Las nuevas generaciones de consumidores pidieron un cambio y la industria de la moda lo supo leer. No alcanza con ser sustentable, además hay que ser ético y transparente en los procesos productivos.
El 42 por ciento de los millennials quiere saber cómo se fabricaron y de qué están hechos los productos antes de comprarlos, según el informe anual The state of fashion de McKinsey & Company. La industria textil supo leer a sus consumidores y gestó un movimiento verde, conocido como moda sustentable o slow fashion, que incluye tanto a los diseñadores más cotizados del mundo, como a pequeñas empresas.
La consultora McKinsey & Company y la empresa The Business of Fashion elaboran año a año un informe titulado “El estado de la moda” sobre el ecosistema de la industria. El 2019 estuvo marcado por las preocupaciones de los consumidores hacia la sociedad y el ambiente según los resultados del índice global de McKinsey (MGFI) –cuya base de datos contiene más de 500 empresas privadas y públicas–, de encuestas a más de 270 ejecutivos de moda globales, y de entrevistas a los líderes de pensamiento y pioneros de la industria.
“Las marcas necesitan tomar una postura activa en temas sociales, satisfacer las demandas de los consumidores de ultra transparencia y sostenibilidad, y, lo más importante, tener el coraje de “autointerrumpir” su propia identidad y las fuentes de su antiguo éxito para realizar estos cambios y ganar nuevas generaciones de clientes”, afirma el reporte.
El cambio ya comenzó. De acuerdo a la Agenda Global de la Moda (GFA), el 12,5 por ciento del mercado global de la moda –incluidas las grandes marcas como Nike, Adidas, Levi’s y Gap– firmó hasta 2020 objetivos de sostenibilidad, que incluyen listas de publicación de todos sus proveedores. Incluso, en Argentina, el diseñador Ricky Sarkany, con más de 30 años en la industria, lanzó su nueva línea de zapatos cruelty free, sin el uso de cueros.
Pero, ¿cómo llevar esto a la práctica en la que es considerada la segunda industria más contaminante del planeta, la responsable del 20 por ciento de los tóxicos que se vierten en el agua y el 10 por ciento de las emisiones de carbono en el mundo?.
La empresa argentina Xinca lo logró. Incorpora residuos en la fabricación de calzados, prendas y accesorios, al mismo tiempo que da un puesto de trabajo digno a personas excluidas del sistema, como hombres privados de su libertad y mujeres en situación de vulnerabilidad.
Al ser una empresa de categoría B, Xinca mide su impacto social y ambiental. Además combina las demandas del mercado con productos que las satisfacen y al mismo tiempo resuelven problemas sociales y ambientales. Todo esto sin ningún interés financiero a largo plazo.
Pionero en el mercado, Alejandro Malgor, uno de sus fundadores, explica a Punto Convergente: “Queríamos romper con la errónea idea de que uno debe ser una persona cuando trabaja (impulsado por los resultados económicos) y otra cuando quiere ocuparse de los demás, de la gente, de lo que nos rodea, del planeta.”
A fines de 2013 ganaron el reality show transmitido por Telefe El Emprendedor del Millón, concurso que les permitió conseguir el dinero para comenzar su empresa. Actualmente, están trabajando para replicar el modelo en Australia y en breve, cuenta orgulloso Alejandro, también estarán disponibles sus productos en Uruguay.
Bör es otro ejemplo de un emprendimiento argentino que comenzó a pulmón y actualmente recibe consultas desde Chile, Uruguay y Perú. Su fundadora y diseñadora, Micaela Hutton, explica a Punto Convergente las razones para crear su propia marca de ropa interior fabricada con algodón orgánico: “Tomé la decisión de inclinarme hacia la moda sostenible y el consumo responsable luego de trabajar varios años como diseñadora de indumentaria en el sector de producción en Oriente para grandes marcas de nuestro país”. “Trabajando en esos lugares pude ver la falta de consideración sobre el impacto ambiental y social que hay detrás de la producción de indumentaria”, agrega.
Hutton afirma que el propósito de su emprendimiento es “generar conciencia tanto ambiental como social en los consumidores, brindándoles información sobre la realidad que hay detrás de las prendas que consumen”. El lema de Bör es “producción vegana, ética y sustentable”.
“Para elegir los materiales investigamos los procesos productivos y verificamos que nuestros proveedores cumplan con las certificaciones correspondientes. Intentamos optar por materiales que respeten los ciclos de la naturaleza sin afectar negativamente al planeta, o que su impacto se vea reducido al mínimo”, explica.
Hace más de una década la sociedad conoció la existencia de los talleres de costura clandestinos. Grandes marcas como Zara, Kosiuko, Portsaid, Awada, Adidas y Cheeky se vieron involucradas en denuncias penales. Sobre este punto, Hutton aclara: “Siempre tenemos contacto con cada costurera o involucrado en la producción de nuestras prendas, intentamos conocerlos a todos y realmente asegurarnos que obtengan condiciones dignas de trabajo. Valoramos su trabajo brindándoles un sueldo digno, muchas veces pagando hasta tres o cuatro veces más que la competencia”.
Fast fashion vs. Slow fashion: ¿una cuestión de números?
Malgor explica que “el fenómeno fast fashion es caro para el planeta y para las generaciones futuras. De todas formas, creo que los productos sustentables tienden a ser cada vez más accesibles”.
Las zapatillas Xinca cuestan desde $1990 y las remeras $690.
En el shop online de Bör podemos encontrar prendas desde $480 hasta $ 1590.
Hutton afirma “producir ropa no es gratis”. Y agrega: “Si el precio al que compras es sumamente bajo, es porque alguien más esta pagando el costo con su trabajo”. La diseñadora sostiene que cuando hay producción masiva existe una enorme explotación de los trabajadores involucrados. “¿Cómo una remera nos puede salir 2 dólares teniendo en cuenta la cantidad de procesos que lleva, como: hilado de la tela, teñido, suavizado, corte, confección, empaquetado, packaging, y mucho más?”, plantea.
La producción de telas es otro bastión. “Cuanto más barata sea la tela, más contaminación genera, porque no se cuidan los procesos en los que puede estar involucrada esa tela, como por ejemplo, los teñidos sintéticos donde se usan cantidades enormes de agua que queda totalmente contaminada”, asegura la diseñadora.
Las nuevas generaciones como motores del cambio
No es casualidad que los consumidores de Xinca tengan entre 15 y 42 años de edad y los de Bör entre 25 y 35. Según el informe de McKinsey & Company, “nueve de cada diez consumidores de la Generación Z creen que las empresas tienen la responsabilidad de abordar los problemas ambientales y sociales”.
Las opiniones de la Generación Z e Y “son críticas” ya que juntas representan alrededor de USD 350 mil millones de poder adquisitivo solo en Estados Unidos (de ellos USD 150 mil millones gastados por los centennials y USD 200 mil millones por los millennials). “Para el año 2020, tan solo la Generación Z representará el 40 por ciento de los consumidores globales”, advierten desde McKinsey.
Sin embargo, el compromiso con el planeta no representa una reducción en el consumo. La investigación revela que una persona promedio hoy compra un 60 por ciento más de ropa que hace 15 años, y la conserva solo la mitad del tiempo que solían hacerlo.