El poder indiscutido de las redes sociales y el anonimato le dieron una potestad inigualable a los usuarios. La cancelación (con o sin argumentos) se volvió moneda corriente y las figuras reconocidas deben ser muy cautelosas con lo que dicen o hacen. Le pasó a Joanne Rowling, Emily Lucius, Martín Cirio “La Faraona”, Juan Darthés, Sebastián Villa, Jhonny Deep, Lali Espósito y muchas otras personas conocidas a nivel nacional y global.
Para Pedro Dauria, psiquiatra y psicoanalista de Dr. Galen, una consultora médica online, “todo lo que implique no aceptar la diferencia es violento y la cancelación es otra muestra de no aceptar la diferencia”.
La cultura de la cancelación implica quitarle el apoyo o “cancelar” a una persona que dijo o hizo algo ofensivo o cuestionable. Y si bien es un fenómeno potenciado por las redes sociales y la instantaneidad que tiene la comunicación en la era digital, no es para nada nuevo.
Según explica Leandro Bruni, politólogo y sociólogo que se dedica a la consultoría de comunicación política en GM Comunicación, el fenómeno de la cultura de la cancelación “no es una novedad porque uno cuando rastrea qué elementos se conjugan en la cancelación, encuentra que existen muchos componentes de lo que se conoce como el comportamiento gregario, esto es de preservar nuestra identidad, nuestros valores, a los nuestros”.
Bruni entiende que hay elementos vinculados con la disonancia cognitiva, un concepto desarrollado por Leon Festinger, psicólogo social estadounidense, en los años 50. Un comportamiento que implica una conducta del cerebro por el que todo lo que va en contra de nuestros valores, creencias o comportamientos, nos generan rechazo.
“Nosotros como seres humanos, necesitamos que nuestro comportamiento esté ordenado, y nuestro cerebro lo ordena efectivamente. Pero todo lo que genera una cierta perturbación en ese orden, nos genera un rechazo. Ese rechazo nuestro cerebro lo puede ignorar o lo puede combatir y cuando lo combate, cuando lo enfrenta, se genera, en términos de comportamiento social, la cultura de la cancelación”, asegura el politólogo y sociólogo.
Un fenómeno para nada nuevo
En el último tiempo, intelectuales de todo el mundo advirtieron que este fenómeno de cancelación coarta directamente contra la democracia y la libertad de expresión. Para muchos, es una actitud que fomenta la intolerancia y quita del plano el derecho a discrepar.
“La cancelación es una consecuencia de la sociedad, con lo cual, la sociedad está afectada a priori. La intolerancia es una constante, porque en definitiva de lo que habla es de no aceptar la diferencia, y desde el principio de la humanidad la diferencia no es aceptada, incluso desde las religiones”, explicó el psiquiatra Dauria.
Además, agregó: “A lo diferente o se lo adoctrina, o se lo normativiza, o se lo injuria, o hasta se lo mata. Creo que es más una consecuencia de lo que ya hay”.
“Estamos rechazando algo que nos genera disonancia, algo que nos molesta, algo que nos incomoda en nuestra forma de ser, de pensar, de ver el mundo. Eso no es nuevo porque históricamente se vio como los escraches y los escraches nos remontan a la Antigua Roma”, comentó Bruni.
Para el sociólogo, la cultura de la cancelación no es una novedad, lo que sí lo es es la relevancia al dinamismo, la velocidad, la masividad que adquirió con las nuevas tecnologías.
Las consecuencias de la cancelación en los actores
Dauria explica que, si bien la afectación va a depender de cada persona, es decir, hay una respuesta individual, es mínimamente abrumadora cuando toma connotación social. “Me imagino que para el que decidió y quería ser famoso, el hecho de que lo cancelen puede llegar a tener consecuencias tremendas y para el otro que nunca le dio importancia, lo podrá manejar mejor”, señala.
Sin embargo, la pregunta también podría ser por qué los “canceladores” inician el proceso de cancelación. “Me imagino que hay muchas personas o grupos que tendrían un beneficio de cancelar a alguien. Ellos pasan a ser los conocidos, famosos o se dan a conocer. Ahí habría un dejo de narcisismo, protagonismo, exposición, envidia y, por ende, de bastante debilidad emocional”, asegura Dauria.
Hay un efecto que es claro, que puede ser profundo o inmediato, sobre la persona que es cancelada: más allá de la trayectoria, si lo que hizo realmente estuvo mal o se la sacó de contexto (a Ángela Torres y Lali Espósito las cancelaron por usar trenzas estilo afro y las acusaron de “apropiación cultural”), o si lo que dijo fue ahora o hace años, en una época donde los patrones culturales eran otros; la persona pierde el apoyo público que puede representar el fin de su carrera.
¿Justicia y poder?
Por lo general, la persona que fue cancelada no tiene lugar a dar su postura sobre la situación, retractarse o incluso pedir perdón. Se lo declara culpable por el tribunal virtual, usuarios que se esconden muchas veces detrás del anonimato, y la cancelación lo anula muchas veces de manera irreversible.
“Más que sentir el poder, yo creo que sentimos la necesidad. Es como la ausencia de costos. Tenemos la necesidad de esta diferenciación, de esta cancelación y no tenemos los costos que significa”, asegura Bruni.
El polítologo por la UBA considera que la masa diluye la identidad individual y genera una identidad colectiva, donde el individuo se siente fuerte, justamente no tiene que enfrentar los costos de su comportamiento.
“Quienes imparten la justicia no son justos y que pase a manos de la gente es un movimiento interesante, al menos. El pueblo tiene una pequeña potestad de expresarse sobre qué es justo y qué no es justo para ellos”, asegura Dauria.
Según considera el psicoanalista, la justicia opera siempre con un sesgo, una intención y un uso del poder. Por eso, entiende que la única alternativa a la cancelación es que el hombre se vuelva más justo, aunque también es responsabilidad de la masa autómata que no se rebela.
La cultura de la cancelación: ¿espectáculo o moda?
Si bien la disonancia cognitiva no plantea una reflexión, sino que son comportamientos emocionales, Bruni explica que “el espectáculo se da, no en tanto fenómeno social, sino en tanto uso de los medios o la política”.
Vemos que cuanto más peso se le da al caso en los medios o la política, más repercusión tiene, por ende más gente se suma a la cancelación y se convierte en un bucle sin fin.
En cuanto a si la cultura de la cancelación se convirtió en una moda, el sociólogo y politólogo indica que se trata de una “práctica social aceptada que habilita la posibilidad de expresarse” por parte de los usuarios mientras que limita es la acción de los ‘cancelados’. “La cultura de la cancelación no se inventó ahora, pero con la práctica social aceptada se le está dando rienda suelta”, asegura Bruni.
Al fin y al cabo, el hecho de cualquier dicho o acto que vaya en contra de lo que nosotros creemos sea anulado, no sólo es inaceptable, sino que también es peligroso. Implicaría que un actor determine qué puede decirse y qué no, que anulemos algo que ya existe y limitaría el debate de ideas si todos pensamos lo mismo.