En Argentina y en el mundo la mayoría de las víctimas de trata de personas con fines de explotación sexual son mujeres; qué pasa con aquellas que logran escapar del sistema y cómo es su reinserción en la vida normal
Hace catorce años se sancionó en Argentina la Ley 26.364 de Prevención y Sanción de la Trata de Personas y Asistencia a sus Víctimas que la define como el ofrecimiento, la captación, el traslado -ya sea dentro del país, desde o hacia el exterior-, acogida o recepción de personas con fines de explotación.
En rentabilidad y magnitud, se habla de un delito que, además de ser una grave violación a los derechos humanos, es equiparable al tráfico de armas y drogas. Según estadísticas de las Naciones Unidas, en 2018 hubo en el mundo alrededor de 50.000 víctimas de la trata de personas y 148 países denunciaron su existencia, siendo las mujeres objeto de explotación sexual las principales víctimas.
Fue también en el 2008 que se creó la Oficina de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas, con el fin de identificar y asistir a las víctimas en su proceso de salida del sistema. Según el último informe realizado por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, desde este momento hasta el 31 de octubre de 2022 se asistieron y rescataron en el país un total de 18.282 víctimas, de las cuales la mayoría son mujeres y cuyos casos responden principalmente a situaciones de explotación laboral o sexual.
“El proceso de salida es muy doloroso, porque es ahí cuando te das cuenta de que cometiste un error”, dice Graciela Collantes, sobreviviente de trata con fines de explotación sexual, en un diálogo con Punto Convergente, y agrega: “Es ahí donde se necesita el acompañamiento”.
Collantes nació en Tucumán en un contexto social de pobreza. Por su situación de vulnerabilidad y una familia que no la apoyaba fue captada y retenida por un proxeneta durante 15 años. “Pensé que había encontrado a la persona que me iba a ayudar y terminé parada en una esquina”, relata en su libro autobiográfico. Ese hombre la dejó embarazada y usaba a su hija como rehén para que no escapara.
Desde el momento en el que concretó su muy ansiado escape entendió que el resto de su vida tenía que dedicarlo a militar, desde su historia, para que lo que le pasó a ella le pase cada vez más a menos personas.
Aprender a vivir en libertad
“No es fácil salir a la luz del día después de estar encerrada”, dice Collantes con una angustia todavía muy presente y agrega: “De Buenos Aires sólo conocía cuatro esquinas en las que me hacían pararme por horas todos los días durante semanas, meses y años.
Cuando ella logró escapar del sistema de trata por primera vez no había terminado el secundario y, aunque tenía muchas inquietudes y ganas de cambiar el rumbo de su vida, no sabía ni qué hacer ni a quién recurrir. Además de eso, recibía amenazas constantemente y tenía una hija que dependía completamente de ella. Por eso siguió en el sistema prostituyente durante años.
“No me quedaba otra. Había naturalizado una práctica cuya naturaleza es la explotación, porque aunque la diferencia era que había pasado a tener algún tipo de control sobre la plata que generaba, la dinámica seguía siendo la misma: un tipo te paga y vos tenés que hacer lo que te dice. Porque desde el sistema te hacen sentir que eso es lo único para lo que servís; que sos la mejor, pero solo en esa esquina”, explica Collantes,
Hoy cuenta con un título universitario en periodismo, es presidenta de la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos y autora del libro Nuestros cuerpos no se reglamentan, entre otras cosas. Para ella la existencia de una entidad manejada por mujeres para asistir a las víctimas en toda la instancia posterior al rescate es fundamental para cambiar la historia de miles de personas.
“La libertad no es que te abran la jaula. La libertad es ser realmente independiente. Es tener un trabajo. Es poder pensar en otra cosa. Es poder pensar en tomar mate, en el mar, en que mi hija creció y en que hoy tengo dos nietas”, piensa en voz alta y sentencia: “Y para eso, necesitás apoyo”.
Un programa que apoye a la víctima
Fruto de la Oficina de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas nace el Programa Nacional de Rescate (PNR). Conformado por un equipo de psicólogas, trabajadoras sociales, politólogas, médicos y abogados, su misión es asistir a las víctimas de trata de una forma integral, tanto en el marco de la salud física y emocional, como en el legal.
También trabaja de manera conjunta con las fuerzas de seguridad federales especializadas en la problemática, que son las que, una vez realizado el mandato judicial necesario, llevan a cabo el allanamiento en el espacio en donde se encuentran las víctimas. Lo que le sigue a esta instancia es entrevistarlas para registrar su testimonio, y luego trasladarlas a una casa refugio -que depende del programa- donde se las acompaña y protege hasta que logran reinsertarse en el mundo social y laboral.
El informe mencionado anteriormente expone como a partir del 2017 los rescates empiezan a aumentar exponencialmente, pasando de ser 666 en 2016 a ser 1200 en 2017. Norma Mazzeo, psicóloga y coordinadora del PNR, adjudica este incremento a la implementación activa de campañas para visibilizar los pasos a seguir en el caso de estar en una situación de trata.
Una de estas campañas, y posiblemente la que más influyó en los resultados, fue la creación, habilitación y promoción de la línea 145. Se trata de una línea telefónica nacional, gratuita y anónima atendida por profesionales capacitadas en el tema, que funciona todo el año durante las 24 horas del día, y cumple el rol de recibir, registrar y judicializar las denuncias hechas.
