Punto Convergente

Costanera Sur, más que bondiolas y aderezos

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Domingo 3 p.m.

Una fila de media cuadra se extiende sobre la vereda transitada. La gente anda despacito, sin apuro. Acompañados por familia hacen la fila y una vez que pidieron su comida, se sientan a esperar en la cuadra de la Avenida Tristán Achával Rodríguez en Puerto Madero. Las mesas escasean y las miradas deben ser rápidas como alcones para atrapar las sillas. Suena cumbia en el celular de un pre-adolescente que tiene el choripán en una mano y las papas fritas en la otra. El sol pega fuerte y las sombrillas son el espacio perfecto para repararse y disfrutar el almuerzo -si es que eso se puede decir- ya que son las tres y media de la tarde y la gente sigue esperando su bondiola completa con fritas.

Fila para el “Parri Vip”

Calor, cumbia, humo y sabor son los ingredientes que crean el domingo en Costanera Sur: bondiola, choripán, papas fritas y mucho aderezo es lo que los comensales vienen a pedir acá por 70 pesos. La vereda explota de gente, y los que no tienen sillas comen sentados en la pared que limita con el río. Mientras los condimentos sobran de este lado, cruzando el dique enfrente, la gente va corriendo y pedaleando en bicicleta con una botella de agua por la Reserva Ecológica encontrándose dos opuestos: por un lado la vida saludable de ejercicio, y el exceso de grasa por el otro.

“Cervezaaaa, bien fría la cervezaaaa”, repite un señor que pasa en bicicleta con un carrito atrás cargado de cerveza Isenbeck.

Durante el fin de semana, la Avenida Tristan Achával Rodríguez se transforma con más de 400 puestos la Feria del Paseo Retiro impide el tránsito. Los puestitos están armados uno pegado al otro, con un toldo rojo, y cada uno se lleva su silla para atender a la gente. ¿Qué se puede conseguir? Desde utensillos de cocina, plantas, y remeras, a zapatillas con luces, correas de perro hasta remeras por 100 pesos.

A pocos metros, la gente disfruta de día de sol en el Parque Micaela Bastidas. Los pic-nic están a la orden el día y encontrar un lugar para estacionar cerca del parque era complicado pero no imposible.

“Por acá maestro, subilo a la vereda y estacionalo allá bien adelante, pegado al poste”, le dice uno de los trapitos a un señor que viene en auto, mientras indica con la mano las direcciones para dejarlo. Cerca de 600 autos estacionados sobre veredas y el verde de la plaza sin contar los que están en las calles que bordean toda la costanera. Y así, si tenés suerte, por 50 pesos te despreocupás por encontrar lugar en la calle que en este día parece imposible.

Ana y Carlos, de 70 años, vienen seguido a pasear por Puerto Madero desde su casa en Avellaneda. “Cuando teníamos el choche veníamos mas seguido, pero jubilados y sin auto es mas difícil. Que te parece”, dice Ana mientras toma sol en un banquito de la calle y agrega: “En general nunca comemos acá, pero como hoy vinimos con mi hija pedimos una bondiola, estuvo bueno”.

La cantidad de gente mayor es más que de costumbre. Las familias eligen el domingo para pasear con sus padres y los traen al aire libre para que disfruten del sol y de la vista verde de la Reserva Ecológica; se respira aire, se ven patos nadando en el río, y si el día está lindo, uno aprovecha a broncearse.

Son las tres y los bowls de aderezos están casi vacíos. Se empiezan a llenar los puestos de tortas y fruta, preparados para algo dulce después del gusto picante que deja la cebolla en la boca. Detrás de un puestito, dos jóvenes cuentan plata.

“Acá ellos ganan re bien, Mauro se compró una Hilux después de dos meses de juntar plata. En invierno por ahí pierden como 80.000 pesos porque no viene nadie, pero el primer día que esta así lindo como hoy ya lo recuperan”, le explica uno de los jóvenes a una chica rubia sentada enfrente mientras come papas fritas.

Emilse y Silvia comen sentadas en otro banquito, también mirando al sol. Anteojos, pañuelo al cuello y botitas visten a estas dos señoras de mediana edad que chusmean entre ellas. “Yo vengo por el choripán”, confiesa Emilse quien arrastra a Silvia desde Caballito a venir. “Yo si ella no me dice soy medio haragana para salir, necesito un empujoncito”, cuenta Silvia mientras se ríe.

El fin de semana si los días están lindos, son los días de gloria para los puestitos. En la semana el flujo de gente es mucho menor, y los clientes no son los mismos. Del día a la noche el ambiente cambia, y la fiesta que se sentía desaparece

Martes a las 2 pm

El puestito de “La Doña”, es uno de los 24 que se extienden cada 100 metros a lo largo de la costanera. Allí dos personas hacen su pedido mientras suena Julieta Venegas en el parlante. Piden la comida y se van a esperar al sol a que le entreguen el pedido. Hacen 23 grados y ni una nube en el cielo hacen que el almuerzo en la Costanera sea una opción atractiva y de fácil acceso por los precios bajos.

