Calles intransitables, transporte público insuficiente, y espacios diseñados sin inclusión. La accesibilidad es una barrera que limita la autonomía y derechos de las personas con discapacidad en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Además de las vallas físicas, la desinformación también es un factor significativo, que refuerza una exclusión silenciosa pero constante.
Abril Alfaro, de 20 años, sufrió una lesión medular hace media década y desde entonces utiliza silla de ruedas. Todos los días encuentra obstáculos para moverse por una Ciudad que no fue pensada para ella. “Las rampas están muy mal hechas en cualquier lado y las calles a veces están rotas por acá. Soy de Lomas de Zamora y comparándolo con la Ciudad de Buenos Aires, donde estudio, allá está mejor pensado para la inclusión”, asegura la joven.
Miles de personas con discapacidad conviven con una exclusión menos visible pero igual de limitante: la del desconocimiento. En CABA, la falta de formación e información en la población impide que la inclusión sea más que una promesa. Muchas veces, las personas quieren ayudarla en la calle, pero no saben cómo y, aunque lo intentan, lo mejor sería preguntar si quieren o si necesitan asistencia.
La ignorancia como frontera
Rosa Scioti, miembro de la Comisión Directiva de la Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA), expresó su preocupación sobre cómo afecta a las personas con discapacidades la desinformación, el prejuicio, y la estigmatización. Asimismo, resaltó que esto ocurre más que nada con las personas con síndrome de Down, “porque la cara ya nos habla de su discapacidad”. Según Scioti, este es el mayor desafío para llegar a pensar que todos los ciudadanos son iguales.
La vocal de la organización sin fines de lucro declaró que el primer obstáculo son las creencias, y de aquí, se empieza con la familia. Este entorno es fundamental para ASDRA, por lo que trabaja mucho este ámbito, ya que aquí se acoge a ese hijo y debe estar diseñado para “estar”. “La sobreprotección aniquila”, se los trata como niños, personas que no tienen espacios de intimidad; las personas con discapacidades merecen que tengan “una vida digna con autonomía e independencia”.
Scioti refuerza: “Lo que siempre pedimos es que las personas que no tienen discapacidades, que se creen que son o que están en una condición más superior, también se esfuercen en hacer un cambio, por lo menos, a la par”. A pesar del esfuerzo y trabajo que pone ASDRA en sus diversas campañas para concientizar e informar a la sociedad todavía a veces “parece que están como estaban antes”. “Los mitos potencian la estigmatización. Nosotros hacemos el trabajo contrario”.
Un relevamiento realizado por Punto Convergente indagó cuánto saben los ciudadanos acerca de las personas con discapacidad y cómo tratar diferentes situaciones. El 52% de los encuestados desconocen las baldosas podotáctiles, el 32,3% no conoce la existencia diferentes bastones guías —y el 43,3% sabe que hay distintos bastones, pero no su significado—, el 72,3% desconoce el símbolo del girasol de discapacidades invisibles y el 63% nunca había oído hablar de las funciones distendidas.
La vocal de ASDRA manifestó que “la desinformación es negativa 100%, no les deja [a las personas con discapacidades] desarrollar, no les deja conocer cuáles son sus derechos, no les deja conocer cómo pueden hacer para no ser sumisos”.
Además, agrega que “lo que hay que hacer es informarlos (…) para que sepan cómo decirle las cosas, cómo transmitirlas, y darle los espacios [a las personas con discapacidades] para que ellos también puedan opinar”. De esta manera, como consecuencia de esa información, deberían poder “actuar, activar, participar, expresar”; no debe ser algo que “quede”.
¿Quién educa a la ciudadanía sobre discapacidad?
En 2008 en Argentina la Ley 26.378 la cual aprobó la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPD), un acuerdo internacional que establece una serie de medidas y obligaciones que los Estados Partes deben implementar para promover, proteger y asegurar los derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas con discapacidad.
Desde el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se ha implementado un plan integral para mejorar la accesibilidad de las 300.000 personas con discapacidad en la Ciudad priorizando la accesibilidad universal –más allá de barreras físicas, incluyendo información y trámites–, la formación, el bienestar y la recreación, el empleo y la vida independiente.
