El primer candidato a legislador porteño por el Movimiento de Integración y Desarrollo consiguió apenas el 1,7% de los votos y se quedó sin una banca. “Caruso, querido, el MID está contigo”, cantó su hinchada hasta el final. Escenas del partido en el que el ex DT que logró ganar.
“El velorio es fatal”, bromeaban una treintena de personas que mientras comían pizza y tomaban gaseosa en vasos de plástico descartables. En el primer piso de una casona vieja de Balvanera, lo único que advertía que no se trataba de una simple reunión social para despedir el fin de semana era un cartel negro con luces blancas de neón que deleteraban “MID”. Dos horas después de enterarse de que el candidato había perdido, algunos todavía aguardaban por él. Otros, empezaron a irse. De hecho, hasta el Internet se fue, y la única televisión en la sala por la que seguían en vivo los resultados se apagó.
Sin embargo, de un segundo al otro, así con la rapidez con la que un argentino se para para festejar un gol, todos salieron eyectados hacia la entrada y cambiaron sus caras largas por sonrisas, aunque lucieran algo forzadas. “Caruso, querido, el MID está contigo”, le cantaba a coro entre aplausos, silbidos y gritos su hinchada, que formaba una hilera a ambos lados del pasillo. Vestido completamente de negro con zapatillas deportivas, jogging y una campera, pasó entre ellos como si estuviera haciendo, como cientos de veces en su carrera, el camino desde la cancha hasta el vestuario.
Esta vez, en cambio, fue diferente. Ricardo Caruso Lombardi no pudo salvar a su equipo del descenso. En su carrera, consiguió esa hazaña siete de las ocho veces que la intentó, pero en cada una de ellas, lo hizo al frente de un equipo como director técnico. Y aunque se puso la cinta de capitán y recorrió cada barrio de la ciudad, el candidato a legislador porteño no fue DT sino que jugó como zaguero. Y es que fue Oscar Zago, diputado nacional y presidente de bloque del MID quien lo convenció de ser cabeza de lista.
Como si se tratara de ganar un partido de fútbol, Caruso Lombardi necesitaba apenas tres puntos ―o, dependiendo de cuántos votos sacaran el resto de los partidos, un poquito más― para ganarse una banca en la legislatura porteña. Pero apenas consiguió que el 1,7% de los porteños que fueron a votar metieran su boleta en la urna.
A pesar de la derrota, pasó con la cabeza en alto por el pasillo de honor y saludó a cada una de las personas del búnker, como si estuviera en piloto automático, con un beso y un abrazo que incluía una palmada en la espalda. Cuando terminó el recorrido, se paró frente a la mesa que estaba en el centro, abrió una botella de agua mineral, separó uno de los vasos de plástico descartable y lo llenó. Mientras miraba un punto fijo, se lo tomó en un par de sorbos y lo volvió a llenar.
Cuando terminó de tragar el último sorbo de agua, fue como si le hubiera vuelto el alma al cuerpo. Se volteó rápidamente hacia un grupo de unos cinco hombres y comenzó a enumerar ayudándose con sus dedos a todos los candidatos a los que sí les había ganado: Yamil Santoro, Abal Medina, Biondini, Winkour, Peretta, Zubriggen y Koutsovitis. Después, se fue a una esquina a hablar por teléfono.
Mientras, los militantes se reunieron alrededor de la televisión a escuchar el discurso de Milei, cuya lista, con Manuel Adorni a la cabeza, obtuvo más del 30% de los votos. “Uf, ahí empieza con la hermana”, “Denle un rivotril”, fueron solo algunos de los comentarios que se hicieron. El año pasado, Oscar Zago fue desplazado por Karina Milei y Martín Menem de la jefatura de bloque La Libertad Avanza en la Cámara de Diputados y pasó a presidir el suyo propio, el interbloque PRO-MID.

Fue a él a quien, una vez terminada la llamada, Caruso Lombardi se dirigió a preguntarle “¿Qué hago ahora?” y “¿Qué digo?”. Acto seguido, se alejaron apenas dos metros de la esquina y, todavía en un rincón, contra una ventana, el diputado nacional aplaudió tres veces para llamar la atención de los militantes, que rápidamente se calaron y voltearon a escuchar a el candidato.
Pero a Caruso Lombardi no le salían las palabras. Estaba emocionado. Se le quebraba la voz. “Me cuesta hablar”. Esas tres palabras bastaron para que, de inmediato, la hinchada comenzó a corear su nombre mientras lo aplaudían, otra vez. “Me había ilusionado con el resultado”, admitió. Y es que, hasta hacía apenas dos horas, el candidato pensaba que sus lágrimas serían de felicidad y que su discurso victorioso sería pronunciado en un escenario empapelado por su cara.
