derecho a la libertad de expresión ya sea por los prejuicios que despiertan sus nacionalidades o las del medio para el que trabajan, o por publicar artículos que desafíen la primacía de ambas naciones.
Según la clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, un ranking anual de Reporteros sin Fronteras, en 2015 Israel ocupa el puesto 101 y Palestina el 140 de los 180 países evaluados por el grado de violaciones a la prensa. Ambos descendieron 5 y 4 lugares respectivamente en relación con sus posiciones en 2014.
Sin embargo, en el caso israelí existen dos escenarios casi antagónicos. Según Daniel Blumenthal, corresponsal internacional en Israel y Medio Oriente desde 1980, es posible diferenciar entre dos “Israel” si se observa que “una es la Israel democrática, dentro de las fronteras de la línea verde (previa a la guerra de los Seis Días de junio de 1967) y la otra es la Israel que controla los territorios de la Cisjordania en los que están instaladas las colonias judías”. La diferencia no radica únicamente en divisiones geográficas sino también en los niveles de represión que se dan de un lado y del otro.
Las cifras que acusan a Israel de ser represiva, en muchos casos, suelen apoyarse en datos de los territorios ocupados de Palestina. Blumenthal, que fue miembro y Vicepresidente de la FPA (Foreign Press Association) cuenta desde su experiencia: “Fui testigo y receptor de testimonios de centenares de casos de agresiones de efectivos militares contra periodistas, principalmente contra fotógrafos y camarógrafos, cubriendo choques violentos entre las fuerzas israelíes y manifestantes palestinos”.
A pesar de que la otra “Israel” ejerza presión a través de protestas, los casos muchas veces quedan impunes. En 2014 el Centro Palestino para el Desarrollo y la Libertad de los Medios (MADA) reportó 377 violaciones a la prensa en territorio palestino de las cuales 295 fueron cometidas por las fuerzas israelíes y 82 por facciones palestinas.
En cambio, dentro de la “Israel democrática”, Blumenthal asegura que prácticamente no se producen violaciones a la libertad de prensa “a excepción de tiempos de guerra en los cuales se puede aplicar la censura militar a ciertas noticias que puedan afectar a la seguridad del estado”.
Por su parte, Ana Cárdenes, corresponsal de la agencia española EFE en Israel asegura que por ¨la multiplicidad de fuentes con idiomas distintos al hebreo y el árabe, la disposición de las fuentes a hablar con los medios y la agilidad y excelentes estructuras de comunicación en las instituciones¨ es más fácil reportar desde Israel. Aún así, Marcelo Cantelmi, editor de la sección internacional del diario Clarín, discrepa cuando afirma que “hay un alto nivel de censura detrás del gran pretexto de la seguridad estratégica”.
Cantelmi viajó a la región como enviado especial en varias ocasiones en las que vivió en carne propia los eventuales bloqueos que impone el ejército israelí al acceso a la franja. Aún así, el periodista rescata que es un país mucho más moderno que el resto de la región y que cuenta con una oficina de prensa en la que los periodistas se acreditan y “existen”.
“No te molestan cuando estás trabajando aunque sí me ha ocurrido que cuando me he ido de Israel me desarmaban todo, me abrían la computadora y querían leer lo que habia escrito, eso se da mucho”, agrega Cantelmi. Sobre este punto, Cárdenes asegura: ¨Es verdad que en Israel existe censura militar por motivos de seguridad y se de algún compañero al que le han pedido que no publique algunos detalles¨.
Tanto Blumenthal como Cantelmi coinciden en que el rígido gobierno del actual primer ministro, Benyamin Netanyahu, daña la estructura democrática de Israel. “Netanyahu es un liberal que se ha vuelto más duro para que los duros no lo alcancen y el resultado es espantoso”, opina Cantelmi.
Por su parte, Blumenthal cuenta que un judío americano multi-millonario, amigo de Netanyahu y editor del diario Israel Hayom “que no es otra cosa que un vocero de Netanyahu”, desató una crisis mediática en Israel. “Sheldon Edelson invierte (y pierde) alrededor de 300 millones de dólares por año para mantener el diario, pero logró el cierre de otro de los antiguos diarios israelíes “Maariv” (La Tarde) y la reducción en la tirada del que era el mayor órgano de prensa impresa aquí, “Yedioth Ajaronot” (Últimas Noticias)”, señala.