“Esto depende mucho del clima, si llueve no hay un alma, pero si hay sol la gente viene”, comenta la auténtica Doña, encargada de su puestito. La Doña fue uno de los primeros puestos en instalarse, vieron como construían el Faro de Puerto Madero y el primer edificio de la zona.

La bondiola completa incluye jamón, queso y huevo, y sale 65 pesos en el puestito más barato. Los bowls de aderezos para agregarle a la carne sobran en cantidad y van desde cebollas caramelizadas, mayonesa con cebolla de verdeo, chimichurri, ajies dulces, hasta los básicos con tomate, zanahoria, huevo y repollo.

Jugosa y picante después de haberle agregado cebolla verde, se mezcla con el jamón, queso y huevo frito armando una combinación explosiva que no deja de agradar a todos los que la prueban. El pan blandito de esos que se cocinaron hoy, grueso y grande, completa el sándwich haciendo que los de gran comer no se queden con hambre. Es una fiesta en boca.

Son 24 puestos ubicados cada 100 metros más o menos. El Gobierno de la Ciudad los reformó en 2014 y las parrillas pasaron de funcionar a carbón, a hacerlo con gas, eliminando el humo que largaban.

“El humo del famoso carrito de costanera se murió cuando sacaron el carbón, está mas vistoso pero no es lo mismo”, cuenta Manuel, agente inmobiliario. Tiene 55 años y recuerda el lugar de otra forma: “A los 20 venía y me bañaba en el río de acá que estaba limpio, bajabas y tenias a todas las chicas tomando sol, era espectacular”. Manuel se hizo amigo del dueño así que como se encariñó, elige siempre el puestito de la Doña cuando viene a comer.

Dos puestitos a la derecha, Andrés y Aníbal, toman mate sentados en las sillitas rojas. Llevan una cadenita en el cuello, y Andrés tiene la camisa desabotonada por el calor. Charla con Aníbal y ceba mate, toma y cuando lo deja, mira al sol con lentes que lo protegen. Ambos son choferes y eligen venir acá porque es barato. “Antes la bondiola era de carne más gorda, ahora es una tirita finita, como fetitas”, se queja Aníbal con un cigarrillo en la mano. “En ningún lado se come por 100 pesos como hicimos hoy, y con este día es un lujo estar acá. Hace dos horas que estoy bronceándome”, comenta Andrés uniéndose a la conversación.

El puesto número 13 corresponde al Chapulín. Ángel, empleado de ahí, está hace dos años y medio y dice que lo que lo diferencia de otros puestitos es la atención. “Juan Pablo!”, grita avisándole al cliente que su hamburguesa con queso de 75 pesos está lista. Un señor bajo, de zapatillas y jean y mirada relajada se acerca a retirar el pedido. Una mujer alta, esbelta de ojos celestes camina con el perro hacia Juan Pablo mientras toma la otra hamburguesa, es su novia Laura.

Laura le suelta la correa al perro y éste empieza a correr atrás de las palomas como loco. Ella lo sigue sin sacarle los ojos de encima. Las palomas parecen estar en todas partes: en el piso comiendo las migas, en los semáforos mirando todo lo que pasa desde arriba, al lado de los puestitos esperando que caiga alguna miga, y en el medio de la vereda buscando entre las líneas que separan las baldosas algo que comer. Laura llama al perro y lo ata a la silla para sentarse a comer.

“Somos de La Plata y vinimos a hacer unos trámites a Capital, nos agarró hambre así que pasamos a comer antes de irnos”, cuenta Juan Pablo mientras disfruta de su bondiola.

De familias a tacheros y trabajadores, de explosión a vacío, el fin de semana se va y deja Costanera Sur casi desolada. El boom de la hora pico es entre la una y las tres de la tarde en la semana, y las filas de gente son incomparables a esas mismas horas en un fin de semana.

Miércoles 10.30 am

La preparación

La mañana está templada, el cielo gris y las nubes cubren el cielo. El río dentro del dique está verde por las algas que trae la lluvia, y en la esquina se ve parada una máquina que se encarga de sacarlas. La gente que paseaba por la avenida Tristan Achával Rodríguez fue reemplazada por combis, charters y taxis estacionados a los dos lados. Las palomas son lo único que se ve en la cuadra y alguna que otra ocasional persona que pasa caminando.

La “ParriVip” que el domingo tenía media cuadra de fila, está ahora vacía y sin ningún cliente. Los empleados de los puestitos limpian el piso, le pasan un trapo a los carteles que indican los precios, organizan los vasos y los acomodan, todo al ritmo de diferentes canciones de cumbia que suenan entre uno y otro. Empiezan a hacer las mezclas para poner en los bowls y las mayonesas, y poco a poco, los carritos se van poniendo en forma para el show.

