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Explorar nuevas formas de danza: inclusión y expresiones que desafían las convenciones

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Reina el silencio absoluto mientras las luces tenues se apagan. El público expectante al borde de sus sillas intenta captar con la mayor agudeza la música que invade los sentidos, mientras los bailarines montan un espectáculo de impresionantes saltos y giros. La precisión y firmeza de sus movimientos deslumbran a todos, exponiendo el fruto de su trabajo y esfuerzo de tantos meses, donde el menor desliz sería una tragedia. El Teatro Colón, faro cultural de Buenos Aires, pone en escena un montaje de verdadera admiración desde los etéreos vestuarios, la perfección de las puntas extendidas, y el virtuosismo de los bailarines.

Algunos podrían decir que se trata de la excelencia en su máxima expresión, aunque el trasfondo no es siempre tan bello. Los requisitos para poder acceder a este tipo de compañías y la concepción de quienes podían participar de esta práctica siempre estuvo relacionada con parámetros estéticos y corporales excluyentes, a pesar de ser una manifestación puramente humana. Esto abre debate acerca de si aquellas personas que no se atienen a los requisitos internalizados en la práctica y establecidos en la sociedad no pueden participar de este arte y si esta concepción de la danza es la única forma de danzar.

¿Hay solo un tipo de cuerpo destinado a bailar?

Aixa di Salvo siempre soñó con bailar. Creció en un ambiente empapado de arte ya que su padre era músico y uno de sus juegos favoritos era inventar coreografías frente al espejo. “Era muy tímida en la clase, pero cada vez que había una propuesta artística en los actos de la escuela sentía que era mi momento”, comenta con nostalgia.

Sin embargo, a sus 12 años su vida dio un giro de 180 grados: una lesión medular producto de un accidente de tránsito hizo que se convirtiera en usuaria de silla de ruedas. Su primera impresión frente al espejo luego de la internación fue intentar descubrir cómo sería posible llevar a cabo su juego favorito con este elemento que sería su acompañante de por vida.

Ante esta situación, al terminar la secundaria decidió que lo más fácil sería ejercer un trabajo de oficina por lo que se dedicó a la contaduría por siete años. “En algún momento el alma me dijo que no iba a poder sostener lo que hacía porque no estaba viviendo mi propia vida. Mis padres me dijeron que me habían traído al mundo para ser feliz y que tenía que hacer algo que a mi me gustara”.

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