Pero además, el primer ministro intervino el Ministerio de Comunicaciones a través del cual controla la televisión y la radio Nacional. Blumenthal señala que Netanyahu “ejerce presiones casi antidemocráticas amenazando la extensión de los permisos de retransmisión a los canales de televisión independiente” y opina que se trata de “una situación muy peligrosa para el futuro de la prensa investigadora, libre de influencias, en Israel”.
El sistema de detención administrativa representa un punto delicado y turbulento en Israel. Blumenthal aclara que “no hay periodistas israelíes presos (a causa de su profesión), ni menos en prisión administrativa” pero que se la suele aplicar “contra palestinos sospechosos de actividades subversivas y también contra periodistas palestinos y activistas que protestan contra la ocupación”. Cantelmi asegura que usan este sistema para limitar a la prensa: “Ellos tienen una serie de medidas de excepción, incluso habilitan la tortura en algunos casos, detrás del esquema de defensa que todo lo puede”. No obstante, este tipo de prácticas genera escándalos en la sociedad que protesta y los rechaza.
La sociedad también está dividida entre quienes comprenden las divergencias y quienes las califican como antisemitismo y anti-Israel. Cantelmi detalla que “el sector más conservador de Israel, redimensiona cualquier crítica que vos haces al comportamiento político de la conducción y la lleva inmediatamente a los campos de concentración. Eso es un abuso que hacen de la Shoah: usan el Holocausto como una herramienta política para impedir la crítica, es penoso”.
Palestina es abiertamente más represiva que Israel, situación que se refleja en el ranking de la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa donde se encuentra debajo de Venezuela, aunque también tiene distintos grados de censura en función de las fuerzas políticas que dominan en Gaza y en Cisjordania. Por un lado, Al Fatah en Cisjordania es la cara “moderna” de Palestina aunque Blumenthal reflexiona que “la existencia de prensa independiente y crítica es limitada porque aún conserva muchas tradiciones feudales y la democracia –y con ello la libertad de prensa- no están muy arraigadas”. De todas formas, bajo la presidencia de Mahmoud Abbas, la “Palestina moderna” se esfuerza por presentar una identidad moderada y tranquila que resulte interesante para conseguir más reconocimiento.
“Los palestinos del palo moderado parecen europeos socialdemócratas incluso hasta por la pilcha y la actitud”, compara Cantelmi. “Antes era inimaginable que un periodista cuestionara la corrupción de Arafat [ex presidente palestino] que era enorme y la pasara bien, lo mataban; ahora hay menos muertos pero hay perspectivas mucho más tétricas: un tipo que escribe en un diario de Palestina va a tener la cabeza totalmente contaminada”, agrega.
Sin embargo, la situación más extrema de la región se da bajo el mando del grupo ultra-fanático musulmán, Hamas, que tomó el control de Gaza en 2006 y estableció un modelo tiránico en el cual los rivales políticos son perseguidos y los periodistas, asesinados.
“La prensa y la TV que se produce desde allí está totalmente bajo su control y durante la última contienda militar de julio y agosto del año pasado, también la prensa internacional fue mantenida en un estado de control y censura”, agrega Blumenthal. En julio de 2013 las autoridades dieron la orden de cerrar las oficinas del Ma’an, una agencia de noticias palestina, por citar un reporte israelí crítico al gobierno de Hamas.
El presidente del sindicato de periodistas Abdul-Nasser Najjar confirmó que las autoridades cerraron estaciones de radio y televisión y confiscaron sus equipos en su voluntad de acallar a los periodistas por difundir “falsas noticias”. Según Cantelmi, para quien “Hamas es un grupo de dementes extremadamente censurador”, la diferencia con Cisjordania es que “Gaza es muy integrista por la línea que baja porque Hamas necesita religión para que la gente no se rebele”. Cárdenes, cuenta que conoció casos sobre presiones de Hamás en Gaza a periodistas pero nunca personalmente.
No hay noticias de que el gobierno de Gaza o el de Cisjordania pretendan esforzarse por mejorar las condiciones de comunicación en los territorios palestinos. Por otra parte, en Israel, un plan publicado por el Ministerio de Exteriores para censurar internet pone en peligro la libertad de expresión incluso más allá de las fronteras del Estado.
Las autoridades sionistas apuntarían a eliminar los sitios de internet que niegan el Holocausto, anular búsquedas en internet que fomenten el odio, establecer organismos que apliquen esta legislación en todos los países del mundo y exigir a los servidores que no alberguen sitios que tengan contenidos antisemitas. Es decir, el gobierno israelí busca la “adopción de una definición jurídica formal del ‘antisemitismo’”.