“¡Ay negra! No te reconocí”, le dijo Fernanda a Patricia, su hermana, mientras la abrazaba al entrar al salón de fiestas. El viernes 11 de septiembre fue un día muy especial para las dos: Tomás se había casado. Si, si, Tomás, el hijo mayor de Patricia, dijo ante todos sus amigos y familiares el famoso “Sí, quiero” en el registro civil de la Ciudad de Buenos Aires que se encuentra sobre la calle Uruguay.
A las 9 de la noche de ese mismo viernes, el salón La Escondida ya estaba listo para uno de sus eventos más raros: un casamiento de disfraces. La organización del evento fue exactamente igual la de un casamiento normal porque este no estaba ambientado ni tenía planeado nada fuera de lo habitual. El único pedido de los novios fue que solo pasaran música de los 80 y 90, porque están totalmente en contra de la cumbia y el reggaetón. Igualmente, el DJ hizo caso omiso a ese pedido por su filosofía de poner lo que a él les parezca mejor, pero ya no importó, porque hasta los mismos novios se movían al ritmo de Marama, Pitbull y Agapornis.
“Fue lo mismo que un casamiento común. La diferencia fue la vestimenta y que la gente tuvo ganas de disfrazarse, porque era exigirles un poco más a los invitados- explicaba Patricia que estuvo en todo aspecto de la organización-, pero fue una forma de sacarle formalidad a la fiesta, que era justo lo que Tomás quería”.
Al entrar al salón, uno se podía encontrarse una mezcla de personajes que en ningún otro lado podría haber visto. Desde personajes ficticios como Darth Vader, Superman y Khaleesi, a personajes históricos como John Lennon y Yoko Ono, Julio César y Donald Trump. Muy pocas personas decidieron no hacer caso al pedido de los novios y algunos fueron los que no le pusieron mucho empeño a su disfraz. Sin embargo, la mayoría se encargó de encontrar un buen disfraz para sorprender a los novios. “Fue genial el nivel de los disfraces, el laburo que le pusieron todos”, admite Tomás al recordar todos esos personajes acercarse a saludarlo después de su gran entrada.
Al principio, los novios no querían hacer fiesta. No creían que sea necesario. Preferían hacer una asado para festejar con sus amigos y familia, pero Patricia no los iba a dejar. “Necesitaban festejar la decisión más grande de su vida. No lo podían dejar pasar”.
Después de muchas idas y vueltas, Tomás y Ana desistieron y aceptaron hacer una fiesta solo para los amigos íntimos y la familia con solo una condición: que la fiesta sea de disfraces. “Al principio la reacción de la gente fue muy mala, en especial de los viejos. Nadie tenía ganas de disfrazarse, pero después la reacción cambio por completo. A medida que iba pasando el tiempo la gente fue entendiendo la onda y al final ser terminaron recontra copando”.
La unión se realizó el mismo día que la fiesta a las 12. Tomás Correa Arce y Anabella Nolasco decidieron solo casarse por civil y no por iglesia, algo que cada vez es más común en la Ciudad de Buenos Aires: según un informe del año pasado de la Dirección General de Estadísticas y Censos de la ciudad, por cada una unión civil hay 17 bodas, cuando hace 10 años por cada una unión civil había 127 matrimonios. A ellos no les interesaba casarse por iglesia, como un montón de parejas que no creen necesario unirse ante Dios porque ya no es un mandato de la sociedad. “Más allá que yo fui a colegio católico y Ana esta bautizada, ninguno de los dos nos consideramos católicos”.
Ana, la novia, llevaba puesto un vestido corto al cuerpo blanco de encaje, con una cinta azul a la altura de la cintura, unos zapatos azules no muy altos para no pasarlo a Tomás, un ramo de fresias coloridas, y una campera de cuero. Ella rebalsaba de la felicidad y nervios, pero trataba de disimularlo. En otro lado del salón, Tomás no dejaba de hablar con todos sus conocidos que se le acercaba a saludarlo y lo alagaban por su chaleco azul, su moñito de seda, que antes solía ser un pañuelo; y no podían faltar las cadenas que usa para no perder sus llaves.
Todos estaban esperando ansiosamente este día, porque no podían creer que Tomás y Ana finalmente se iban a casar. Ninguno se mostraba con ganas de tener un matrimonio y empezar una familia, pero Ana siempre escondió ese deseo de “vivir felices para siempre”.
Como muchas de las parejas de hoy en día, ellos no aspiran a tener una familia y vivir de la manera que sus padres, sino se enfocan en su trabajo, pero después de 2 años de noviazgo y uno de convivencia, Tomás tomo el coraje de comprarle un anillo especial, porque tiene dibujados gatitos como las dos mascotas que comparten, y esconderlo durante todo un día para dárselo y proponerle matrimonio en su viaje a Disney World, donde 31,380 personas ingresan por día aproximadamente. Este viaje era muy importante para Ana al ser el sueño de su toda infancia entrar a ese mundo fantástico.
