En Argentina se desperdicia anualmente el 12,5% del total de los alimentos producidos. Algunos datos para entender por qué somos parte del problema, y conocer cómo podemos ser parte de la solución.
En el mundo, el 14% de los alimentos se pierde debido a la recolección, manipulación, almacenamiento y traslado inadecuado, mientras que el 17% se desperdicia por parte de los consumidores, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En Argentina, se desperdician 16 millones de toneladas de alimentos por año, lo que equivale al 12,5% de los alimentos producidos anualmente. Así lo indica un informe de la Dirección de Agroalimentos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación.
El dato resulta exorbitante no sólo por la cifra sino también por el impacto que genera el desperdicio y por el contexto de la problemática. En Argentina, la pobreza alcanza a 18,8 millones de personas, un 40% de nuestra población no tiene acceso a un plato de comida.
Por otro lado, las consecuencias medioambientales no están tampoco en segundo plano. Según la FAO, los sistemas alimentarios son responsables de más del 33% de emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global. En América Latina, específicamente el producto que más se desperdicia y que más huella de carbono genera es la carne.
El por qué del desperdicio
Vayamos un poco más atrás y pensemos: ¿Cuáles son las causas del desperdicio? ¿Tiene que ver únicamente con la comida que sobra en casa y tiramos a la basura? Natalia Basso, responsable del Programa de Reducción del Desperdicio de Alimento del Ministerio de Agroindustria de la Nación, explica a Punto Convergente que las causas son variadas y las divide en “causas sistémicas, causas de infraestructura y microcausas”.
Las causas sistémicas son aquellas que “tienen que ver con la coordinación del sistema agroalimentario y las cadenas de valor”, las de infraestructura se dan “cuando los caminos para transportar los alimentos no son los adecuados, cuando la legislación no contribuye a reducir el desperdicio sino que lo provoca, cuando una empresa cuenta con maquinaria obsoleta o cuando existen problemas con el manejo de temperatura y humedad en las plantas”.
“Las microcausas son aquellas cuestiones que se encuentran presentes en cada etapa de la cadena de valor o en cada empresa u organización cuando hacemos foco en su estructura, su coordinación, cuando no hay una mirada desde la sostenibilidad y la eficiencia, lo que hace que se contribuya a que haya más pérdidas y desperdicios”, indica Basso.
Si bien mencionamos la huella ambiental que produce el desperdicio de alimentos hay que hacer foco en todo lo que se desperdicia a lo largo de la cadena. Por ejemplo, al comprar un producto y luego descubrir que caducó y tirarlo a la basura, uno podría decir que se invirtieron muchos recursos para que termine en un tacho sin consumir.
“Agua potable para producir, combustible para transportarlo, energía para industrializar, fertilizantes y nutrientes que no cumplen su objetivo de alimentar significa generar más residuos que repercute también en la generación de gases”, insiste Basso.
Cómo evitar que la comida termine en el tacho
Existen diversas formas de contribuir y aportar nuestro granito de arena para reducir el desperdicio y la pérdida de alimentos. Una iniciativa es la del Red de Bancos de Alimentos que surgió hace 20 años con tres objetivos: ayudar al que sufre hambre, mejorar la nutrición y evitar el desperdicio de alimentos.
Virginia Ronco, responsable de Comunicación Institucional en el Banco de Alimentos, contó a Punto Convergente cómo funciona la dinámica. “Le pedimos a empresas, productores agropecuarios y supermercados que los alimentos que, por alguna razón, no salen al circuito comercial, en vez de tirarlos, nos lo den a nosotros para distribuirlos entre organizaciones sociales que dan de comer a personas que lo necesitan”, explica.
Si bien una persona común y corriente no puede acercarse a donar alimentos directamente al Banco, sí se puede colaborar en colectas virtuales y realizar un aporte económico.
Tanto Ronco como Basso dieron algunas recomendaciones a tener en cuenta para ayudar desde casa, en el día a día:
- Organizar las compras.
- Planificar los menús para la semana.
- Calcular las porciones de acuerdo a la cantidad de comensales.
- Organizar las heladeras y alacenas ubicando adelante el producto que tiene fecha de vencimiento más próxima.
- Concientizar a nuestro círculo y educar a los consumidores.
Poco a poco, hay más conciencia y más acción para afrontar estos problemas. De hecho, desde el Ministerio de Agroindustria, cuenta Basso, comenzaron en 2015 un Plan de Reducción de la Pérdida y Desperdicio de Alimentos (programa del que ella está a cargo) que se instaló como ley en 2018 y busca contribuir a la seguridad alimentaria y a los cuidados de recursos y del ambiente.
“Lanzamos la estrategia 2030 Argentina ‘Valoremos los Alimentos’ que forma una serie de prioridades y líneas de acción para trabajar la temática a nivel país”, remarcó.
Por un lado, armaron una línea de trabajo con PyMes agroalimentarias donde generaron una guía para un funcionamiento sostenible y ya lo están validando en 14 empresas para luego hacerlo más escalable con otras empresas. Además, trabajan con las cadenas de valor de grandes industrias y supermercados y también confeccionaron una guía para universidades, municipios y gobiernos locales.
Como señalan los especialistas, no hay una sola causa o un sólo responsable de esta problemática. Para Basso, no se trata de “buscar culpables”, sino al revés, de identificar quiénes tienen un rol importante para “contrarrestar el problema y traer soluciones”.
Si la ciudadanía se compromete, poco a poco se podrá reducir el desperdicio, reducir la huella ambiental para conservar nuestro planeta, y darle de un plato de comida a 18,8 millones de argentinos que hoy no acceden a los alimentos.