“Actuó como un sistema sincronizado de denuncias. Desde este momento los registros empezaron a ordenarse y a clasificarse de una forma más eficiente y precisa”, indica la directiva.
Aunque la racha se corta con el inicio de la pandemia, cuando el número de rescates baja de 1590 (2019) a 933 (2020); Mazzeo asegura que fue un año –dentro del marco de lo esperable por las limitaciones de la cuarentena– exitoso. “Nunca volvimos al piso del 2016, que era lo que nos preocupaba”, admite.
En 2021, con la vuelta a la nueva normalidad, empezó el proceso de recuperación en las cifras del PNR. Ese año se registraron 1404 rescates, y en lo que va del 2022 (tomando el período enero-octubre), se registraron 970 rescates, siendo septiembre el mes con más actividad (241 rescates).
En cuanto a la nacionalidad y localidad de las víctimas al momento del rescate de cada una de las 970 víctimas registradas en el 2022, casi la totalidad era argentina (con un porcentaje menor de personas de nacionalidad boliviana); con una mayoría localizada en la provincia de Buenos Aires (350 rescates), luego CABA (217 rescates), y en tercer lugar Corrientes (107 rescates).
El legado de ser explotada
“Me quedaron miedos, inseguridades, voces, pesadillas y traumas. Me quedó impregnado el prejuicio de prostituta, con el que todos me miraron cuando salí a tocar puertas. Me quedaron muchas cosas”, dice Collantes con una voz que de a momentos es la más firme que escuchaste y de a momentos parece estar apunto de quebrarse.
“Tengo cicatrices de todos los golpes que recibí cada vez que quise escapar y no pude; de cada vez que estuve un poco más cerca de la muerte”, declara. “Tengo cicatrices por todos lados que no se van a borrar nunca”.
Hoy una profesional activa, la mujer hace énfasis que las peores cicatrices son las que denotan un daño psicológico. “El sistema te arruina la salud mental, te caga la cabeza. Y cuando tu psiquis está enferma es muy difícil reconocer otros derechos, como el de gozar de una salud o de una vida sexual plena”.
Adriana García, activista y parte de las campañas de acompañamiento llevadas a cabo po la AMADH, hace énfasis en que las secuelas del trauma de ser víctima de trata con fines de explotación sexual no son menores, y en que los procesos son largos. “Es muy difícil que una mujer a la que se le negó todo y a la que se la obligó a todo vuelva a naturalizar la idea de tener derechos”, señala y agrega: “Es enormemente difícil que una mujer con este tipo de daño relacional encima pueda recuperar una vida sexual activa”, dice y pausa por un momento, como si estuviera repreguntándose internamente lo que yo le pregunto a ella. Finalmente concluye: “Es difícil pero se puede, con amor, acompañamiento, y mucho cuidado”.
Collantes revela que para muchas sobrevivientes los años en los que fueron prisioneras se convierten en una suerte de tabú. “No es fácil hablar colectivamente del tema y a cada una le pega de una manera distinta”, explica ejempificando con su propia situación: “Yo hoy necesito vivir sola, tener mi espacio. Pero hay compañeras que solas viven aterradas, y que necesitan estar acompañadas constantemente”.
“Hoy al relacionarme con un otro me fijo en el acompañamiento que esta persona puede darme en mi lucha, y siempre va a ser así”, asegura Collantes. “El sistema es retorcido y perverso y te cambia radicalmente. Pero hay que hablarlo y sin miedos. Porque de algún lado siempre se empieza”.
La voz de la sobreviviente
“Antes se pensaba que de una madre prostituta iba a salir una hija prostituta, y que de padre proxeneta saldría un hijo proxeneta. Pero hoy la cosa está cambiando. Porque hoy muchas de nuestras hijas levantan la voz en nombre de nuestra lucha, y eso nos fortalece”, dice Collantes.
Para ella la motivación para seguir adelante fue siempre el sentido de sororidad generado entre el colectivo de mujeres sobrevivientes que, como ella, alzaron la voz -pese a todos sus miedos- y compartieron sus historias. Eso y poder ser la que está del otro lado del puente cada vez que una víctima pide ayuda.
“Antes éramos pocas las que no querían resignarse a quedarse para siempre con esa vida, pero cada día somos más”, cuenta como si se estuviera acordando de cada una de las mujeres con las que el camino de la trata la cruzó.
Tanto Collantes, como Mazzeo, como García coinciden en que la lucha colectiva contra la trata de personas es necesaria para entender, y hacer entender, que no se trata de un problema pasado de un alguien en particular, sino que se trata de un problema que involucra al futuro de toda una sociedad; y que, en esta lucha, la voz de la sobreviviente tiene un rol clave.
“Es la voz de la sobreviviente la que puede contar cuáles son las distintas formas sutiles o brutales en las que se configura una explotación; y la que puede dar testimonio sobre lo difícil que es salir”, indica García ”En definitiva, son las voces de las sobrevivientes las que pueden y deben ser escuchadas para cambiar nuestra realidad”.
“Siempre tuve esta cosa de que quería ser y hacer otra cosa. Yo sabía que esa vida no la quería ni para mí, ni para mis hijas, ni para nadie. Si pudiera volver el tiempo atrás y recuperar todos esos años de mi vida lo haría”, expresa Collantes “Pero el tiempo no vuelve. Entonces hay que concentrarnos en lo que sí puede hacerse a partir del escape”.