Una de las medidas que se implementaron fue la tarjeta SUBE para personas con discapacidad. Esta tiene el mismo funcionamiento que la tarjeta estándar, aunque no requiere de un saldo y tiene el objetivo de asegurar al usuario en caso de accidentes. También, puede registrar los últimos movimientos en caso de que el dueño se pierda.
Scioti reforzó que, aunque se están realizando cambios en el ámbito en el cual vivimos, siempre “van a tener que pedirlo para que se haga (…), estas cosas siempre van a venir de parte de la demanda”.
Por otro lado, Scioti detalla diversas campañas que ASDRA llevó a cabo durante los últimos años para concientizar a la sociedad. Una de las primeras fue la campaña “No digas mogólico” en Canal 11 (ahora Telefé) con el objetivo de derribar esta denominación, ya que este término constituye un acto de discriminación. Además, la asociación cuenta con un grupo llamado “Alumnos Ciudadanos”, quienes van a escuelas con ayuda del Ministerio de Educación para concientizar a través de presentaciones y actividades. “Lo positivo es que lo escuchan niños y adolescentes que reciben una perspectiva real y no cultural”, remarcó Scioti.
La accesibilidad en la Ciudad de Buenos Aires
Para complementar, en la encuesta realizada por la UCA se preguntó acerca de la accesibilidad en la Ciudad de Buenos Aires y qué cambios se pueden aplicar. Una de las principales críticas que surgió fue la falta de continuidad en las mejoras. “Creo que las mejoras de los últimos años no son completas. Un ejemplo claro son los ascensores o rampas en los subtes: todas las estaciones deberían tener este tipo de sistemas, no solo las más conocidas y ubicadas en el centro de la ciudad. Es imposible la movilidad de esta manera”, respondió una de las personas encuestadas.
También se reclamó una mayor articulación entre organismos estatales, como el Ministerio de Capital Humano y la Secretaría de Desarrollo Social, y que las políticas de accesibilidad incluyan no solo a profesionales del área, sino también a personas con discapacidad, ya que “nadie entiende mejor las dificultades que quienes las viven”.
Las respuestas también pusieron el foco en los tipos de discapacidad y en la necesidad de evitar soluciones únicas. Lo que beneficia a una persona con discapacidad visual, por ejemplo, puede entorpecer la movilidad de alguien con discapacidad motriz. En ese sentido, se mencionó cómo ciertas decisiones estéticas o urbanísticas, como colocar adoquines decorativos o no mantener en buen estado las veredas, pueden convertirse en obstáculos.
La accesibilidad fuera de la Ciudad
Entre las conclusiones, surgió un punto clave: la desigualdad territorial. Mientras que la Ciudad puede estar mejor preparada para la inclusión de personas con discapacidad, las localidades pequeñas del interior, enfrentan aún más limitaciones. Uno de los encuestados de San Antonio de Arredondo, Córdoba, explicó que “recién este último año se han incorporado rampas para acceder al río”.
A pesar de las críticas, también se subrayaron avances positivos, especialmente en el terreno de la conciencia social. Varios encuestados valoraron iniciativas que contemplan necesidades específicas, como las funciones distendidas o los horarios especiales en supermercados para personas con autismo.
La vocal de la Comisión Directiva de ASDRA sostuvo que “hay un deseo de cambio” y el esfuerzo es valorado, no todo está perdido. El foco debe estar puesto en que las personas con discapacidades sean vistas como “personas de derecho” –tal como explica Scioti–, que tengan derecho a las “oportunidades, a los espacios, a una educación de calidad, a un trabajo. Mostrando y sacando todos los estigmas que se puedan llegar a tener, (…) y poder derribar las barreras para lograr este objetivo de la inclusión”.
¿Qué se debe saber?
Para Scioti, se debe hacer mucho trabajo en cuanto a la concientización. “El entorno es de todos; el entorno es el que genera las barreras”, aseguró. Asimismo, remarcó que “todos podemos ser personas activas de acción que podemos impactar, aunque sea con un grano de arena”.
