Punto Convergente

El tango invadió la Usina del Arte

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“Buenos aires la reina del plata,
Buenos aires mi tierra querida;
Escuchá mi canción
Que con ella va mi vida”

La intensa voz de Walter Romero -o quizá su llamativo traje bordó metalizado- capta instantáneamente la atención de los 60 espectadores en la sala de cámara de la Usina del Arte,  en el marco del festival de Tango BA.

Con los primeros versos de “Buenos Aires”, de Carlos Gardel, el vaivén de la melodía de las guitarras resuena en la sala anfiteatro, dando comienzo al espectáculo de tango.

“’¡Ay, que tragedia!’ deben decir algunos. Pero es un estilo moscato, un diseño de Julio Fernández y Matias Begni que están ahí sentados”, comienza diciendo el artista principal entre risas, haciendo alusión a su peculiar vestimenta. Docente e investigador especializado en Literatura francesa, Walter alterna su vida entre el tango y la literatura -sus dos pasiones- desde 1996. “Hay un punto en que el tango y la literatura se cruzan: la poética de la voz”, sostiene el intérprete.

Lo acompañan Diego “Dipi” Kvitko, su guitarrista principal y director musical desde 2003, Matias Tozzola en la segunda guitarra y Felipe Traine en el guitarrón.

Las canciones pintan un recorrido por la Buenos Aires de comienzos del siglo 20. Mujeres materalistas, amores desencontrados, duelos gauchescos y los tradicionales cafés porteños son algunos de los tópicos abordados por los temas que interpretan los músicos. Entre la compilación de los tradicionales tangos argentinos se encuentran ‘Mano cruel’ de Armando Tagini; ‘Aquel tapado de armiño’ de Manuel Romero; ‘Pucherito de gallina’ de Edmundo Rivero; y clásicos de Carlos Gardel como ‘Duelo Criollo’ y ‘Cualquier cosa’.

Entre canción y canción, Walter no cesa de pedir aplausos para distintos miembros de un público que no le es para nada ajeno: se trata de sus vecinos; sus colegas; sus amigos de siempre. “Está la familia Polio, la familia Romero, Fabio, María Alejandra… Está todo el barrio presente. Mi barrio de la calle Garibaldi; inolvidable”, comenta Walter- Wally para los amigos- con un tono nostálgico.

Guiños, internas y anécdotas se fusionan con las interpretaciones profesionales de los artistas y rompen la barrera músico-espectador, imitando el ambiente de una reunión entre amigos. Se tornan habituales los comentarios de Héctor, uno de los vecinos al que le falta un diente, que a los gritos interrumpe los comentarios de Walter para alentar y felicitar a los músicos.

“¡¿Ya son las 16:30?!”, se escucha entre los murmullos del público, ante el anuncio de la última canción. “Ha llegado el momento, querida, de ausentarme”, son los oportunos versos de ‘Ave de paso’, de Charlo. Los artistas comienzan la despedida, pero el público quiere más. “¡Otra, otra!”, gritan al unísono, y se comienzan a escuchar los primeros acordes de “Che papusa oí”, otro clásico de Gardel, para el cual Walter pide la participación cantada de la gente.

A la salida, el cantante espera para saludar y charlar con el público. “¡Gracias! ¿En serio estuvo bueno? ¿Lo disfrutaron?”, son sus respuestas ante las constantes felicitaciones.

Los organizadores comienzan a echar a los que siguen en la sala para preparar la escena para los próximos artistas, pero el eco del último acorde sigue retumbando en la sala, y especialmente en la memoria de los que acaban de presenciar el cálido espectáculo que, a su pesar, acaba de terminar.

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