De izquierda a derecha: Campodónico, Hure, Núñez, Virardi, Bogni, Fernández, Ratto, Pasini, Martínez, Hauche y Ferreiro; la formación del Club Atlético Temperley que aún vive atrapada entre los cuatro lados del marco rojo que está en la esquina del salón, y que late en el recuerdo eterno.
Los escudos de Temperley están en todas partes: en la repisa, en la pared, en la vitrina de la entrada, en el corazón de Fabián Williams. Es el club que también comparte con Federico Bareiro, es el club de la peluquería. No hay día que no se hable de fútbol en Leonardo Stilo, la peluquería que respira sobre las calles porteña de Agüero y Pacheco de Melo.
Tijera arriba, peine abajo, intercambio de posiciones, Federico lo hace por inercia y no mira a otro lugar que no sea la cabeza de Ricardo. Del cortinado azul del fondo se escucha una voz y todos saben quién es su propietario: Fabián sale de la pequeña cocina que tiene atrás y esboza una sonrisa. No hay más clientes hasta el momento, entonces aprovecha a sentarse un rato.
-¿Qué cosas tengo que decir y que se puedan decir?- dice Fabián entre miradas pícaras-. Bueno, estoy casado y tengo hijos, por ahora amante no- ríe-. Vení, sentados es mejor.
Williams es de estatura media, tiene una remera blanca y unos jeans, ojos claros y unos característicos aritos en sus orejas. Ahora está cómodo y cruza las manos mientras las hace reposar sobre el apoya brazos del sillón blanco.
-Hace 13 años estamos acá y antes estuvimos cerca- cuenta-. Nosotros estuvimos sobre Laprida primero entre 1993 y 1998, después nos mudamos una cuadra más arriba, ahí pasando Pacheco de Melo entre 1998 y 2004, y al final nos vinimos acá, donde estamos hasta la actualidad, como ves siempre por Recoleta.
Federico escucha atento a Fabián y asiente en cada frase que éste pronuncia. En oportunidades se miran y en el aire se nota la química compartida, los años de amistad y compañerismo que tienen encima, eso también es la peluquería. Son ellos.
-Antes hice de todo. Para que te des una idea solo completé el primario, después desde los 14 años tuve que laburar y aprendí de todo- dice mientras rasca una de sus piernas con su mano-. El oficio de peluquería en sí lo aprendí del tío de mi señora, él les enseñó a todos los que conocía, éramos varios, y de ahí me fui formando. Pero por ejemplo, nunca hice campeonatos como Fede, él compitió en un montón, ya sea en Temperley o Lanús, ¿Eran campeonatos no Fede?
-Sí, si eran campeonatos.
¿Hace mucho se conocen ustedes dos?
-De siempre, desde muy jóvenes, ya en el 93 trabajábamos juntos así que son 24 años. Los dos somos de Llavallol.
En ese instante el relato es interrumpido por Ricardo que ya tiene corte nuevo, y parándose de la silla añade: “¿Ya le dijiste que ustedes dos son pareja?” Todos comienzan a reír y Fabián asiente con la cabeza al tiempo que dice: “Creo que ya se dio cuenta”.
Ricardo se va pero algo lo detiene, la voz de Fabián que le dice que aún le falta limpiarle la nuca y que no se vaya.
-Mujeres muy pocas se atienden acá, eso sí, las que vienen son grandes. No hay problema en cortarle a una mujer, pero esta es una peluquería con perfil de hombre.
Hay una manía por el celeste que es evidente: las paredes son celestes como también lo son las sillas, la gorra, la camisa de Federico y las cortinas. Lo que no es celeste, es blanco, como lo es el sillón al cual me invitó a charlar Fabián. El detalle: en la televisión hay pegadas figuritas de Temperley.
-¿Sabes por qué?- pregunta Fabián con alegría-. Por nuestro cuadro, por Temperley. ¿Sabes cuántos canales tiene esta tele? Dos, uno es TyC Sports y el otro Fox Sports- ríe.
-Tres generaciones- dice Fabián, mientras levanta tres de sus dedos y los mueve-. Tres generaciones que se vienen a cortar acá, eso lo hace el boca a boca, la gente de barrio le dice a la otra gente de barrio, y así se difunde.
El “flaco” como le dicen a Federico, está barriendo el cementerio de cabellos que dejó Ricardo antes de irse. En el estante de vidrio de la esquina hay un sinfín de revistas pero para mi sorpresa no son relacionadas al fútbol. En el mismo aparador, el “cartel de cortes” deja a la luz sus precios.
-Sí, 140 el corte. Pero ahora te digo el por qué: por el tipo de clientes que tenemos y que conocemos muy bien. Sabemos cómo es nuestra gente, nosotros trabajamos en la mayoría con gente como encargados o remiseros, gente laburadora. Vivimos del “boca a boca”, así funcionamos hace tantos años. Esa es la verdad, nuestra gente es siempre la misma, nos queremos y formamos una gran familia, acá no vas a ver una peluquería como nosotros. Vos tenés un perro y el perro pasa, se sienta y no pasa nada, no sé si en otros lugares te dejarían. Somos una peluquería de barrio, no un coiffeur. Pero atendemos a todos por igual, no hay diferencias entre un hombre de traje y corbata, y otro que no.
Federico está plantado contra la mesa y casi roza con su espalda aquel espejo circular que es testigo de los cortes diarios. Lleva la mano a su cabeza y frota sobre la zona despoblada mientras escucha detenidamente a su compañero.
-Acá lo tenemos al enfermo del fútbol- dice Fabián al señalar a Federico con su dedo índice mientras este último sonríe-. Preguntale lo que quieras que lo sabe, sea de los 70 o de ayer a la tarde, mirá, se acuerda del día que nació J.J.López, imaginate.
-Me gusta mucho el fútbol, espero impaciente los lunes para jugar, qué va a ser- dice Federico, quien pasa la tijera de una mano a otra-. Mi hijo, él quiere estudiar Periodismo Deportivo, ahora está en el último año de secundaria, pero ya lo tenía claro de hace mucho.
Fabián mira a su amigo y luego vuelve la mirada hacia el escudo.
-Anécdotas tengo miles, sobran, lo que prefiero dejar es un momento que se repite siempre. Acá vienen a cortarse el pelo pero yo diría que ese es el agregado, el detalle. Acá vienen, pasan directo a la cocina, se preparan unos mates, se sientan, charlamos de fútbol o de cualquier cosa, debatimos, y de paso cortamos el pelo-dice y hace un momento de silencio, acaba de ver a alguien y la sonrisa se dibuja en su rostro-. ¿Qué haces amigo? Pasá, sentate.
Otro cliente arriba a la peluquería dispuesto a un corte de pelo y Fabián ya está con las tijeras en mano, le sale del alma. Prepara la silla celeste como Temperley, y le pide al muchacho que tome asiento.
Otro partido ha comenzado y él es el mejor en la cancha.