Las sociedades se deben unir y ayudar entre todas. De este modo, se plantea la pregunta: ¿qué es necesario saber entre los ciudadanos para cuidarnos y construir una ciudad más accesible? En primer lugar, para dar asistencia a una persona con una discapacidad visual en la calle, previamente se le debe consultar si necesita de su ayuda. No se le debe agarrar del brazo sin preguntar, sino que, cuando la persona acepte la asistencia, se le tiene que ofrecer su brazo para que se sostenga.
Para fomentar la inclusividad, también se deben respetar las baldosas podotáctiles, las cuales se encuentran primordialmente en las estaciones de trenes, subtes y colectivos. Estas ayudan a los individuos con discapacidades visuales a orientarse, y uno no debe pararse sobre ellas e interrumpir el paso.
En segundo lugar, los lugares reservados para personas con discapacidades deben permanecer libres. Uno no debe ocupar estos estacionamientos, asientos, o baños. Tampoco se deben bloquear las rampas, las cuales están en cada esquina de CABA, y se construyeron para facilitar la movilidad de personas en sillas de ruedas.
Como tercer punto, las rampas no se encuentran únicamente en las calles de la ciudad, sino que estas también están presentes en los colectivos para asistir a aquellos con movilidad reducida y simplificar la subida al transporte público.
La ley 22.431 obliga a las empresas de transporte público a tener unidades accesibles para personas con movilidad reducida o cualquier tipo de discapacidad –y si estos no los tienen, deben renovarlos–, lo que implica que todos los colectivos de la ciudad deben tener puertas para subir o bajar que permitan el ingreso de una silla de ruedas. El espacio en donde están las rampas no se debe obstruir en ningún momento.
La ciudad que falta construir
La ciudad no solo se construye de forma física, sino que también está en cómo las personas se comportan, hablan, se mueven. Por eso se plantea utilizar un lenguaje respetuoso al referirse a personas con discapacidad; el uso de la palabra “normal” no se aplica a la condición humana. Según la Agencia Nacional de Discapacidad, se deben evitar los siguientes términos: ‘persona con capacidades diferentes’, ‘persona con capacidades especiales’, ‘víctima’, ‘cieguito/a’, ‘sordito/a’, ‘discapacitado/a’, ‘minusválido/a’, ‘inválido/a’, ‘lisiado/a’, ‘paciente’, ‘enfermo’, ‘padece’ o ‘sufre’.
Estos gestos, aunque simples, son esenciales para que la accesibilidad sea real. Las obras y adaptaciones sirven de poco si no se respetan o se bloquean en la vida diaria. Hacer de Buenos Aires una ciudad más inclusiva no depende solo de la infraestructura, sino también de que cada vecino actúe con responsabilidad.
Con la participación activa de cada ciudadano es posible generar un entorno donde todas las personas puedan moverse con comodidad y seguridad. La accesibilidad no se mide por la cantidad de rampas, sino por su uso, mantenimiento y el respeto cotidiano que las hace realmente útiles.
Para Scioti, la mayor dificultad es la falta de comprensión de la diversidad: las comunidades están fragmentadas y persisten prejuicios. La vocal de la Comisión Directiva de ASDRA explica que “cuando uno logra entender la diversidad como parte de un principio de vida, puede empezar a construirla y llevarla a cada espacio, haciendo algo por un mundo mejor”.
También, requiere un cambio cultural: entender que la inclusión no es un gesto aislado, sino una práctica constante que empieza en lo cotidiano, en la forma en la que caminamos por la vereda, nos movemos en el transporte o tratamos a los demás. Construir una ciudad accesible es una tarea colectiva, que involucra a funcionarios, instituciones, comercios y vecinos. Solo cuando todos asuman ese compromiso, Buenos Aires podrá ser un lugar donde nadie quede atrás.
Abril imagina una comunidad que esté formada por distintos tipos de individuos, “entre ellas personas que tal vez necesitan (…) una rampa, una calle en buen estado, y en la que la gente no se perciba menos por tener una discapacidad ni más por no tenerla”.
Por Macarena Abadal, Franccesca Andreoli Rohwain y Mahtilde Bonzón.