La fiesta que no fue
El escenario, si embargo, quedó vacío, como el resto del precario búnker en la planta baja de la sede del MID. Una sala fría, con paredes blancas y goteras en el techo por el temporal. El piso de baldosas sucias y marcadas con óxido apenas fue limpiado media hora antes de que cerraran los comicios, al igual que las sillas polvorientas que permanecieron guardadas desde el acto que lo anunció a Lombardi como candidato por el MID.
El escenario estaba enmarcado por los posters de campaña, los mismos que están en la calle, pegados sobre el respaldo de dos bancos largos de metal. Una de las actividades principales mientras se esperaban los resultados era reacomodar y pegar nuevamente los carteles, porque quedaban torcidos o porque la cinta no aguantaba.
El otro centro de atención eran los dos televisores, que mostraban el noticiero y el seguimiento de los otros bunkers. Pero hubo un problema: no aparecía el control remoto del de la entrada. Uno de los afiliados del partido apareció unos momentos más tarde, con una caja de cartón en las manos llena de controles remotos, que empezaron a probar para descubrir cuál servía, hasta que se rindieron y, después de varios intentos fallidos, dieron con el botón del televisor que les permitió subir el volumen.
Ya pasado el cierre de los comicios, el bunker juntó la mayor cantidad de gente que iba a pasar por allí ese día: doce personas. Los asistentes miraban el noticiero y comentaban preocupados la baja asistencia a las votaciones. No se dijo ni una palabra sobre las expectativas sobre el futuro del MID.
Las únicas sonrisas en el búnker eran las del surtido Bagley que se les ofrecía a los presentes para comer, junto a algún vaso de gaseosa. “Si Marra no mete un diputado, nosotros tampoco”, fue el descargo de uno de los miembros del partido.
A las siete de la tarde el partido se seguía alargando, el réferi agregaba minutos y los resultados de la votación todavía no habían salido. No había esperanza, pero se negaban a admitir la derrota.
Minutos más tarde, salieron los resultados. Veintisiete mil votos para el MID, 1,67% del total, décimo puesto en el campeonato. Pero en el búnker, no hubo reacción alguna. Los ánimos no cambiaron. El tema que más se comentó fue la baja participación en los comicios, que todos veían con preocupación.

El sueño del búnker se cayó a las ocho menos veinte. Tácitamente se aceptó la derrota, y les indicaron a los asistentes que subieran a una de las salas en el primer piso de la sede, más pequeña, más íntima, donde no se sentía tanto el espacio vacío.
Caruso Lombardi se quedó escondido en los vestuarios un largo rato y tardó en aparecer. Después de que habló Oscar Zago, Caruso quedó en un silencio tímido, con la mirada en el suelo, que suscitó algunos cantos de su hinchada. Y cuando finalmente habló, con la voz quebrada, su discurso se centró en la bronca y el dolor por haber perdido.
“Cuando me despido de los jugadores en los clubes me pasa esto”, admitió Caruso Lombardi. “Me agarra esta congoja”, alcanzó a decir. Se mostró decepcionado por la distribución de las bancas en la Legislatura y las bajas posibilidades de que los partidos más chicos obtengan una banca: “El pelotón de los cuatro arriba lo teníamos claro, y de ahí para abajo teníamos que competir. El quinto entró con 3,16%, no estamos tan lejos, estuvimos cerca”, aseguró.
Sin embargo, no olvidó destacar los logros de su equipo. “No es joda que te voten 27.000 personas”, le comentaba Lombardi a sus compañeros del partido. “Fuimos sacando votos de todos lados. Nos faltó caminar algunos lugares, eso es verdad”, añadió el candidato. “Pero a siete partidos los pasamos por arriba”, agregó.
“Mi bronca viene porque a mí me gusta ganar. Me pasaba cuando jugaba partidos. Lloré como un hijo de puta cuando me fui al descenso”, explicó el ex director técnico. “Me da bronca porque le metimos, hicimos las cosas bien. Estoy muy orgulloso de toda la banda. Pero bueno, te quedás con ese sabor de mierda. Decir ‘no nos faltó tanto’, pero te quedás afuera, y se quedan cinco tipos solos manejando todo. Los demás quedamos mirando de afuera”, explicó.
“Pero tampoco vamos a hacer un velorio de esto. Salud, sigan comiendo”, cerró su discurso Caruso Lombardi, casi fundiéndose con su entorno, buscando dejar de ser el centro de atención. Esta noche no entró una nueva tanda de legisladores del MID a la legislatura porteña, pero el fuego de la parrilla del patio seguía encendido, y sí marchó otra tanda de pizzas.