Un rito fúnebre celebrado hasta hace medio siglo en la mayor parte de América Latina, hoy está casi olvidado.
A principio del siglo XIX, en Buenos Aires el ministro Rivadavia prohibió el entierro de las personas en las iglesias, como comúnmente se hacía. Entonces comenzó la construcción del famoso Cementerio del Norte, hoy conocido como de la Recoleta. En noviembre de 1822 se realizaron los primeros sepulcros. Los entierros eran gratuitos y el velorio era la parte más importante de la ceremonia, usualmente acompañado por un almuerzo al finalizar el oficio sacerdotal (Clarín, 2010).
Hoy, casi 200 años después, dentro de las paredes del cementerio en plena Recoleta, reposa la imagen de un ángel con cara de niño hecho de piedra. Está apoyado sobre sus brazos, casi dormido en un rincón del gigante lugar. Quién sabe por qué almas estará velando en su sueño eterno de piedra y mármol. Quizás sea por los niños ángeles.
El velorio del angelito era un rito para encontrar consuelo. En palabras del museólogo Claudio Omar Arnaudo, “para que ese angelito no se vaya a la mano de Dios con tristeza, sino más bien con alegría”. Al ritual se lo relacionó mucho con el catolicismo y la creencia en sus ángeles. El niño, al morir tan joven no podría haber cometido pecado alguno, entonces se creía que pasaba al más allá en forma de ángel. Pero estas prácticas “no surgieron oficialmente, sino a consecuencia de una construcción popular en la que se sincretiza contenidos católicos y otros específicamente elaborados para este fin”.
Un rito fúnebre que se remonta al siglo VIII en Europa, más precisamente en Valencia, como lo cuenta Maricel Pelegrín en su estudio Desde el Mediterráneo a tierras de quebrachos. El Vetlatori del Albaet en Valencia y su correlato en el Velorio del Angelito en Santiago del Estero, Argentina sobre “El Vetlatori del Albaet” y fue adoptado en distintos puntos de América después de la colonización. Desde México al sur de la Argentina, el rito pasó a tener la impronta de cada lugar, empapando la práctica con la cultura de cada lugar. Hay algunos que creen que sigue vigente en la provincia de Santiago del Estero.
En el territorio argentino “también se viste al niño de blanco y se lo ubica en un féretro de ese color. También aquí se lo adorna con flores y se ornamenta la sala con imágenes religiosas. Igual que en la antigüedad valenciana, también se extiende una tela o sábana blanca que representa al cielo. También aquí el clima es festivo”, relata en su trabajo, Omar Arnaudo, integrante del Consejo Federal del Folklore.
Arnaudo explica que en Argentina “como en la Valencia española, aquí nadie debe llorar, y mucho menos la madre. Si la madre llora puede mojarle las alas e impedirle su vuelo. El llanto está expresamente vedado, todo debe ser alegría. Y esa alegría se expresa con cohetes, con música, con baile… igual que en los vetlatoris”.
El director de Turismo y Cultura en el municipio de Tochimilco, Puebla en México, Felipe Morales García es licenciado en Etnocoreología y realizó su tesis sobre el Velatorio del Angelito. Centró su trabajo en las danzas que se realizaban durante el ritual y establece que “representaban la continuidad de los ciclos cuando uno cierra y el otro abre. Puede reflejar el de la vida del difunto y el inicio de su vida espiritual”. Cuenta también, a diferencia de Arnaudo que dice que todos los infantes eran tratados como ángeles, que no todos los niños que morían eran considerados de la misma manera.
Aquellos que no habían sido bautizados no recibían el mismo trato, “inclusive no eran enterrados en el mismo panteón, algunos eran enterrados fuera de él o en algún cerro. Se decía que los niños no bautizados no llegaban al cielo, ellos quedaban varados en el limbo”.
Mariquita Sanchez de Thompson dejó evidencias de este ritual cuando cuenta que fue testigo de uno de ellos. Según el trabajo de Jaciuk Macarena Belén, La niñez porteña en la agonía de la Etapa Colonial. Las voces de Mariquita Sánchez y María Guadalupe Cuenca, Mariquita cuenta que los niños, tanto en vida como en muerte, tenían siempre una imagen angelical: “Los entierros eran notificados a través de campanadas y ellos eran vestidos de formas muy insólitos. Una vez, murió un niño y un “negrito”, al primero lo vistieron de San Miguel y al segundo de diablo, la madre de este último lloró y pidió sacarle a esa ropa a su hijo, pero al ser esclava no obtuvo respuesta, sin embargo, alguien se compadeció y le quitó el ropaje al pequeño y le dieron sepultura cristiana”.