“Quería cruzarme a Gastón (el villano de la Bella y la Bestia) y desafiarlo para vencerlo, así parecía que me había ganado el amor de Ana – cuentaba Tomás todavía emocionado con la idea-. En un momento lo vi pasar, y pensé ‘este es el momento’, pero no puede. Me quede paralizado. Así que lo hice después del show Fantasía, del parque Hollywood Studios. Ana no lo podía creer”.
La ceremonia fue corta y distendida, hasta el punto que los mismos novios hacían bromas. Primero el juez tomó lista para cerciorarse que los novios y los testigos, el amigo de toda la vida de Tomás, Manuel García Narvaits, y la mejor amiga de Ana, Karina Magali Arroyo, estuviesen presentes. Los novios se sentaron en los tronos de madera en la primera fila de sillas de madera frente al estrado del juez. La ceremonia empezó con una simple pregunta: “¿Cuántas veces firmaron un documento?”. Los novios se miraron y contestaron que algunas veces, no muchas. El juez se rió ante la respuesta y comentó:
“Seguramente fue tu viejo el que firmó por vos”. Ante el chiste, toda la sala 2 se rió brevemente, dejando que el evento continúe.
“Esta va a ser la firma más importante que hagan” dijo seriamente el juez a los dos jóvenes que tenía en frente. Así es cómo continuó con un discurso muy enredado sobre porqué este iba a ser uno de los momentos más importantes de su vida, afirmando que sin amor esta unión no iba a poder ser posible. Al finalizar su speech, pidió el consentimiento de los novios, que no dudaron en aceptarse el uno al otro.
Luego, los llamó para que firmen el registro. Mientras Anabella firmaba, Tomás hacía señas al público para entretenerlo. Cuando le tocaba al novio para dejar su firma, el juez casi se olvida de hacerlo firmar. “Hicimos un acuerdo”, exclamó Tomás mientras su público se moría de la risa. Luego de la firma de los testigos, el juez llamó de nuevo a los novios, que se habían sentado en sus tronos, para declararlos marido y mujer y les dio su libreta de casamiento. Así es como Tomás y Ana finalizaron la ceremonia al darse su primer beso “legal” frente a sus seres queridos.
Después de decidir sobre la fiesta, Tomás y Ana tuvieron que encontrar un disfraz de pareja que los destaque de entre todos los invitados. Al principio pensaron hacer de los brujos Harry Potter y Hermione, pero no se iba a notar que ellos eran los agasajados. Es por eso que buscaron algo loco, algo fuera de lo común. “Tomás no podía haber elegido mejor disfraz, porque tenía cara de loco, y Ana aunque esperaba que se disfrazara de princesa, le quedaba divino lo que tenía puesto”, contaba Patricia, y todos los invitados estaban de acuerdo con ella.
Una hora y media después de que empezara la recepción, las luces se apagaron y dos reflectores estaban dirigidos a una puerta que daba directo a la pista de baile. Era la hora el gran momento de la noche: la entrada de los recién casados. La puerta corrediza se abrió cuando una canción de heavy metal empezó a sonar. Ahí entraron Agustín y Marcos, los hermanos de Tomás, disfrazados de los lacayos de forma de carta de Alicia en el País de las Maravillas, anunciando con unas trompetas la llegada de la reina y su acompañante. Allí es cuando entraron el Sombrerero y la Reina Roja con una fachada roquera.
Tomás tenía un traje blanco y negro todo desprolijo, los ojos delineados y una gran galera negra con una rosa de naipes y una tetera con el ratón característico de la película que tenía en su mano derecha, ambas hechas por la novia. Ana tenía un vestido que consistía de un corset y una pollera que al frente era corta pero atrás la tapaba la larga cola negra y roja. Al verlos, los invitados empezaron a gritar y aplaudir, como si fueran verdaderas estrellas de rock.
Cuando decidieron casarse, los novios estuvieron dándole vueltas a ver cómo podían hacer una fiesta diferente, inolvidable. “Los pocos casamientos que fuimos nos parecieron un embole, muy clásicos. Lo clásico nos parece grasa y aburrido. Queríamos hacer algo divertido y que fuera de todos”. Lo que los inspiró para decidir hacer una fiesta tan particular fue una foto de hace más de 20 años. En la foto se ven una pareja joven donde el hombre estaba vestido y maquillado de mujer y su novia tenía dibujados bigotes y tenía un traje.
Esta era la foto de la despedida de solteros de la tía de Tomás, Fernanda, y su marido Rubén, que son muy cercanos a la pareja recién casada. “Cuando me dijo que la fiesta era de disfraces, pensé que estaban locos, porque pasaron de no querer hacer nada a una fiesta de disfraces”, explicaba Rubén.
