El costo de los medicamentos creció un 289,4% en el último año, superando la inflación general. Esta situación provocó una caída del 15% en las ventas de tratamientos.
María del Carmen Rodríguez, de 71 años, se ajusta el abrigo mientras espera en la farmacia de su barrio. El local está casi vacío. Solo hay tres personas más, pero nadie se molesta en sacar un número de turno. Son tan pocos que se conocen, saben quién va primero. Carmen da un paso al frente. Se apoya en el mostrador.
Hace años le diagnosticaron hipertensión y diabetes tipo 2. Por eso, su médico clínico le recetó metformina y acebutolol.
Pero cuando el farmacéutico menciona el precio, Carmen se estremece.
— 37845 pesos.
No es la primera vez que Carmen se enfrenta a esta decisión. En el último año, ha tenido que ajustar su salud a lo que su jubilación le permite, y no a lo que su cuerpo realmente necesita.
—No, bueno… dame solo la metaformina.
El farmacéutico asiente, sin sorpresa. Este es el nuevo normal para muchos de sus clientes. Carmen toma el pequeño paquete, paga 20200 pesos en tarjeta y se va sin decir “chau”.
La crisis económica en Argentina no solo afecta a los precios de los alimentos y servicios, sino también al acceso a los medicamentos, que se han vuelto inalcanzables para un número creciente de ciudadanos.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), entre septiembre de 2023 y septiembre de 2024, los precios de los productos medicinales, artefactos y equipos para la salud aumentaron un 225%, superando la inflación interanual del 209%.
Uno de los principales efectos de este aumento desmedido en los precios es la caída en la adquisición de medicamentos. Según los últimos datos del Centro de Profesionales Farmacéuticos (CEPROFAR), en agosto de 2024, las farmacias dispensaron 51.850.000 unidades, mientras que en el mismo mes de 2023 se habían vendido 61.010.000 unidades, lo que representa una caída del 15%. Son casi 10 millones de tratamientos menos.
Según Rubén Sajem, director del CEPROFAR, esta disminución es alarmante, ya que el 70% de las unidades no vendidas corresponden a medicamentos recetados. “Estamos viendo cómo los pacientes están dejando de comprar medicamentos necesarios para tratar enfermedades crónicas como la hipertensión, la diabetes o problemas cardíacos”, indicó Sajem.
Jorge Coronel, presidente de la Confederación Médica Argentina (COMPRA), afirma lo dicho y agrega: “Muchos dejan o suspenden los tratamientos o los hacen de manera incompleta y ponen en riesgo su salud”.
¿Sube el precio de los medicamentos o baja el salario real?
El problema, según el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, (CELAG), se debe tanto a los precios altos como a los salarios bajos. Del total, el 51% de la dificultad para comprar medicamentos se debe a lo caro que son, y el 49% restante a los sueldos insuficientes.
Además, un informe elaborado por el instituto, reveló cómo la pandemia impactó en el costo de los medicamentos en América Latina. La canasta de medicamentos en Argentina era un 26% más cara que el promedio latinoamericano, lo que golpeaba de lleno en el bolsillo de la gente. Para poder cubrir esa canasta, los argentinos necesitábamos trabajar cuatro horas más que el promedio de los países de la región.
La carga económica sobre las familias es cada vez más pesada y un estudio de la consultora Elypsis destacó que, en promedio, las familias argentinas destinan el 12% de sus ingresos mensuales a la compra de medicamentos.
Para las personas mayores, que suelen ser los principales consumidores de medicamentos, esta situación es aún más crítica, ya que sus ingresos fijos, como jubilaciones y pensiones, no han seguido el ritmo de los aumentos de precios. En septiembre, la jubilación mínima (con el bono de $70.00 contemplado) fue de $304.540.
“Con mi jubilación no puedo comprar todos los medicamentos que me receta el médico”, confiesa Carmen.
Ya es experta: compra lo que puede cuando cobra su jubilación y luego se las ingenia para que las pastillas le duren hasta el día 15, estirando las dosis o tomando algunas un día sí, otro no. Es un truco que ha aprendido con los años.
Y si las cosas se complican, va al hospital, aunque siempre sale con una receta nueva. “¿Y de qué me sirve?”, piensa. Para Carmen, la receta es solo otro recordatorio de que su jubilación nunca alcanza para todo, y las farmacias, ese lugar donde la salud tiene precio.