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Salud mental: las huellas de la pandemia

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El encierro durante la cuarentena dejó secuelas tanto físicas como psicológicas, sobre todo en los jóvenes. Los especialistas enfatizan la importancia de que hablar de salud mental deje de ser un tabú.

Matías Peralta, estudiante de Medicina de 22 años, se sorprendió cuando su psicóloga le diagnosticó depresión en 2020. Él creía que tenía ansiedad, sentía que estaba a mil por hora, siempre haciendo algo, y sin poder concentrarse; pensaba constantemente en lo que todavía le faltaba hacer. Sus familiares no lo ayudaban a mejorar debido a que no consideraban importante el cuidado de la salud mental. Esto es un factor bastante común en muchas familias: jóvenes que por miedo al qué dirán no expresan sus sentimientos y por ende no reciben la asistencia necesaria. Mientras que hay personas que no reciben el tratamiento requerido, muchos otros lo buscan por sus propios medios, ocultándolo de sus familias o incluso de sus amigos.

Gabriela Bálsamo Estévez es psicopedagoga, psicóloga y profesora, y está por doctorarse en Psicología en la Universidad Católica Argentina. Ella explica que “la etapa del desarrollo de la adolescencia es el período psicosociológico de transición entre la infancia y la adultez que se caracteriza por la paulatina adquisición de independencia y autonomía para convertirse en adulto”.

La psicopedagoga Alejandra Depetro, especializada en neurocognición, quien trabaja en su consultorio con estudiantes que tienen dificultades de aprendizaje, agrega que “el adolescente tiene de por sí esta característica de aislarse, de buscar su propio territorio, su propio espacio, alejándose dentro del contexto familiar, lo que se acentuó más durante la pandemia”.

Durante la cuarentena, el encierro con las familias en muchas ocasiones generó más distancia que cercanía en las relaciones entre los padres/madres y sus hijos. Las medidas adoptadas debido al aislamiento social modificaron de golpe los hábitos sociales de las familias e hicieron aflorar las vulnerabilidades. Esto generó un cambio en muchos adolescentes a nivel social, académico y familiar. Porque estando encerrados, las familias no estrecharon lazos ni tuvieron un intercambio cercano; por el contrario, los padres estaban trabajando desde sus casas y muchas veces los horarios laborales se extendían y se disipaban los límites y los tiempos en que las personas pasaban conectadas. Los momentos en que no se compartía en familia fueron más largos y los chicos estaban solos a pesar de tener físicamente a los papás en su casa.

Ansiedad y depresión en el ámbito escolar

De acuerdo con las especialistas consultadas, la ansiedad, la depresión y el insomnio son las aflicciones más frecuentes en la actualidad. Algunas de las consecuencias de estas enfermedades son la falta de organización, autonomía, y más asiduamente, de voluntad. La percepción, la memoria, la atención, la comprensión y el procesamiento de la información se vieron comprometidos y dificultaron el proceso de aprendizaje de los jóvenes. Mientras que muchos de ellos pudieron adaptarse a estudiar con ansiedad, a otros se les dificultó. Ana Gutiérrez, una joven que en 2020 tenía 17 años y sufría de ansiedad, empezó sus consultas psicológicas el año previo a la pandemia por lo que tuvo que cambiar su modalidad de terapia presencial a virtual. Esto rompió con la barrera de privacidad ya que al estar en su casa, sus familiares escuchaban lo que le planteaba la psicóloga. Ana, como muchos otros, no pudo adaptarse al Zoom. Estaba de lunes a viernes ocho horas en clase frente a la pantalla y luego dos veces por semana tenía terapia virtual. Esta rutina empeoró sus síntomas, que luego desembocaron en depresión.
Cuando volvió presencialmente al colegio, no pudo asimilar la realidad. Su psicóloga notó que no progresaba con las consultas así que la derivó a un psiquiatra, quien le recetó la medicación necesaria. Mejoró luego de dejar el colegio durante dos meses para ser internada en un centro psiquiátrico. Esto, junto con la ayuda por parte del colegio y su círculo cercano, hicieron que pudiera sobrellevar la situación.

Ambas psicopedagogas consultadas aseguran que muchos colegios invirtieron su tiempo asesorando y brindando orientación personalizada según los diferentes motivos de consulta o problemáticas vitales del estudiante, los educadores y la familia a través de reuniones, encuentros, entrevistas o talleres. Tanto Ana como muchos otros jóvenes sintieron menos motivación, pesimismo frente al futuro, la necesidad de pedir ayuda en relación con su bienestar físico y mental, y manifestaron ansiedad, depresión o somatizaciones.

