Cirilo Wagner estudió Administración de Empresas pero decidió apostar por su pasión: la orfebrería. Hoy tiene un taller en en el corazón de La Horqueta, San Isidro donde hace más que piezas de arte. La historia del emprendedor.
Detrás de un portón azul se esconde, en el corazón de La Horqueta, San Isidro. Un lugar donde se forjan los elementos que hacen a la cultura de los argentinos: mates, bombillas, cuchillos de asado para mencionar algunos. El taller está repleto de herramientas, metales de diferentes formas y tamaños, pero todo en su lugar, la prolijidad y el orden son la ley primera. Pero no siempre fue así. Esta es la historia de un emprendedor, un entrepreneur como dirían las lenguas más sofisticadas. Es la historia de Cirilo Wagner, o El Tero.
Pero hay que remontarnos mucho más atrás, no al taller lleno de herramientas y con muchas personas trabajando, sino a Bella Vista con un chico de una familia grande, el cuarto hijo de seis hermanos. Quien de muy joven descubrió el placer de crear cosas con las manos en un taller de cerámica. “Luego, más tarde, la profesora se fue del país y mi mamá me comentó sobre Ricardo Rossi, un orfebre que daba clases y cuando fui por primera vez me encantó, porque era platería criolla, cosa que a mí me gustaba porque siempre fui de vacaciones al campo y lo veía como estar en el campo, de vacaciones, pero en la ciudad”, comenta Cirilo con una sonrisa.
Los años fueron pasando y la experiencia en el joven orfebre se fue acumulando, y llegó el fin de su etapa escolar. “Cuando terminé el colegio, no tenía bien en claro qué hacer, si bien me gustaba la orfebrería, no veía posible vivir de esto, lo tenía más como un pasatiempo”, cuenta el Cirilo sentado en una de las tantas sillas que rodean la mesa de trabajo. Fue en ese momento en el que decidió estudiar Administración de empresas, las cosas que aprendió son en cierta medida las cosas que aprendió durante su vida universitaria. “Era una carrera que no me cerraba del todo, pero sentía que me iba a aportar mucho en lo que sea que haga”, dice.
Los años en la vida del artesano iban pasando, pero el “bichito” de la orfebrería seguía presente y cada vez más fuerte, fue allí cuando por las circunstancias que se le presentaron decidió poner primera marcha en su idea. “Entré a una empresa constructora, Odebrecht, donde trabajé tres años. Yo ahí estaba trabajando en un proyecto, que falló/fracasó, y yo siempre tuve el ‘bichito’ y sumado a esto empezaron a despedir gente y yo vivía todavía con mis padres, no tenía muchas responsabilidades -explica Wagner-. Sentí que ese era el momento de hacerlo porque veía que más tarde iba a ser complicado, entonces decidí darle una oportunidad. Me divertía la orfebrería, pero le quería dar un matiz más industrial o empresarial, no lo quería hacer como un orfebre que trabaja solo en su taller, lo quería hacer más profesional”.
El culto del mate
Algunos la definirían como una moda, otros como un acervo cultural, pero es innegable que está creciendo a pasos agigantados desde hace rato, hoy en día los colegios, tienen que tomar algún tipo de medida para que no tomen mate. “El caso del té es parecido, pero esto pareciera tener más fuerza, hoy hay chicos de 16 años que toman mucho mate; cuando yo tenía 16 éramos tres los que tomábamos mate – añade- es un hábito que llegó para quedarse, un lindo hábito”.
Colocando los cimientos
El lugar del taller se mantiene en el mismo lugar donde se alzó por primera vez, “fue al fondo del terreno, en lo que era la quinta de mis abuelos, que cuando fallecieron el lote le quedó a mi papá y había un quincho al fondo, papá venía a cortar el pasto y hacer de más tareas de mantenimiento”. “Entonces un día le propuse que sea yo quien mantenga el lugar y a cambio ponía mi taller acá – y agrega- una de las claves que haya funcionado el proyecto es que sea en San Isidro, lugar donde suelen estar mis clientes más frecuentes y queda cerca del centro o de Pilar, viniendo por panamericana. También alquilaba en otro lado, para vivir, entonces más tarde le propuse venir a vivir acá donde puse un container y de ahí comencé a ampliar el taller de forma modular”.
El proyecto comenzó con fuerza, sus días que previamente eran de oficina pasaron a ser pura y exclusivamente dedicados a hacer la pasión que él tenía a la orfebrería. Todas sus jornadas eran de nueve horas abocadas de lleno a crear su taller, conseguir las herramientas necesarias, comprar la materia prima del arte que nace en la cabeza del artesano y culmina en las manos de quien adquiere sus productos. “estuvo bueno, porque la indemnización del trabajo me dejó plata para comprar las herramientas, fue un año de preparar las mesas de trabajo, juntar las herramientas. Como tenía ese “colchón” fue un año al que me dediqué a meter plata, sin ver un mango, fue la manera de empezar a hacer mover la rueda” cuenta y sonríe el hombre de 34 años. Más tarde llegó la hora de ponerle un nombre a tanto esfuerzo, surgió de la marca de hacienda perteneciente a un abuelo, que tenía la forma de un tero, debido a que los dominios en internet no estaban tan ocupados como ahora, pudo patentarlo como “El Tero”.
Ya más asentado en el rumbo de su proyecto, comenzaron a llegar los primeros productos. Claro estaba que debían tener algo de distinto al resto de los orfebres, pero no fue fácil desde un principio. Los primeros artículos en nacer fueron los cinturones, el primer producto para empezar a hacerse conocer. “Hice un tapón para botellas de vino, que fue mi primer producto novedoso, que además eso me diferenció un poco del resto” explica el orfebre.
El arte de descubrir nuevos clientes
Teniendo el taller en San Isidro y a pocas cuadras de la Panamericana, la clientela no tardó en aparecer, dice el licenciado en Administración de empresas “En un lugar espectacular, una de las claves que haya funcionado el proyecto es que sea en San Isidro, lugar donde suelen estar mis clientes más frecuentes y queda también cerca del centro o de Pilar, viniendo por panamericana”. Los productos surgen de las ideas que los clientes traen y comparten con Cirilo, algunas ideas tienen más potencial que otras y son esas las que crecen hasta alcanzar las vidrieras del local.
“Más tarde los clientes me empezaron a pedir bombillas para sus mates, la demanda de cosas fue grande y encontré la beta, que eso hizo que me meta más de lleno con todo el mundo del mate – y agrega- Hago mucho trabajo con gente que viene con ganas de hacer cosas, todo suma. En el caso de las tacuaras (producto), empezamos a pensar la idea del producto juntos”, cuenta.