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Las joyas ocultas de San Telmo: secretos subterráneos de la Buenos Aires colonial

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Las obras de restauración de casas y hoteles en San Telmo revelaron un barrio oculto bajo las veredas: cisternas, túneles, pozos y pasajes del siglo XVIII. Expertos y arquitectos explican por qué estos hallazgos son clave para entender la historia material de la ciudad

Bajo tierra, la ciudad sigue viva. En una casa chorizo de San Telmo, Brigit Fischer encontró una cisterna colonial que aún guardaba agua. A pocas cuadras, los obreros que restauraban un antiguo hotel descubrieron muros de adobe y utensilios del siglo XVIII. Cada vez que alguien excava en este barrio, aparece una capa de historia.

San Telmo, el corazón más antiguo de Buenos Aires, guarda bajo sus veredas un mundo paralelo: un entramado de túneles, sótanos y aljibes que narran cómo se vivía cuando la ciudad era una aldea junto al río. Hoy, los proyectos de restauración y hotelería boutique están sacando a la luz esas “joyas subterráneas” que durante siglos permanecieron ocultas.

Para comprender la magnitud de estos descubrimientos, basta escuchar a quienes dedican su vida a estudiar la historia material de la ciudad, la arqueóloga Flavia Zorzi, con más de dos décadas de trabajo en el Centro de Arqueología Urbana y en el museo de sitio del Cassa Lepage Art Hotel.

“En los barrios del área fundacional, como Monserrat y San Telmo, es muy habitual encontrar piezas y estructuras arqueológicas, justamente porque estos barrios formaron parte del tejido urbano desde la época colonial, con cierta densidad poblacional y desarrollo constructivo.

Muchos de ellos son subterráneos (pozos, cisternas, cimientos) estas estructuras y depósitos arqueológicos en muchos casos “sobrevivieron bastante intactos a pesar de los enormes cambios que protagonizó la ciudad a lo largo de los siglos”, agrega

Zorzi además explica por qué hoy aparecen tantos hallazgos durante obras y excavaciones: “Actualmente, hay tantas intervenciones masivas en el subsuelo porteño que no es raro que se descubran tan frecuentemente objetos y estructuras arqueológicas”.

Señala que “es fundamental que en esos casos intervengan profesionales idóneos, ya que más allá de los objetos, lo importante es recuperar toda la información del contexto. Es un poco como las series de análisis de escenas de crimen, que nos muestran cómo cada elemento cobra significado en su contexto cuando el detective lo ve con sus ojos”.

Estos hallazgos son valiosos no solo por lo que revelan de manera inmediata, sino por el tipo de mirada que habilitan: “Ofrecen una perspectiva particular de aproximación a la historia: la perspectiva de la materialidad, de la práxis, de la acción cotidiana de hombres y mujeres en su ambiente. Estudiando el pasado desde esta perspectiva podemos generar lecturas de lo que no fue escrito, vernos reflejados como sociedad en nuestro pasado, conocernos más a fondo para construir nuestra identidad colectiva y plural”.

Cuatro hallazgos que revelan la ciudad bajo la ciudad

1. La cisterna de Bolívar

El hallazgo ocurrió casi por accidente. Brigit Fischer había comprado una casa chorizo antigua —estrecha, profunda, con patio al fondo— con la intención de restaurarla respetando su identidad original. Cuando un albañil golpeó el piso del jardín, el sonido hueco delató algo inesperado. Al retirar capas de tierra y baldosas se reveló la boca de una cisterna colonial.

La estructura no era menor: una cavidad circular de varios metros de profundidad, construida con ladrillos coloniales y argamasa de cal. El interior todavía conservaba humedad y, sorprendentemente, agua. Ese líquido estancado durante décadas hablaba de otra Buenos Aires, una sin red de agua corriente, donde las familias juntaban agua de lluvia y la almacenaban para uso doméstico.

En la pared interna se distinguían las huellas de filtración, marcas del nivel que alcanzaba el agua, sedimentos calcáreos y restos de las capas impermeabilizantes que se renovaban cada ciertos años. La cisterna estaba intacta porque había sido tapada sin destruirla, probablemente cuando se elevó el nivel del patio a fines del siglo XIX.