Vanesa Rodríguez, psicóloga que trabaja en el Centro de Estimulación y Atención Temprana (CEYAT) de Santa Rosa, La Pampa, explica que muchos aspectos sociales de la vida de los jóvenes se vieron afectados a causa de la pandemia. Las habilidades sociales fueron perjudicadas por las dificultades en la comunicación, generadas por el abuso de pantallas. Depetro también considera que muchos volvieron a la presencialidad con mayores dificultades de atención y especialmente con conductas más individualistas y de menos intercambio.

Enfermedades preexistentes y autodiagnóstico

Algunos jóvenes en la pandemia empezaron a tener sintomatologías psicológicas; otros que ya tenían trastornos preexistentes empeoraron.

María Díaz, de 18 años, fue diagnosticada con autismo en plena pandemia. Un largo tiempo antes de esto, en 2012, ella empezó a ir a terapia ya que sufría ansiedad, pero luego de unos años decidió dejarla. Sus síntomas se agravaron a causa del encierro por la propagación del COVID-19. “Después de varios meses yo ya estaba que trepaba las paredes porque no podía hacer nada”, cuenta. Frente a esta situación, junto con su madre decidieron que lo mejor para ella sería volver a recibir asistencia psicológica. A medida que fue pasando el tiempo, a la ansiedad se le sumó una depresión, y en consecuencia fue derivada a un psiquiatra. En sus sesiones con este profesional y al tener tanto tiempo libre, comenzó a notar aspectos suyos que salían de lo que sería considerado común en los jóvenes de su edad. Luego de un tiempo asistiendo a terapia le diagnosticaron autismo. En paralelo recibió el tratamiento por depresión para poder enfrentarse a todo aquello del exterior que le causaba ansiedad; hizo también dos meses de terapia de integración sensorial en un centro de terapia ocupacional.

Según la psicóloga Rodríguez, si un paciente tenía un trastorno o estaba atravesando una situación límite, es muy posible que con la pandemia los síntomas se hayan ido acentuando. Mientras que a otros los benefició temporalmente, ya que si tenían una dificultad social previa y no toleraban estar en lugares con otras personas, al encontrarse encerrados estaban en su zona de confort y se sentían protegidos. Cuando la reclusión terminó y se vieron obligados a volver a salir, esta dificultad empeoró.
Bálsamo considera que “existen sujetos que presentan más riesgo de padecer una afectación al margen de la situación actual y por extensión ante el estado de alarma del COVID-19”. A esto le suma que probablemente las personas en situación de vulnerabilidad sean aquellas que presenten una desventaja por edad, sexo, estructura familiar, nivel educativo, origen étnico, situación o condición física y/o mental.
Como consecuencia tanto del encierro como de la desinformación, y sin ningún tipo de ayuda profesional, muchos adolescentes fueron propensos a buscar soluciones y explicaciones por su cuenta. Lo hacían diagnosticándose erróneamente.

El autodiagnóstico ha cobrado gran fuerza y se volvió frecuente entre los jóvenes, lo que preocupa a los especialistas. “Hay muchos que se diagnostican y que buscan el diagnóstico en el otro. Es como una necesidad de ubicarse en un lugar”, declara Rodríguez.

Según su psicóloga, el autodiagnóstico fue uno de los mayores errores que cometió Matías Peralta. Él había observado ciertos síntomas compatibles con la ansiedad que lo llevaron a la conclusión de que tenía este trastorno. En referencia a esto, Rodríguez explica: “Nosotros, los profesionales, trabajamos los diferentes síntomas que van teniendo nuestros pacientes para que puedan ir superándolos. No es como una cuestión médica, sino que vamos gestionando con ellos alguna sintomatología o alternativa para accionar en determinadas situaciones mientras focalizamos mucho lo emocional, es decir, cómo se va sintiendo en el proceso”.

El autodiagnóstico se produce por la falta de información acerca de los trastornos psicológicos. En la pandemia, muchos problemas previos salieron a la luz pero también surgieron nuevos. Las profesionales consultadas coinciden en que gran parte de la sociedad logró tomar conciencia sobre la salud mental y en algunos casos aprender a mejorar su calidad de vida, aunque para muchos continúa siendo un tema tabú. Sobre esto, Ana dice: “Hoy en día todavía muchas personas están avergonzadas de decir cómo se sienten. Eso jamás tendría que pasarle a nadie, somos todos humanos y es extremadamente importante que hablemos sobre lo que nos pasa”.

Por Guadalupe Cardozo, Silvina Chang y Julieta Olmo.

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