Más allá de quién ocupe el poder, la relación entre el periodismo y los gobiernos está destinada a ser conflictiva. No se trata de Javier Milei ni de su declarada aversión hacia los medios; es una realidad que trasciende figuras y épocas.

El periodismo, en su esencia, molesta porque ilumina las sombras donde el poder prefiere esconderse. Esto no es nuevo, ni dejará de ocurrir. La pregunta es: ¿Estamos listos para defender a quienes nos revelan lo que no quieren que sepamos?

Voces en alerta

Cuando la escalera mecánica del viejo edificio del Colegio Público de Abogacía finalmente llegó al primer piso, lo que esperaba al otro lado de esas puertas era más que una simple conferencia. Era como si el aire se cargara de electricidad, como si la historia del periodismo argentino, con sus victorias y sus heridas, estuviera por revelarse en cada palabra.

Durante años se leyó sobre la libertad de expresión, sobre periodistas que se jugaron la vida por una verdad, pero ese día se sintió que esa lucha cobraba vida en el presente. Tal vez fue el murmullo tenso en la sala, o los rostros cansados pero firmes de los periodistas que hablarían. Tal vez fue la certeza de que cada grabador allí presente no era solo un dispositivo, sino un testigo silencioso de una causa mucho más grande.

La palabra de Mónica Gutiérrez dejó a todos anonadados. Su voz cortaba el aire como un bisturí: “Nos atacan porque temen nuestra capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso. Esa es nuestra arma”. Las cabezas asintieron, algunas inclinadas sobre cuadernos llenos de notas apresuradas.