Para Fischer, ese hallazgo se convirtió en una pieza central del proyecto: se decidió conservarla a la vista y dejar un registro fotográfico y documental del proceso. No era solo un pozo: era una cápsula del tiempo.

Para comprender no solo la frecuencia de los hallazgos sino también su función original, el museólogo Enrique Salmoiraghi —experto de El Zanjón— explica el rol crucial del agua en la Buenos Aires colonial y del siglo XIX. “Durante el virreinato y el siglo XIX, en Buenos Aires se recolectaba agua de diferentes formas”, señala.

“La gente podía comprarla a aguateros que la obtenían del río o utilizar agua de pozos, pero ésta a menudo estaba contaminada por los desechos arrojados en pozos ciegos cercanos.” Por eso, solo unas pocas familias podían permitirse aljibes con cisternas, verdaderas obras de ingeniería doméstica destinadas a almacenar agua de lluvia. “Estos sistemas dejaron de funcionar en 1894 con la llegada de las obras sanitarias y las tuberías modernas”, agrega.

2. La Casa de los Dragones

Cuando una pareja compró esta casa —una construcción en ruinas cuya base databa de la época en que Buenos Aires era una aldea— sabían que estaban ante un desafío arquitectónico. Lo que no imaginaban era que, al iniciar la restauración, bajo los escombros emergiera un aljibe colonial intacto.

El pozo, de ladrillo y argamasa de cal, apareció al excavar el patio. Estaba enterrado, olvidado, taponado probablemente cuando el terreno fue elevado para nuevas ampliaciones a fines del siglo XIX o principios del XX. Su presencia indicaba que la vivienda original había contado con su propio sistema de recolección y almacenamiento de agua de lluvia, un lujo para la época.

La casa, además, reveló muros de adobe, vigas de madera noble y pisos asentados en barro, que mostraban diversas etapas de crecimiento y adaptación. Cada capa contaba la historia de una familia distinta, de un uso distinto, de un barrio que cambiaba su fisonomía.

El aljibe fue restaurado y conservado. Hoy, integrado a la vivienda, funciona como una pieza arqueológica visible que dialoga con la arquitectura restaurada, uniendo pasado y presente en un mismo espacio doméstico.

3. El edificio Virasoro (Cassa Lepage)

Si algún edificio sintetiza la idea de “arqueología urbana” es el Virasoro, hoy convertido en Cassa Lepage Art Hotel. Lo que comenzó como una restauración terminó como una de las excavaciones más importantes del casco histórico.

Allí, los arqueólogos encontraron:

  • los restos de un aljibe de grandes dimensiones,
  • pisos de ladrillo del siglo XVIII,
  • capas de rellenos sucesivos,
  • y más de 2.000 objetos arqueológicos perfectamente conservados.

El aljibe era monumental comparado con otros de la zona: tenía casi tres metros de diámetro y paredes que delataban reparaciones y ampliaciones, lo que sugiere que la vivienda original fue creciendo con el tiempo. Era, en su época, una estructura costosa: murallas gruesas, ladrillos calibrados, recubrimientos impermeabilizantes varios.

Entre los objetos hallados había una colección fascinante:

  • fragmentos de cerámica española y portuguesa,
  • pipas de caolín,
  • sellos de botellas inglesas,
  • peines de hueso,
  • cubiertos deformados por el fuego,
  • y hasta juguetes infantiles.

El conjunto permitió reconstruir los hábitos de quienes vivieron allí desde la colonia hasta principios del siglo XX. Hoy, una parte de esos hallazgos se exhibe bajo vidrio en el hotel, en un micro-museo que explica el proceso de excavación y contextualiza cada objeto.

Zorzi subraya que estos materiales no solo se rescatan: deben preservarse según normativas específicas. En sus palabras: “Los hallazgos están protegidos por Ley Nacional y se los conserva aplicando protocolos de buenas prácticas, elaborados por profesionales de la conservación y restauración de bienes arqueológicos. En la ciudad de Buenos Aires, el repositorio legal de los objetos es el CIAP (Centro de Interpretación en Arqueología y Paleontología) pero también hay convenios (como el firmado por los propietarios de Cassa Lepage Art Hotel) para el funcionamiento de museos de sitio inclusive en espacios de gestión privada”.