Emilia, empleada en la “Parri Vip” limpia el deck de madera del frente de su puestito con una escoba, agua y algún líquido que hace espuma. En la ParriVip lo que más sale es el chorizo porque sale 25 pesos, es el más barato de todos. Mientras moja el trapo en el balde dice: “Acá siempre hay alguien atendiendo, cambiamos de turno para cubrir las 24 hs”.

¿Viene gente a la noche entre la semana? ¿Qué tipo de clientes son?

“A la noche vienen en general siempre los mismos, es gente que sale a pasear o viene de bailar con hambre y como es barato y no hay muchos lugares abiertos para comer tan temprano, pasan por acá”, comenta Emilia quien trabaja hace un tres años en el puestito y agrega que la ParriVip funciona desde el 2005.

¿Cuál es el cliente regular de la zona?

-“Yyy vienen muchos tacheros, remiseros y camioneros que saben que comen bien y barato, y también gente de oficina que tiene un tiempito para comer y se dan un paseo”, contesta Emilia.

Según Sandra, quien trabaja en la Parrilla de Amparito, la cantidad de clientes que tienen en la semana depende de la posición de los carritos respecto de las oficinas. Explica que los puestitos de su derecha están en frente a oficinas y que al mediodía dependen de ellos y de la cantidad de oficinistas que vayan a comer a esos puestos para ellos tener clientes. Cuando van muchos, tienen poco tiempo y no quieren hacer fila así que se van a otro puestito, acercándose a la Parrilla de Amparito que está tercero respecto de las oficinas. Explica que siguiendo este criterio, los carritos que están más cerca de la Reserva Ecológica, deben vender más agua.

Es el único puesto que tiene heladera externa para guardar las mezclas que están en los bowls, los cuales cambian alrededor de las 3, 4 cuando el primer turno terminó, y empiezan a preparar más mezclas para el turno de la noche.

¿Cómo son los turnos de ustedes?

-“Cambian según el puestito, nosotros trabajamos de siete a siete, pero yo entro después de las nueve. Los del puestito de al lado trabajan de 8 de la mañana a 4 de la tarde y a la noche ponen un cuidador pero no venden porque todavía no es temporada de calor”, cuenta Sandra quien tiene dos hernias de disco y dejó de tener su propio negocio para trabajar como empleada acá.

Hace un año que empezó a trabajar en la Costanera a través de su hermana quien trabaja ahí. Antes vendía café en la plaza de Retiro, pero el último verano tuvo que madrugar mucho para llegar a atender a la primera oleada de gente que llegaba 4.30 de la mañana en el primer colectivo y se cansó. Se levantaba a las tres de la mañana y le daba mucho miedo, trabajaba cuatro horas y cuando tenía ganas iba y si no quería, no iba.

“Manejaba mis horarios, pero tenía que ir muy temprano porque la segunda ronda llegaba a las 10,30 y en verano ya hacía calor, nadie quería comprar café. Gano menos pero ese sacrificio no lo tengo que hacer más”, cuenta Sandra quien ahora se toma un taxi desde Wilde( donde vive) a Constitución y desde ahí el colectivo número cuatro la deja acá cerca. Tarda una hora y media en venir y trabaja 10 horas en lugar de cuatro, pero prioriza su salud y sus hernias de disco que no le permiten hacer el esfuerzo que hacía antes para mantener su negocio.

¿Cómo se llevan entre un puestito y otro? ¿Hay mucha competencia?

“Entre dueños no sé, debe haber competencia por las diferencias que sacan pero entre empleados nos cubrimos; si vos necesitas una servilleta para trabajar tomala”, cuenta Esteban, empleado de la Parilla de Amparito. El sábado pasado quisieron robarle a uno de los empleados del puestito de al lado a las seis de la mañana cuando recién entraba a su turno, y un compañero de Esteban lo vió y fue a ayudarlo.

“A la noche pasan chicos revolviendo lo que quedó, gente de la villa que viene a robar, y es medio peligroso, pero por suerte nos cubrimos”, agrega Esteban, un señor redondo, de remera colorada que le cubre toda la panza apretándosela, y la disimula con un delantal de cocina que deben ponerse para moverse en la parrilla según el curso de Salud e Higiene.

Por la vereda vacía circula un hombre vestido de traje a paso lento, camina con dirección a las oficinas. Una gorra se mueve en una Ecobici sobre la cabeza de un joven que lleva el buzo en el manubrio de la bicicleta, acompañado de su amigo con camisa cuadriculada y su campera al hombro. Lleva lentes de sol aunque éste hoy se mantiene escondido entre las nubes. Una señora pasea su changuito de compras colorado con su amiga, quien lleva una bolsa en la mano. Son algunos de los personajes que circulan por la mañana en la Costanera, sin intención de comprar ni mirar los puestitos que dentro de un par de horas estarán sirviendo bondiolas y choripanes a oficinistas hambrientos.

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