Sin embargo, ellos sabían que les iban a dar el gusto, es por eso que los dos fueron disfrazados nada menos que de Slash y Axl Rose, los integrantes de la famosa banda Guns n´Roses, a pedido de los novios. “Encima ahora se reconciliaron”, decía emocionada Fernanda pensando en la reacción de la gente al verlos vestidos de ese modo.
Igualmente, en la boda de Tomás y Ana, el código etiqueta no fue la única idea original. Ambos se dedican a la fotografía, y no querían contratar un fotógrafo a la fiesta. Sin embargo ellos no querían encargarse de fotografiar la fiesta, entonces pusieron en todas las mesas cámaras descartables analógicas, así los invitados podían divertirse sacando fotos ellos mismos del evento, y lego los novios se podrían divertir viéndolas al revelarlas.
Además, sobre las pequeñas mesas de los livings que estaban preparados para que la gente pueda comer, los novios habían preparados algunas fotos donde usaron photoshop para ponerse en el papel de parejas famosas, como Justin Timberlake y Britney Spears, de Ron y Hermione, y de John Travolta y Olivia Newton-John.
Del mismo modo, en la mitad de la fiesta, los novios tomaron el micrófono para anunciar que empezaba el concurso de disfraces. Este consistía en 4 categorías que los novios habían elegido los nominados según los preferidos de los invitados. Tomás se encargaba de anunciarlos para que los invitados aplaudan por los que más les gustaban. Las categorías eran mejor disfraz veterano, mejor disfraz grupal, mejor disfraz de parejas y, el premio mayor: el mejor disfraz de la noche, que lo ganó un amigo de los padres de Tomás, que se había vestido de mafioso o, como lo llamaba Tomás, de pimp, con un traje y sombrero rojo, unas cadenas de oro y la piel pintada de negro.
“¡No vale! No había una categoría de mejor disfraz de chicos”, reprochaba el primo menor de Tomás, Santi, detrás de su máscara de Darth Vader, porque sabía que él hubiese ganado al ser el único niño en la fiesta, a excepción del hijo del testigo de Tomás, Pedrito, que durmió en su cochecito durante toda la noche.
Hoy en día muchas parejas prefieren hacer fiestas más originales, alejándose de los aspectos tradicionales. Algo que está muy de moda en estos días es hacer una boda temática. El tema suele ser una película o una época que identifique a los novios y abarca no solo la decoración del salón, sino también las invitaciones, los souvenirs y hasta la torta.
Otra idea es las cabinas de fotografía, donde la gente se mete y se saca algunas fotos con cotillón y cartelitos. Es una buena forma que para que la gente recuerde la fiesta, puesto a que luego se puede llevar las fotos, pero el alquiler de una cabina sale alrededor de $3.000 por noche.
Otros buscan lugares diferentes para casarse. Por ejemplo, el sábado 12 de septiembre se casó por primera vez en la historia una pareja en el Cerro Catedral, Bariloche, en el refugio Lynch que se encuentra a 2.000 metros de altura. Todos estos ejemplos son algunas de las pocas cosas que hacen las parejas recién casadas para que sus casamientos sean recordados como “originales”, a pesar que, según el Registro Civil porteño, uno de cada dos matrimonios termina en divorcio.
A pesar de las extravagancias y la originalidad, hay tradiciones que los novios no pudieron evitar. Una de ellas fue el vals, donde Tomás y Ana bailaron al son de la música de la Bella Durmiente, una de las canciones más elegidas por las parejas recién casadas. Ellos empezaron la tanda del vals, bailando torpemente, cuando se acercaron la mamá de Tomás, que estaba vestida de charleton, y el padrastro de
Anabella, que estaba vestido de gala. Luego entraron la mamá de la novia que vestía como Cruella De Vil para tomar el lugar de Patricia, mientras que el papá de Tomás que vestía una túnica igual a la de un Jeque árabe, tomaba a la novia para que ambos den giros alrededor de la pista de baile. Así es como distintos personajes empezaron a bailar alrededor de los novios, en un cóctel de fantasía.
Otras tradiciones de las cuales no pudieron zafar fueron del brindis y de cortar la torta blanca y decorada de flores, donde se tuvieron que parar en medio del salón para posar para las cámaras.
También Ana tuvo tirar el pequeño ramo de rosas y flores de naipes que ella misma había preparado. A metros de ella la esperaban varias piratas con polleras un poco cortas, una bailarina de cisne negro, un Willy Wonka travestido, Shigsaw y el pequeño Darth Vader, entre otros, preparados para lanzarse sobre el ramo.
Sin embargo, lo atrapó una Frida Kahló con poco bello facial que empezó a saltar de la felicidad y abrazó a la novia. Al fin al cabo, no hay una boda sin algunas tradiciones.
Fotos: cortesía Facebook/TomásCorreaArce