Este caso es un ejemplo de cómo la hotelería boutique convive hoy con la conservación arqueológica sin destruirla.

4. El Hotel Bolívar

El antiguo Hotel Bolívar —un edificio del siglo XIX ubicado en una de las zonas más antiguas del barrio— escondía quizás la secuencia histórica más amplia de todas. Durante las obras, los trabajadores descubrieron restos de viviendas anteriores al hotel: paredes de adobe, cimientos coloniales y una distribución que coincidiría con casas construidas entre 1780 y 1810.

El descubrimiento fue tan significativo que los arqueólogos debieron intervenir rápidamente para documentar cada capa. Lo que se encontró fue una superposición geométrica del desarrollo urbano:

  • Primer nivel: muros de adobe con uniones de barro, típicos de fines del período colonial.
  • Segundo nivel: pisos y estructuras de ladrillo cocido del siglo XIX, asociados a la construcción original del hotel.
  • Tercer nivel: capas de rellenos con basura doméstica, evidencia de reformas hacia 1900.

Entre los objetos recuperados había fragmentos de vajilla fina, herramientas pequeñas, pedazos de cuero curtido y restos de cal que indican que allí se realizaron trabajos de albañilería artesanal.

Además, la humedad persistente en algunas zonas del subsuelo sugirió la presencia de un antiguo curso de agua cercano —posiblemente parte del Tercero del Sur—, lo que coincide con mapas históricos de la zona.

El Hotel Bolívar permitió observar, en una sola excavación, cómo se transformó un mismo lote a lo largo de más de dos siglos.

Un barrio que respira desde abajo

Pero el subsuelo porteño no es solo un territorio de hallazgos: también es un campo de tensiones. Según explica la arqueóloga, el avance del desarrollo inmobiliario convive en fricción permanente con la necesidad de conservar el patrimonio urbano. No se trata solo de estructuras arqueológicas: también están en riesgo edificios históricos, paisajes barriales y oficios que forman parte de la identidad cultural. La presión por el valor del metro cuadrado y la gentrificación en zonas como San Telmo, Monserrat o incluso Belgrano aceleran esas disputas.

En los últimos años, sin embargo, Zorzi observa un cambio que considera clave: una comunidad mucho más activa en la defensa de su patrimonio. Vecinos organizados, asociaciones barriales y colectivos culturales ya no dudan en presentar amparos, denunciar demoliciones irregulares o exigir intervenciones respetuosas.

Señala ejemplos recientes: desde la preocupación por el futuro de la casona de Lucio Mansilla en Belgrano —Monumento Histórico Nacional— hasta la movilización vecinal ante la posible demolición de la cúpula de la confitería Manhattan, un ícono afectivo del barrio.

Cómo preservar el patrimonio ciudadano

Zorzi sostiene que no alcanza con que la conservación dependa de canales institucionales o de la buena voluntad de los desarrolladores. Es necesario visibilizar buenas prácticas —que existen y han sido exitosas—, explicar al público qué se está defendiendo y por qué, y poner en valor las miradas locales de cada barrio. En otras palabras: hacer del patrimonio un tema ciudadano, no solo técnico.

Cada uno de estos edificios aporta una pieza distinta a un rompecabezas mayor: la Buenos Aires subterránea. Las cisternas hablan del agua; los sótanos, de la vida doméstica y de las necesidades de almacenamiento; los aljibes monumentales, del estatus; los muros coloniales, de los primeros asentamientos del barrio.

San Telmo conserva bajo tierra una memoria que ni los incendios, ni las epidemias, ni las refacciones lograron borrar. Y hoy, gracias a restauradores curiosos, arquitectos pacientes y arqueólogos atentos, cada obra se convierte en una revelación.

Bajo el empedrado, Buenos Aires sigue respirando. Y cada vez que alguien toca su suelo, la ciudad vuelve a contar su historia.

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